Acosta Danza, el latido de Cuba

Acosta Danza es, además de una de las compañías jóvenes más destacadas del Caribe, el proyecto culminante de una carrera marcada por la resiliencia de un enamorado de la danza y el trabajo: Carlos Acosta

23 oct 2021 / 21:30 h - Actualizado: 23 oct 2021 / 21:45 h.
"Danza"
  • Coreografía «Mermaid» (Carlos Acosta y Liliana Menéndez). / Javier del Real
    Coreografía «Mermaid» (Carlos Acosta y Liliana Menéndez). / Javier del Real

El bailarín y coreógrafo, Carlos Acosta, llega al Teatro Real de Madrid con una muestra que plasma su sello en la capital española. Acosta protagoniza una vida que comienza en un barrio marginal de La Habana en 1973 y levanta el vuelo en la Europa de los 90. La historia de Acosta tiene dimensiones fílmicas (de hecho, en 2015, Icíar Bollaín estrenó «Yuli», película biográfica basada en un libro escrito por él mismo). El artista, que en sus inicios rechazaba la danza, se ha construido un camino estelar a partir de un talento innato que su padre pudo intuir.

En su amplio recorrido, ha interpretando personajes épicos como Espartaco y Romeo en el Royal Ballet británico, convirtiéndose además en el primer príncipe negro en «El lago de los cisnes». Como coreógrafo, ha concebido «Tocororo», fábula cubana, y versiones memorables de «Don Quijote» y «Carmen», entre muchos otros títulos.

Sus valores están marcados por la inocencia de un mundo en el que siempre existen elementos que apreciar. La añoranza de un silencio que ralentiza los días y da lugar a la contemplación es quizás lo que lo lleva a regresar a su ciudad natal en 2015. Así nace Acosta Danza, un proyecto que reivindica el talento de Cuba partiendo del ballet clásico y creciendo con la visión clara de su creador. Experimentación, búsqueda, dinamismo y un profundo conocimiento de las tendencias internacionales, tanto a nivel coreográfico como de escena, marcan el recorrido de la compañía.

«Satori» significa ‘iluminación espiritual’ en el budismo zen. También es el nombre de la pieza que abre el programa, una pieza ominosa que ilustra un viaje plagado de sombras en el que el cuerpo de baile vibra en su búsqueda hacia la superación colectiva. La compañía forma una constelación heterogénea, con cabezas que emergen de un manto azul como las olas del mar en movimiento. Los cuerpos se acoplan y desacoplan, formando cadenas humanas y convirtiéndose en puertas que se abren desde unos goznes con vida. La música es electrizante, hipnótica, así como el espectáculo, que impacta por la potencia visual de una investigación introspectiva desde la pluralidad. Las figuras perfiladas de los bailarines de Acosta sufren una serie de metamorfosis hasta llegar a la elevación final, que el público acoge con entusiasmo.

Acosta Danza, el latido de Cuba
Coreografía «Mermaid» (Carlos Acosta y Liliana Menéndez). / Javier del Real

«Mermaid» es una creación del belga Sidi Larbi Cherkaoui en la que Carlos Acosta y Liliana Menéndez fluyen en la trama acústica que crea el arpa, dotando al baile de una sensibilidad poética que contrasta con la determinación rigurosa de otros números. El dúo se mece bajo una iluminación texturizada que cuartea el escenario. Sus cuerpos se enlazan, encontrando siempre una estabilidad inmediata en ángulos que se antojan imposibles.

Acosta abandona el escenario en un punto en el que las luces se oscurecen, y el equilibrio se derrumba. En su soledad, la bailarina boquea en una atmósfera que ha cambiado drásticamente con la partida de su amante. Como un pez fuera del agua, trata de superar su fragilidad repentina recreando las mismas configuraciones que enlazaba con él. Sus mil movimientos se suceden para luego dejarse caer hasta que él regresa. Entonces, un manantial brota del techo y asume la esencia de la mujer, de la que bebe Acosta con una copa que se me antoja demasiado literal y quizás fragmenta la armonía de la pieza.

«Paysage, Soudain, La Nuit» se inspira en la música tradicional cubana. La rumba y sus raíces africanas, con un campo de espigas como telón de fondo, brinda un escenario nuevo en el que los bailarines traslucen la imprevisibilidad de los elementos naturales mediante saltos ágiles a la luz diurna. Cuando cae la noche, el cuerpo de baile se inclina y cambia de plano, latiendo en grupo desde el suelo.

«Two» es un solo de Carlos Acosta en el que el coreógrafo demuestra un dominio absoluto de su cuerpo. El número se construye en un cuadro de luz de apenas un metro cúbico, donde el artista consigue la proeza de ampliar el espacio en el que se encuentra confinado sin salir de él. Los campos de tensión que crea sobre su eje lo convierten en una estatua humana que no se resigna a su pedestal de luz: Acosta tiene la virtud de difuminar los límites de una prisión que deja de existir cuando la música, lenta al principio, desemboca en una afluencia de percusión que desbloquea las posibilidades de su cuerpo con décadas de experiencia. Las piernas se unen a sus brazos como armas certeras que eclipsan a un enemigo invisible.

La muestra culmina con «Twelve», un número que hace gala de la coordinación admirable de la compañía a través de un espectáculo gimnástico en el que los bailarines se van lanzando botellas fluorescentes en un sinfín de combinaciones en el espacio. El cuerpo de baile hace lo imposible por superar el reto con una energía contagiosa, quedando vigente una compenetración absoluta que ilustra el proceso ensayístico de la compañía.