Especial Billy Wilder

Billy Wilder: El crepúsculo del dios y balance final de su obra

Después de alcanzar la cima creativa gracias a «Con faldas y a lo loco» y «El apartamento», era imposible que Wilder se superara a sí mismo. Aun así, de las películas que realizó entre 1961 y 1981, hubo dos excelentes («Uno, dos, tres» e «Irma la dulce»)

28 jun 2020 / 15:16 h - Actualizado: 28 jun 2020 / 15:35 h.
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  • Billy Wider y Kim Novak. / El Correo
    Billy Wider y Kim Novak. / El Correo

Por lo demás, hubo de todo: tres buenas comedias («En bandeja de plata», «Avanti» y «Primera plana»), dos obras fallidas pero con aspectos valiosos (»Bésame tonto» y «La vida privada de Sherlock Holmes») y dos historias de escaso interés («Fedora» y «Aquí un amigo»). En varias ocasiones, algo impidió que el resultado fuera redondo. A veces fue cierta falta de ritmo, otras alguna interpretación disonante y otras la ausencia de equilibrio del conjunto. Aun así, siempre había atisbos de la mente genial del cineasta y algún que otro descacharrante personaje que robaba la función. Recordemos algunas películas de este periodo...

Nos reímos a mandíbula batiente con «Uno, dos y tres» («One, two, three», 1961), una excelente farsa de ritmo trepidante ambientada en el Berlín inmediatamente anterior a que se levantara el Muro, que saca punta a los excesos del capitalismo y sobre todo del comunismo. James Cagney bordó su papel de hiperactivo ejecutivo agresivo y estuvo muy bien acompañado por un ramillete de personajes a cual más tronchante –su secretaria, su asistente y tres rusos corruptos-. «Irma la dulce» («Irma la douce», 1963) es una hilarante comedia con cadencia de musical en la que un gendarme parisino (Jack Lemmon) se enamora de la prostituta más atractiva del bulevar (Shirley MacLaine). Los protagonistas estuvieron sensacionales y hubo un secundario roba escenas, el dueño del bar, que en cada una de sus apariciones aludía a alguna imposible faceta de su pasado.

«Bésame tonto» («Kiss me, stupid», 1964) es una desigual farsa en la que un matrimonio se ve tentado por terceros tan seductores como Kim Novak y Dean Martin. Fracasó en taquilla y el pobre Billy fue acusado de animar cínicamente a las parejas a recurrir a la cornamenta como peculiar fórmula para recobrar la llama del amor conyugal. En «La vida privada de Sherlock Holmes» («The private life of Sherlock Holmes», 1970) el mítico detective tiene que resolver el misterio del no menos afamado monstruo del lago Ness. Pese al original punto de partida y a su belleza visual, Wilder se sintió frustrado por el algo descompensado resultado final, que obedeció a que no se pudo ocupar de supervisar el montaje.

Billy Wilder: El crepúsculo del dios y balance final de su obra
Una escena de ‘Avanti’. / El Correo

«¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?» («Avanti», 1972) es una comedia romántica, acre y humana al tiempo, sobre un rígido millonario norteamericano (Jack Lemmon) y una inglesa acomplejada (Juliet Mills) que reproducen en una isla de Italia el romance secreto que vivieron antes sus progenitores. Sorprendentemente, el personaje de Lemmon apenas nos hace reír, pero el punto de genialidad lo proporciona el dueño del hotel (Clive Revill) que acapara con raro encanto todos los clichés del Sur de Italia que se nos puedan venir a la cabeza. «Primera plana» («The front page», 1974) fue un remake de la superior comedia de Howard Hawks, «Luna nueva» («His girl Friday», 1940). La protagonista del original –la intrépida reportera Hildy a la que dio vida Rosalind Russell- fue sustituida por un hombre (Lemmon) y Walter Matthau reemplazó a Cary Grant como editor del periódico. Pocas veces estuvo Wilder más ácido que en este jocoso retrato del periodismo más voraz. Debió divertirse especialmente con el personaje del graciosísimo psicoanalista que caricaturiza las tesis de su paisano Freud, que el director encontraba exageradas.

Balance final

El tema recurrente de Wilder fue el retrato sarcástico de las mascaradas a las que recurrimos para conseguir nuestros propósitos. Como director ponía siempre todo al servicio de la historia, por lo que ni introducía elementos supérfluos para exhibirse en la faceta técnica, ni seguía la corriente. Cuando todos recurrían al Cinemascope o similares formatos panorámicos a cual más horizontal, él los soslayó aduciendo que solo servían para contar la historia de amor de dos perros salchicha.... Sus bazas eran un texto sólido sembrado de potentes diálogos, un casting acertado, una buena preparación de los actores, una dirección artística que realzara la historia, luces, cámara y acción. Además, era tan eficiente rodando que, tras hacer el montaje, apenas le sobraba celuloide.

Si bien experimentó en vida la gloria, desmitificó el glamour de su oficio reconociendo sus sombras: las luchas, el desgaste y lo mucho que hay tragar (tanto, que te hace sentir muy pequeño). En todo caso el balance final de su carrera es extraordinario. Fue nominado ocho veces como director y ganó dos Oscars. Fue nominado doce veces (¡doce!) como guionista y ganó tres. Se atrevió con casi todos los géneros, creando nada más y nada menos que dos de las mejores comedias de la historia del cine («El apartamento» y «Con faldas y a lo loco»), una de las cumbres del cine negro («Perdición»), otra gran obra del cine de juicios («Testigo de cargo») y una brillante e inclasificable historia que representó el incómodo espejo en el que Hollywood no quiso mirarse («El crepúsculo de los dioses»). Trabajó siempre para los grandes estudios pero, sorteó sus dictados y logró expresar su personal forma de ver el mundo. Su mente original nos entretiene, nos mata de risa y nos da que pensar.

Hay una anécdota de su vida que parece sacada de una de sus películas. Huyendo del nazismo, intentó entrar en EE.UU por la frontera de Méjico, fracasando varias veces en el intento. Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, un oficial le preguntó «¿Profesión?», él contestó «Cineasta» y el funcionario le dejó pasar, diciéndole «Haz buenas películas entonces». Y vaya si cumplió...