Marcel Proust intentó en su juventud una carrera literaria que naufragó en la mundanidad. Después fue devanando la madeja de su propia introspección, utilizando los traumas de la infancia, recreando su hipersensibilidad de joven enfermizo, analizando cada palabra y cada gesto de una sociedad hermética. Trabajó «EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO» que se le escapaba de entre las manos, sobre la proyección de la memoria, la morbosidad de los celos, la agresión de la tensión amorosa.
Intentando reprimir sus fantasmas, bordeó las fronteras de la inversión sexual y la depravación. Su obra se considera un monumento literario y despierta pasiones en Francia. Es una novela en siete entregas. Sus frases, compuestas por un encadenamiento de subordinadas, se suceden interminables. Son los recuerdos suscitados por el aroma de un trozo de magdalena mojada en un poco de té que se extienden por más de tres mil páginas. Muchos lectores consideran su lectura insoportable y tienen al escritor francés como un pedante, preso de un esnobismo rayano en la demencia.
Cao Xuequín describió en su «SUEÑO EN EL PABELLÓN ROJO» una burbuja en el espacio, una ciudad prohibida habitada por una aristocracia donde reinan las mujeres. En el centro se encuentra un varón que se enfrenta a la adolescencia rodeado por ese ambiente femenino y delicado. Identificado con ese muchacho, el lector se iniciará en todos los rituales que pergeñan la refinada civilización china, asentada sobre los firmes pilares de la permanencia, la estabilidad y la poesía. Van desfilando los miembros de una extensa familia de señores y sus sirvientes, se nos relatan sus retos poéticos, sus ceremonias fúnebres y religiosas, la codificación de sus banquetes gastronómicos y el simbolismo de las funciones teatrales en las que entretienen su ocio. Pero ese refugio rodeado de jardines hierve con el fuego de las rencillas, las envidias y la murmuración. Según van mudando las estaciones, el espectador de esa función perfectamente coreografiada se da cuenta de que ese mundo se desintegra. Como si fuera el ruido de fondo de la carcoma, las traiciones y la corrupción se van apoderando de la narración hasta periclitarla. Es una ensoñación formada por acertijos que transmiten una idea de predestinación de la que los personajes y el lector no vamos a poder escapar.
«Justine», «Balthazar», «Mountolive» y «Clea» son los títulos de las novelas que forman «EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA». Compuestas por el escritor británico Lawrence Durrell presentan la singularidad de contar una misma historia a través de cuatro puntos de vista diferentes, enfocados sobre cada uno de sus protagonistas. Son, por lo tanto, intercambiables, complementarias, simultáneas y sucesivas. Hay un quinto personaje, es Alejandría. Media docena de personalidades forman el núcleo de la obra, todas son diferentes entre sí por edad, posición, religión, carácter y pasiones, como lo es la misma ciudad, sobrevolada por los fantasmas de la antigüedad, atravesada por la sombra del poeta Constantino Kavafis, habitada por una sociedad cosmopolita en la que reina Justine como una de las grandes hechiceras. Durrell trabaja sobre la sensualidad, las variaciones de los estados de ánimo de los personajes unidos a los avatares de un lugar. Es un estudio sobre las diferentes formas del amor, sus variedades y variaciones, su legitimidad para gobernar las relaciones humanas y el mundo.
En la baja Edad Media, los bardos elaboran una realidad alternativa que llega hasta hoy. La crean con las leyendas que los juglares llevan de una corte a otra, la basan en los códigos de caballería, que consiguieron contener a los señores de la guerra que luchaban para establecer su primacía sobre las Islas Británicas. El conjunto de los escritos que se conoce como «Materia de Bretaña» recoge las gestas del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda, sus historias avanzan las centurias en diferentes versiones, sus secuelas enloquecieron a don Quijote, el siglo XIX las convirtió en óperas y libros ilustrados, el XX las trasladó al cine y a los dibujos animados, el XXI sigue basando en ellos sus sagas y sus juegos de rol. Pocos universos han tenido, como este, la capacidad para borrar la tenue línea que separa la realidad de la ficción. «LA MUERTE DE ARTURO», de sir Thomas Mallory es el canon donde las tradiciones literarias convergen y se establecen los arquetipos, pero también es ese autor el primero que intenta dotar a sus personajes de personalidad real, que pone una semilla simbólica en cada una de las situaciones. Editado por primera vez en 1485 el libro está habitado por dragones y gigantes, por encantamientos.
«LA ILIADA» cuenta los acontecimientos que precedieron la caída de Troya. El relato se detiene ante los muros a punto de caer. Comienza cuando hace ya nueve largos años que las tropas griegas han puesto sitio a la ciudad. La causa es la belleza de una mujer capaz de desencadenar una maldición que llevará a todos a la perdición. Atribuida a Homero, la narración relata la cólera de un héroe cuya intervención resulta decisiva para precipitar el futuro. El poeta humaniza a los dioses, al tiempo que eleva a los hombres a la inmortalidad por la repercusión de sus hazañas, a través de la fama y de la gloria. Es la lucha entre la inmortalidad y el olvido. Este poema épico es capaz de provocar emociones que van directamente de un corazón a otro atravesando tres milenios. El gesto de Príamo suplicando el cadáver de su hijo Héctor o el lamento fúnebre de Aquiles por su amigo Patroclo representan por su emotividad dos de los momentos más importantes de todos los tiempos y todas las literaturas, porque verbalizan el dolor y la incertidumbre ante la muerte de una manera que nunca ha sido superada. «La Iliada» abre un ciclo heroico cuyas consecuencias repercuten hoy en la consciencia sobre lo imprevisible del destino y la insignificancia del ser humano.
