Un marco económico justo

La economía es una herramienta eficaz para superar las situaciones de pobreza y afianzar la democracia, y esto será posible si esta tiene como centro la dignificación de la persona

26 jun 2018 / 21:47 h - Actualizado: 27 jun 2018 / 09:11 h.
  • Un marco económico justo

La economía es un apartado esencial en el sostenimiento de una sociedad política que basa sus relaciones en un sistema democrático. A través de este reconocimiento podemos establecer un marco político que nos pueda ayudar a desarrollar valores basados en el respeto y en el reconocimiento de que las personas somos importantes para el sistema.

La política, si se apoya en un concepto democrático, genera corresponsabilidad. No todo vale en el ejercicio de esta misión. Debe estar basada en el espíritu de servicio y en el compromiso de tener a la persona como centro. Esto significa dignificar.

El Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual nos advierte de que también en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social. La economía moderna, como los restantes sectores de la vida social, se caracteriza por una creciente dominación del hombre sobre la naturaleza, por la multiplicación e intensificación de las relaciones sociales y por la interdependencia entre ciudadanos, asociaciones y pueblos, así como también por la cada vez más frecuente intervención del poder público.

Los poderes políticos actuales, así como los partidos que aspiran a gobernar un país, no deberían ignorar lo que este texto nos avanzaba hace ya más de cincuenta años. Sigue siendo actual. Reflexionar sobre cómo establecer un sistema económico ecuánime y sostenible, donde exista un equilibrio entre la iniciativa privada y la responsabilidad económica de un gobierno democrático es un ejercicio preciso que no puede admitir demora. La democracia se construye si la sociedad fomenta el dialogo y el entendimiento, nunca imponiendo.

No puede imponer las reglas de juego de la convivencia de los ciudadanos y de las sociedades la economía; pero tampoco el poder político debe ser el que se atribuya la exclusividad del sistema económico.

En los últimos tiempos se percibe falta de diálogo. Cada partido político quiere imponer su propia visión, y a nivel mundial existen responsables políticos que desean establecer su particular visión de la economía.

La economía es una herramienta eficaz para superar las situaciones de pobreza y afianzar la democracia, y esto será posible si esta tiene como centro la dignificación de la persona. Para ello es necesaria una convivencia ética de los mercados con la propia sociedad, si no lo logramos estaremos alimentando un populismo político destructivo.

El bien común que propone la Iglesia, además de basarse en la propia experiencia doctrinal se apoya en propuestas claras, y nos lo recuerda en el documento que citaba en la reflexión de la semana pasada. Los mercados necesitan orientaciones sólidas y robustas, tanto macroprudenciales como normativas, lo más participadas y uniformes que sea posible; así como reglas, que hay que actualizar continuamente, porque la realidad misma de los mercados está en continuo movimiento. Estas orientaciones deben de garantizar un serio control de la fiabilidad y la calidad de todos los productos económicos y financieros, especialmente los más estructurados. Y cuando la velocidad de los procesos de innovación produce excesivos riesgos sistémicos, es preciso que los operadores económicos acepten los vínculos y frenos que exige el bien común, sin tratar de burlarlos y disminuirlos.

Pareciera que no es fácil caminar a través de un marco ético porque lo único que importa es imponer nuestra particular visión. Los políticos no pueden considerarse los señores de la economía porque muchas veces su forma de entenderla está alejada de lo esencial, que no es otra cosa, que la libertad de obrar que tiene que tener cada persona para fomentar proyectos que, siendo innovadores y creativos, tengan como fin último la dignificación. El responsable político, sí debe de tener un objetivo, dignificar a la persona. Este es su espacio y no otro.

La justicia social que debe de animar un responsable político no es su particular visión de la sociedad, más bien debe de ser el fomento de una convivencia basada en principios éticos que articulen un sistema de valores en donde sintamos que el que está junto a mí, aunque no lo conozca, también importa.

Los tiempos cambian y el contexto social y político también; por esta razón un empresario debe de fomentar sin tapujos la responsabilidad social corporativa. Este es un punto esencial para la economía del bien común.

Mi próxima reflexión versará sobre el compromiso que tiene una empresa en la articulación de la responsabilidad social corporativa.


David López Royo es director de Responsabilidad Social Corporativa Chávarri Abogados. Delegado Episcopal de Fundaciones Archidiócesis de Madrid.