Arte y Dios de la mano de la mujer
La Iglesia que tanto ha oprimido a sus fieles durante siglos, también ha supuesto refugio para muchos. Permitió en épocas en las que era prácticamente impensable que algunas mujeres pudieran tener una vida intelectual, cultural y creativa. Hablamos de estas monjas artistas, pero eludiendo a Santa Teresa de Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz, porque ellas, al menos, han gozado de notoriedad y reconocimiento tanto cuando vivieron como con posterioridad, en nuestro ámbito cultural.
Me pregunto si debería hablar de Santa Hildegart Von Bingen, pues aunque fue toda una autoridad en su larga vida (llegó a vivir 81 años en una época en la que sus coetáneos morían con cuarenta) y ha gozado de reconocimiento después de su muerte, sin embargo es menos conocida en estas tierras que las insignes escritoras en lengua castellana.
Hildegart nació en 1098 en la zona del Palatinado, perteneciente al Sacro Imperio Germano. Era la hija menor (11 hermanos) de una familia noble, fue una niña enfermiza que con poco más de tres años comenzó a tener visiones que se encargaría de rentabilizar a lo largo de su vida. Ingresó con su hermana Mechtilde en el convento de clausura de Disibondenberg en 1106. Era un convento benedictino para hombres y mujeres (separados, eso sí) rico, cuyos miembros eran básicamente nobles y en el que se podía actuar con cierta libertad e independencia (muy relativa).
La época más intensa de su vida comienza a partir de los treinta y ocho años, cuando toma el relevo a la anterior abadesa del convento. Es entonces cuando da a conocer las visiones místicas que tenía, lo que le acarreó la antipatía de algunos y el apoyo del papa Eugenio III antiguo monje cisterciense. Fundó un convento propio en Rupertsberg, cerca de Bingen, emancipándose de los monjes de Disiodonenberg, ya que la relación con ellos había ido empeorando, y es que Hildegart era el principal foco de atracción y entrada de fondos del monasterio, que sin embargo eran controlados por los monjes varones. Una vez alejada de ellos termina su obra sobre visiones sacras y publica libros sobre ciencias naturales, herbología y medicina. No satisfecha con eso, realizó una colección de cantos para atender a las necesidades litúrgicas de su comunidad, pues la música era, según su forma de ver, otra forma de alcanzar el paraíso. Estas composiciones son su mayor aportación a la cultura occidental y el hecho de que fueran las mujeres las encargadas de entonarlas toda una revolución, pues se había ido imponiendo la idea de que el silencio de la mujer en los cultos debía ser total (la voz femenina fue sustituida por la de los niños y castrados durante siglos). Hildegart se encargó de embellecer el espacio de sus rezos y los cuerpos de las monjas con diademas, pinturas y velos, lo que debía sorprender a los que se acercaran al monasterio. Mantuvo correspondencia con papas, reyes, obispos, con muchos de los personajes influyentes de le época, acarreando con su conducta odios y afectos, aunque no a partes iguales. El cariño que generó debió ser importante y le permitió salir bien parada en las confrontaciones que mantuvo con el clero. Aunque se ha iniciado en dos ocasiones el proceso de santificación, ninguno de los dos intentos llegó a cuajar. Sin embargo su culto se propagó y fue inscrita en el Martirologio romano. El año 2011, el papa emérito Benedicto XVI la nombró Doctora de la Iglesia y posteriormente la inscribió en el catálogo de santos, extendiendo su culto litúrgico a través de una canonización equivalente que es una forma de santificar a alguien sin pasar el procedimiento ordinario, porque se entiende que la veneración es antigua y continuada.
Hildegart no fue la primera monja artista, aunque sus nombres han llegado con cuentagotas. Egeria, abadesa de un monasterio gallego, en el siglo IV realizó una peregrinación hasta Tierra Santa. Durante tres años fue enviando cartas a sus hermanas del monasterio, que se han conservado en un volumen llamado Peregrinación o Itinerario. En el libro describía lugares, costumbres, personajes, leyendas, contaba cómo se realizaban los oficios en Tierra Santa. Visitó Jerusalén, Nazaret, Tebas, Alejandría, el Mar Rojo y el desierto del Sinaí... Posiblemente la obra de Egeria sea la de la primera mujer escritora española reconocida y seguramente, este libro, sea la primera guía de viajes escrito por alguien de nuestro país. Poco es lo que se sabe de ella, pero sin lugar a dudas debió ser una mujer muy interesante,
Igual de desconocida es Ende (llamada por otros En), la primera pintora europea que firmó sus obras como tal. Esta monja e iluminadora de escritos en lengua castellana, trabajó en el siglo X en el Comentario al Apocalipsis compilado por el monje Beato de Liébana, que en la actualidad se conserva en la Catedral de Gerona. Firma junto con otros monjes, como Ende depintrix (pintora) y die aiutrix (ayudante de Dios). El Beato en el que aparece la firma de Ende como ilustradora, esta datado en el año 975 y se realizó en el monasterio de Tábara, situado al norte de Zamora, que fue destruido durante una razia de Almanzor, a finales del siglo X. Esta versión del Beato tiene ciento catorce miniaturas en las que se aprecia la influencia islámica y representa escenas de la cristiandad que no son comunes en otros: la vida de Cristo desde su nacimiento hasta la crucifixión, el intento de suicidio del rey Herodes... Estas ilustraciones se atribuyen a Ende, a la que se hace responsable no sólo de estos cambios, sino también de sustituir el aspecto plano de miniaturas anteriores, mediante una representación de volumen y naturalismo incipientes, predecesores del arte románico y un buen manejo del oro en las ilustraciones. Llama también la atención de los expertos que fuera ella la primera de los dos ilustradores en firmar, en lugar de hacerlo su compañero varón Emeterius. Tras este libro se pierde su pista. Hay quienes dudan de que fuera monja, sino una noble metida a pintora, pero resultaría extraño que tuviera la posibilidad de trabajar en un scriptorum una laica sin mayor virtud que la de pintar y teniendo en cuenta que muchas hijas de familias nobles ingresaban en órdenes religiosas con sus propias dotes, es factible que nuestra Ende (o En) fuera noble y monja al mismo tiempo. En lo que parecen estar de acuerdo todos es en el cambio que sus ilustraciones supusieron, tanto por la temática, como por la técnica adoptada, que dotaba de más fluidez e intensidad a las figuras.
Hay infinidad de historias interesantes sobre estas y otras mujeres que pasaron su vida (de forma voluntaria o no) al servicio de Dios. Entre los casos más llamativos de mujeres que ingresaron en contra de su voluntad en un convento, está la de Eloísa Paracleto, que lo hizo por imposición de su esposo. Su historia de personal (que después de leer un poco, me da miedo calificar como de amor) con el teólogo y filósofo Pedro Abelardo, es de las más crueles y enrarecidas que he encontrado. También es interesantísima la historia de Sor Marcela Félix, monja trinitaria descalza, hija bastarda de Lope de Vega, que decidió quemar buena parte de su obra escrita, por consejo de su confesor (diréis lo que os parezca, pero es para darle una pedrada en la cabeza al hombre). A pesar de esto, han llegado hasta nuestros días seis obras de teatro alegórico-religioso, veintisiete romances; siete loas, villancicos, seguidillas, endechas jaculatorias y una biografía de una hermana de su orden. No podemos por menos que alegrarnos de que la destrucción fuera parcial y es que la hija de Lope de Vega no heredaría dinero, pero sí heredó buena parte del talento de su padre.
¿Os quedáis con ganas de saber más? Voy a revelaros un secreto: yo también.