Abrirse al hermetismo

La galería Rafael Ortiz presenta ‘La réplica afectiva’, exposición individual de Rubén Guerrero que indaga en el proceso pictórico a través de la ecléctica reinterpretación de un mismo cuadro, motivo que sirve como leitmotiv para enfrentarse y enfrentarnos con las posibilidades discursivas de la pintura.

16 abr 2016 / 12:04 h - Actualizado: 06 abr 2016 / 09:34 h.
"Arte - Aladar"
  • Sin título (segunda pirámide). 2016. Óleo sobre lienzo montado.en tabla y bastidor
    Sin título (segunda pirámide). 2016. Óleo sobre lienzo montado.en tabla y bastidor
  • Sin título (linea de area). / El Correo
    Sin título (linea de area). / El Correo
  • Sin título. 2016. Óleo s/ loneta sintética 80 x 59 cm. / El Correo
    Sin título. 2016. Óleo s/ loneta sintética 80 x 59 cm. / El Correo
  • Sin título (GP22-GT60). 2015. Óleo y esmalte sobre lienzo. 240 x 165 cm. / El Correo
    Sin título (GP22-GT60). 2015. Óleo y esmalte sobre lienzo. 240 x 165 cm. / El Correo

Tras Nivel Cero, su última muestra en la galería Luis Adelantado y después de ser uno de los artistas españoles destacados en la pasada edición de ARCO, Rubén Guerrero presenta su segunda exposición individual en la galería Rafael Ortiz bajo el título La réplica afectiva, una muestra que combina obras de pequeño y gran formato en las que el artista vuelve a ofrecer un repertorio pictórico de altura, que no deja de confirmar su posición como creador de enorme proyección, sin duda de los que mejor manejan y defienden el oficio dentro de nuestras fronteras.

La réplica afectiva refleja la de una idea, un cuadro escenificado una y otra vez desde distintos ángulos, aproximaciones poliédricas que huyen del estilo y de la «serie serializada» para profundizar en la propia pintura, sus posibilidades y estrategias. Guerrero nos ofrece una grupo de lienzos en los que la figuración y la abstracción convergen de forma ecléctica (sin disputarse el protagonismo y remitiendo a una dimensión amplia de la pintura en la que el cuadro como ventana es cuestionado desde un acercamiento puramente plástico), y se apoyan una sobre la otra en un ejercicio continuo de construcción y destrucción. A través de esta hibridación el artista disecciona la práctica pictórica sin dejarse dominar por ella aunque sin pretender dominarla del todo, presentándola como la disciplina autoreferencial por excelencia. La pintura resulta aquí un instrumento que llena las dos dimensiones del lienzo de infinitas posibilidades, donde el espacio, las capas de color y las formas se solapan, interrumpen e interfieren en un provechoso dialogo o discusión, cuestionando concepciones puristas y modos de ver a través de modos de hacer que explotan la potencialidad que una imagen tiene para replicarse ad infinitum, de ofrecerse a la mirada una y otra vez alterando nuestros modos perceptivos para finalmente presentar la acción del pintor en su más elemental manifestación, la de la mano que transforma el material (no solo tubos de pintura , también las cotidianas experiencias o la propia historia del medio) para hacernos descubrir las realidades que esconde.

Guerrero maneja un amplio repertorio de recursos plásticos con aparente facilidad y sus cuadros sorprenden en cada ocasión. Retazos de figuración y modelado escultórico surgen entre amplias abstracciones y viceversa, la huella del pincel convive con motivos minimalistas, amplios campos de color con trazos abigarrados entre lo gestual y lo geométrico. Obras como Sin título (Gp22-GT60) y Sin título (tepee) parecen surgir de una tensión entre el accidente fortuito y una medida composición, no solo del territorio del lienzo, sino del propio proceso, de la acumulación de capas de pintura e ideas. Intuimos una metódica forma de aceptar la sorpresa y el hallazgo plástico para reconducirlo con un hábil sentido de la reinterpretación. Fragmentos de superficies asoman y parecen querer extenderse fuera del lienzo para terminar atrapados en la propia pintura, que diluye continuamente sus límites representativos y enfrenta discursos para poner a prueba al espectador con una, y permítanme el contradictorio juego de palabras, apertura al hermetismo. A la vez que Guerrero nos niega el acceso completo a la imagen nos sitúa de pleno en el corazón de la propia pintura.

Esta importancia del proceso nos ayuda a comprender un proyecto más amplio del pintor sevillano, su necesidad de experimentar el medio pictórico en todos sus límites sin salirse nunca de ellos, de elaborar cuadros inacabados o sin un final aparente que, más que al campo de batalla creativo, remiten a un laboratorio de ideas y experiencias. Y, sin embargo, es esta misma catarsis procesual la que otorga a cada obra una autonomía y valor propios: aunque cada cuadro parezca arrastrar retazos del anterior, ideas que quieren ser más desarrolladas, insatisfacciones de las que resarcirse o triunfos de los que extraer nuevas consecuencias, cada uno funciona de forma autónoma, surgido de un determinado lugar, en un determinado momento y bajo un indeterminado flujo de acciones y reacciones.

Es difícil hablar de referencias concretas para La réplica afectiva (aunque el artista cite la serie Corrección perspectiva del fotógrafo Jan Dibbets), al contrario, la pintura de Guerrero parece fagocitar gran parte de la tradición y modernidad haciéndolos confluir en un resultado más conciso y orgánicamente articulado que en anteriores proyectos. En estas nuevas piezas la pintura se expresa con claridad ante el espectador, y, como el cine de la Nouvelle Vague o el teatro de Samuel Beckett, lo hace incluso en sus artificios y trampas. Una acumulación no disimulada de modos de hacer que pone en entredicho la veracidad de la representación y afirma rotundamente el juego que incumbe a la pintura, una huida constante de la realidad al pretender atraparla.