«Blue Jasmine»: Los ricos y los trabajadores bajo una lupa
Con frecuencia, algunos aficionados al cine han encasillado a Woody Allen en el terreno de la comedia y solo de la comedia. Es algo injusto ya que el realizador neoyorquino es capaz de abordar el drama con gusto y profundidad. Uno de los ejemplos que mejor avalan el trabajo de Allen cuando se sumerge en las miserias humanas desde la tragedia es su película «Blue Jasmine»
La cartelera necesita la película anual de Woody Allen para tener algo más de brillo. Los aficionados al cine esperamos, siempre, ese trabajo, sabiendo que, sea como sea, tendremos la oportunidad de asistir a un buen espectáculo. Gustará más o menos, pero saber que, una vez al año, tenemos una cita con el gran cine, alivia y rebaja la desazón que genera tanta producción mediocre, tanta película vacía y prescindible.
El año 2013, Allen entregó una de sus mejores películas. «Blue Jasmine». Ácida, comprometida, llena de matices, elegante, divertida y trágica al mismo tiempo. Un guión excelente, una interpretación de Cate Blanchett fantástica, un reparto que defiende con uñas y dientes su trabajo, una puesta en escena cuidadísima, la fotografía de Javier Aguirresarobe extraordinaria, una banda sonora delicada que acompaña la acción sin entrometerse lo más mínimo. Todo en «Blue Jasmine» se acerca a lo perfecto. La dirección de Woody Allen rebosa profesionalidad, con los actores logra un resultado fuera de lo normal y dice lo que quiere sin una sola duda, con maestría. Parece que la vuelta a Nueva York, después de su estancia en Europa, le fue bien al realizador.
«Blue Jasmine» cuenta la historia de una mujer que ha estado viviendo en un mundo soportado por riquezas de dudosa procedencia, fingiendo no saber nada del asunto (aquí, en España, eso de las esposas que no saben nada nos resulta muy familiar). Cuando eso se viene abajo (esto ya nos suena a chino porque abajo, lo que se dice abajo, aquí no se viene nada si se trata de familias en las que las esposas no se enteran), ella no renuncia a volver a estar en el mismo lugar, pero, sin casa y sin dinero, busca a su hermana para vivir con ella. Las dos mujeres son muy distintas. Allen logra que veamos lo que supone asumir una situación o no hacerlo. Una montaña de pastillas contra la depresión no es suficiente para salvar el problema que genera no encontrar ubicación lejos de la impostura en la que muchos convierten su vida. Pero, también, Allen nos habla de lo que supone la corrupción y la falta de escrúpulos contraponiéndolo con la vida normal en la que es más importante ser feliz que tener bienes materiales para poder serlo. Todo se salpica de situaciones divertidísimas y de otras angustiosas; todo se mira desde la acidez. La crítica social es apabullante aunque deja espacio al espectador para que pueda colocarse en el lugar que desee. Nada de empujones.
Es posible que los temas a los que recurre este director normalmente, los asuntos que le obsesionan, se encuentren en esta película. Pero Allen logra que parezca la primera vez que nos lo cuenta. Entre otras cosas, porque pone dos mundos frente a frente: el de los ricos y el de los trabajadores. Eso sí, sin modificar la mirada en cada caso. Si uno de esos mundos se presenta desde el desánimo y la depresión, el otro también. Woody Allen quiere enfrentarse a la realidad y sabe que no valen juegos de malabares o mágias extraordinarias. Y entre otras cosas, la película cuenta con la interpretación de Cate Blanchett que nos permite ir conociendo al personaje que encarna con cada gesto, en cada toma; es tal lo apabullante de su trabajo que el guion parece relegado a un segundo término en esa construcción del alma del personaje. Además, la película entera parece diseñada para que sea así. Era muy difícil que el Oscar correspondiente no terminase es sus manos. Pero, también, Bobby Cannavale (ya le habíamos visto en la serie de televisión «Boardwalk Empire») está inmenso. Alec Baldwin hace su trabajo (a un actor como este tampoco se le puede pedir una cosa formidable). Sally Hawkins disfruta de lo lindo. Peter Sarsgaard lo mismo. Por si era poco los personajes que diseña Woody Allen son espléndidos. Los principales se dibujan con trazo fino y exacto; los secundarios logran con éxito ser lo que son. No hay que olvidar que un buen secundario debe contener un solo rasgo, a lo sumo dos, para que ilumine al principal sin restarle importancia y sin crecer tanto como para convertir el guion en un galimatías.
El montaje de «Blue Jasmine» es inteligente y permite al espectador seguir la línea argumental fácilmente. El director encaja bien cada parte de la trama sin que las diferencias de tiempos se vean afectadas y sin que el tempo general se altere. Perfecto también.
«Blue Jasmine» es una muy buena película que aleja al director de una fama (injusta) que le coloca entre los directores que se dedican a filmar películas graciosas y poco más.