Solo la ingratitud de los lectores en español ha podido enviar a José Lezama Lima al destierro de lo no reconocido. Por la complejidad de su mundo interior, por la magia con la que utiliza el vocabulario de una manera teológica en la composición de una realidad que no existía y por causa de su cultura excesiva, el escritor cubano permanece extrañado en el exilio de lo críptico. «PARADISO» es una creación poética del mundo, una biografía que los lectores voluntariosos compararán con la sensación de atisbar acontecimientos misteriosos a través del ojo de una cerradura, reflejados en un espejo empañado. Cortázar la definió como una ceremonia. Mientras algunos le niegan incluso su carácter de novela, la mayor parte de los estudiosos coinciden en señalarla como uno de los acontecimientos de la literatura, calificándola de alquímica. Porque es un jeroglífico, un enigma, la revelación de una mente superior que debe traducir un conocimiento trascendental para que los lectores percibamos apenas su brillo y evitemos nuestra propia destrucción. «Paradiso» es la Zarza Ardiente de la literatura en español, una obra oracular, desconcertante y definitiva con la que Lezama Lima intentó construir una cosmogonía donde la poesía pudiera sustituir a la religión.
Recluido en un sanatorio de los Alpes suizos, convaleciente de una enfermedad, aislado entre las cumbres y la nieve, apartado del mundo como si se encontrara en el Venusberg wagneriano, Hans Castorp comienza a recorrer un camino iniciático que le lleva a plantearse el problema de existir, la necesidad de las relaciones humanas, la situación política de una época convulsa y la certidumbre de la muerte. Se encuentra en «LA MONTAÑA MÁGICA». Thomas Mann escribió esta novela entre las dos primeras décadas del siglo XX, es representativa de una obra polémica y espesa, caracterizada por su capacidad para atrapar al lector en una realidad paralela donde se habla y se opina sobre todo, como si se asistiera a una conversación enciclopédica. Es un trabajo sobre el tiempo, representa la actitud y las costumbres de una sociedad burguesa y hastiada de todo, que habla inconsciente, ajena a que ese mundo en el que se ha refugiado está a punto de desaparecer. Es una novela sobre la convalecencia, ese estado larval en el que uno ya no está sano ni enfermo, depende en su voluntad de otros e ignora cuándo cambiará de situación. Se aburre e intenta sobreponerse filosofando. La extensión tiene mucho que ver con el tema.
Sherezade está destinada a morir después de entregar una noche de placer al malvado sultán. Desafiando este designio decide comenzar a contar una historia que no se acaba nunca, que queda suspendida con el amanecer y se prolonga en «LAS MIL Y UNA NOCHES». Muchas de sus historias vienen de una tradición persa, recopilada en la Edad Media por un árabe y que dos occidentales descubrieron en el siglo XVIII e introdujeron en Europa. A ellos debemos el descubrimiento de ese Oriente hechizado y anónimo que representa la pasión de contar, las historias se encadenan, se encabalgan, se producen unas dentro de otras como si fueran un juego de cajas chinas construyendo tal sensación de infinitud que dice la leyenda que quien alcance a concluir los relatos recibirá la muerte. Constituyen un gran fresco sobre todos los vicios y las virtudes de la condición humana. La avaricia, la infidelidad, lo inescrutable del destino, las trampas de la sensualidad, la omnisciencia de dios o la presencia de la muerte, son algunos de los asuntos que una pléyade de cuentacuentos elaboró a lo largo de los siglos con los sortilegios de la magia, las apariciones repentinas de genios y demonios, el simbolismo de los objetos y el poder de la fuerzas sobrenaturales.
La obra de Jorge Luis Borges se caracteriza por la condensación. No escribió novela alguna. Sus cuentos, sus relatos, sus ensayos, son clarividentes porque sumergen al lector en un mundo de símbolos y signos. Estos se repiten en los cuentos englobados bajo el título de uno de ellos, «EL ALEPH». Son los laberintos, la biblioteca infinita, el tigre con sus rayas enigmáticas, la reescritura de otros textos mediante el análisis o la impostura, la investigación policiaca y el acercamiento a los sistemas religiosos. Es la relatividad del tiempo, la disolución y la nada. Borges proclamó que se enorgullecía del privilegio de lo leído, ese acceso a todas las literaturas, el conocimiento de varios idiomas y la intuición, le permitieron desarrollar una obra interconectada. La característica más evidente de la obra borgeana es la precisión del leguaje, la búsqueda de la perplejidad mediante asociaciones de ideas con adjetivos que el lector desespera. El escritor ciego afirmó también que la literatura fantástica debería partir de un solo acontecimiento irregular que entrampase al lector. Son diecisiete cuentos, todos nos dejan un regusto de extrañeza y el recuerdo de su belleza.
Se considera la primera novela moderna, en la que los personajes adquieren profundidad psicológica, la narración tiende a la reflexión y el argumento está organizado para componer unas sensaciones precisas. La escribió una mujer en el siglo XI. La obra de Murasaki Shikibu es de una gran complejidad técnica, incluso para los japoneses, debido a la ambigüedad de una escritura reservada únicamente a las mujeres, a la presentación de los personajes a través de sus títulos o de los colores de sus vestiduras, que van cambiando y forman un relato paralelo, a la utilización de fragmentos de leyendas y de poemas que se incrustan en la trama. «LA HISTORIA DE GENJI» es una de las obras maestras de la literatura dinástica japonesa. Más allá de contarnos la vida sentimental del príncipe Genji, la novela edifica una estructura armónica que va de lo particular de las sedas o de las flores, a lo general del universo de la música y los sentidos. Los personajes se hablan entre sí generalmente a través de mamparas, mediante personas interpuestas que hacen de la narración un juego de susurros. Las situaciones que se suceden han influido en la tradición pictórica oriental durante siglos constituyéndose en mitología.