«12 Monos»: La doble lectura obligada

Una lectura superficial de una obra narrativa es un peligro. La esencia queda inédita y se entiende mal todo lo visto

25 abr 2021 / 23:11 h - Actualizado: 25 abr 2021 / 23:23 h.
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  • Bruce Willis.
    Bruce Willis.

Siempre que veo «12 Monos», recuerdo un cuento de W. W. Jacobs titulado «La pata de mono» (curioso que ambas obras introduzcan el mismo animal en el título). Ese relato deja la posibilidad de hacer distintas lecturas (todas las buenas narraciones lo permiten). Una de ellas consiste en que el lector crea al leer lo que le presentan. Sin rechistar. Otra, sin embargo, consiste en intentar (el lector) poner un punto de cordura en lo que parece que está sucediendo, o lo que es igual, no dejarse embaucar por Jacobs haciendo una lectura reposada y pegada a una realidad que se comparte por todos. Si Jacobs hubiera querido dejar clara cuál era su postura, lo hubiera hecho desde el principio. Planteando la narración de esa forma, la posibilidad de otra lectura aporta al relato una fuerza extraordinaria.

Pues bien, al ver «12 Monos» pienso en el texto de W. W. Jacobs puesto que ocurre lo mismo en ambas obras. La lectura más cómoda de la película, por sencilla, es la que podemos hacer arrimándonos a lo que vemos, dando por bueno que es eso y no otra cosa lo que sucede en la realidad creada por su director Terry Gilliam. Sería algo parecido a esto: En un futuro no muy lejano, lo que queda de raza humana, se encuentra en el subsuelo intentando sobrevivir a un virus que acabó con la vida del 99% de la especie. Sólo los animales son capaces de vivir en la superficie terrestre al ser inmunes. James Cole se presenta voluntario (forzoso) para conseguir información en el pasado sobre lo que ocurrió y, así, poder ordenar el presente que le toca vivir. Viajará a través del tiempo. Hasta 1990; hasta 1996; hasta la primera guerra mundial. En su primer viaje llega por equivocación a 1990. Conoce a Jeffrey Gaines en un manicomio. También a la siquiatra Kathryn Railly. Logra escapar del centro médico gracias a que, desde su presente, los científicos le rescatan con su máquina del tiempo. En fin, no sigo por si alguien todavía no ha visto la película. Estaríamos, por tanto, frente a una película encuadrada en el género de la ciencia ficción. Máquinas del tiempo, la humanidad prácticamente aniquilada; bucles temporales que anulan el presente, futuro, y pasado, convirtiéndolos en la misma cosa; una estética extraña en un mundo extraño, el futuro frente a nosotros.

Muchas personas (casi todas, a decir verdad) ven «12 Monos» de este modo. Lo que significa que creen en la posibilidad de que un crío pueda contemplar su propia muerte siendo adulto. Uno se sienta frente a la pantalla dando por bueno todo lo que ve y listo. En realidad, es así como hay que ver las películas de ciencia ficción. Además, es posible que Terry Gilliam quisiera contar eso y no otra cosa cuando filmó la película. Pero ¿es «12 Monos» eso o la cosa es distinta? Como siempre ocurre, cualquier manifestación artística puede interpretarse de distintas formas. Y el autor no puede hacer nada para que eso no ocurra. ¿O tal vez la lectura correcta es la que casi nadie hace? A veces, incluso los autores se apuntan a lecturas alejadas de lo que quisieron viendo que la obra toma una dimensión más amplia. Por ejemplo, cuentan que el escritor Julio Cortázar escribió su relato «Casa tomada» intentando narrar un sueño que tuvo. Algún crítico dijo que era una formidable manera de describir el peronismo argentino y Cortázar terminó por aceptar esa lectura como buena viendo que la cosa funcionaba cuando no tenía nada que ver con su intención al escribir.

Supongamos que Gilliam quiso hacer una película sobre la decadencia de las sociedades actuales centrando su atención (de forma fundamental) en una mente sometida a una autodestrucción feroz, una mente capaz de inventar un mundo entero y condicionada por el ‘síndrome de Casandra’. En definitiva, una película sobre la locura en la que el personaje principal está como unas maracas. Si fuera así la cosa cambia porque habría que ver todo como un delirio descomunal que, a base de ser recurrente en la mente del protagonista, llega a una perfección narrativa también descomunal.

«12 Monos»: La doble lectura obligada

A decir verdad, esta lectura es sencilla. Fijando la atención en algunas cosas, es casi obligada. Por ejemplo, los científicos del presente del protagonista son completamente ridículos. Por ejemplo, si atendemos al guión, el disparate (leído en clave de verdad verdadera) roza lo ridículo. Todo es ridículo. Lo que ocurre es que Gilliam es un director que sabe contar historias y sabe lo que es necesario para que esas historias no se vacíen en cualquier momento. Un par de detalles pueden servir como ejemplos. El punto de vista está centrado en Cole mientras el personaje se va perfilando. Pero cuando el personaje ya está presente en todo su esplendor, el punto de vista se coloca en el hombro de la siquiatra. Esto permite dar credibilidad a la acción (si lo cuenta el loco aquello no funciona ni a la de tres) y, a la vez, se consiguen introducir aspectos ocultos hasta el momento que ayudan a explicar y cerrar la trama. Esto se llama chapuza narrativa. Pero funciona más que bien. Otro ejemplo. Si, además de un siquiatra al que tenemos que creer porque para eso es lo que es, introducimos una fotografía (algo material sea lo que sea) que demuestre que nuestro protagonista ha estado en un lugar y en un tiempo imposibles, nadie puede dudar de lo que ve. Pero a Gilliam se le olvida un detalle: alguien puede hacer la lectura correcta y decir que un loco se puede inventar todo, incluso esa fotografía. Esto no es una chapuza, pero si un elemento algo tramposo. Sea como sea, «12 Mono» se puede convertir en un ensayo sobre la locura. Y es un excelente ensayo sobre la locura. La dimensión de la película es otra y su grandeza se eleva mucho.

«12 Monos»: La doble lectura obligada

El guión de la película se redondea bien (quizás en exceso al explicar tanto y de forma atropellada al final). Vestuario y maquillaje son notables. La música es una maravilla. La estética (muy cercana a «Brazil») acompaña la acción más que bien. La dirección de actores es un gran logro. Y las interpretaciones son magníficas. Bruce Willis pierde ese único gesto que utiliza para todo y llega a mezclar la dureza con la fragilidad consiguiendo un personaje creíble y sólido. Brad Pitt se muestra algo histriónico, pero defiende su papel con gracia y sin altibajos. David Morse hace poco (su papel es muy limitado) y lo hace bien. Por su parte, Madelaine Stowe interpreta con corrección exquisita. Todo esto quiere decir que la película funciona. Funciona muy bien.

A estas alturas, habrá quien piense que todo esto que digo no tiene demasiado sentido. Pues bien, los que estén en esa situación, piensen en esa voz que llama Bob al personaje que interpreta Willis. El que luego aparece en forma de indigente. Piensen en la viabilidad del mundo subterráneo. Y luego intenten cambiar la clave de interpretación. Tal vez comprueben que las partes encajan con perfección.

Como es una excelente película, merece la pena echar un vistazo. Los que se acerquen por primera vez deben tener paciencia. El comienzo es algo confuso para el espectador. Disfruten, queridos.

«12 Monos»: La doble lectura obligada