¿Cabe en el género de terror cualquier cosa que pueda imaginar el guionista? ¿Es creíble lo que nos enseñan en las películas de terror por el hecho de estar incluidas en una forma de contar que se apoya en sucesos extraordinarios? ¿Hasta dónde pueden llegar las licencias? La respuesta es única para todas esas cuestiones. Si la coherencia interna del relato soporta lo narrado por extraño o fantástico que sea, si es así, lo verosímil llegará sin problemas a pesar de los posibles excesos visuales, sonoros o narrativos. El aliño será cosa anecdótica frente a la estructura coherente. Porque el relato es verosímil si su coherencia interna en poderosa y estable. Eso sólo se consigue si el narrador (es lo mismo que el punto de vista y en cine también lo hay) es capaz de organizar un cosmos con identidad propia en el que se muevan personajes con alma.
Cuando un espectador se sienta en una butaca y diez minutos después no soporta lo que ve es que algo va mal (dentro de la película casi siempre). Eso suele ser el resultado de un mal trabajo (hablamos de un espectador medio). Nunca tiene que ver que la película sea de un género u otro, que el tema elegido sea este o aquel. Eso es otro problema.
«Candyman» (1992) es una película dirigida por Benard Rose. El libreto es obra del retorcido Clive Barker. Se rodó entre 1991 y 1992. Y es una película encuadrada en el género de terror. Una película con un arranque magnífico. Virginia Madsen (con unos kilos de más) se maneja con una soltura que le permite tomar el control desde el principio. No hace de rubia tonta y gritona (como lo son la mayoría de mujeres rubias y gritonas que aparecen en las películas de terror). El director se toma su tiempo para ir presentando a los personajes, para fijar las reglas del juego dejando listo un clima perfecto para que avance la trama y todo encaje. Todo ello dentro de una lógica propia del género de terror. Todo es creíble. Porque, además, con mucha astucia, Rose, elige escenarios muy cercanos y personajes muy bien reconocibles para el espectador. Toda la pantalla va llenándose de colores vivos que destacan entre la miseria de un barrio deprimido. Parecen, esos colores, los faros que la maldad utiliza para saber dónde ir. Allí brillan y allí se cometen los crímenes de todo tipo. Para rematar este arranque, escuchamos una partitura excelente encargada a Philip Glass que acompaña los momentos de tensión y cada susto (también los hay) eficazmente. El escenario, el conjunto de todos los ingredientes, se convierte en el lugar perfecto para revisar el mito de Fausto (ese parece ser el objetivo). El infierno de la realidad, en el que no aparece ni la policía, es el lugar en el que el mal tiende a aparecer.
La actriz Virginia Madsen entrega una actuación magnífica. / El Correo
Tras esa primera media hora espléndida de película, la cosa deriva hacia territorios mucho más convencionales, más llenas de sangre, crímenes violentos y sustos por doquier. Esta es la parte que peor soporta el paso del tiempo por parecerse en exceso a otras películas de terror. Cuando Candyman aparece en pantalla todo se tiñe de rojo y el espectador es lo que ve. Y, desde ese momento, se aprecia una falta de ideas alarmante en el guionista que quiere solventar con un final que puede parecer imaginativo aunque no lo es tanto. Ese final es explicativo, informativo en exceso. Es el cierre de lo que ya está dicho. El discurso de «Candyman» contiene ese final claramente durante su desarrollo. Y parece que Barker se ve obligado a dar pistas sobre lo que ha tratado: la leyenda urbana. Termina resultando que lo del mito de Fausto es una excusa y que lo importante es lo otro. Es decir, indaga en cómo puede sobrevivir la leyenda urbana, en cómo el personaje es lo de menos mientras se mantenga viva (la leyenda) y en cómo el relato es lo verdaderamente importante. Pues bien, esto es explicado en un final más forzado de lo que espera un buen aficionado al cine de terror.
Acompaña a Virginia Madsen el actor Tony Todd. Si ella está estupenda, él no lo está tanto. Es verdad que el corte del actor es muy shakesperiano y eso ayuda a construir una imagen determinada, pero su papel no da para más. Los secundarios se mueven con cierta normalidad por la pantalla y no tienen una importancia demasiado relevante. Les matan y esas cosas, pero poco más.
¿Quieren saber si se pasa miedo? Pues al principio todo es inquietante y angustioso. Finalmente, todo es bastante asqueroso. Sangre, fuego y gritos de terror. ¿Es una buena película? Vista hoy, algunas cosas han resistido mal el paso del tiempo aunque en su momento fueron novedosas y atractivas. En conjunto se deja ver a pesar de que el guión pierde mucha fuerza en su segunda mitad. ¿Hay que verla? Claro que sí. Sin niños cerca. Ni miedosos o alérgicos a la sangre.
Ya me contarán.