Cinco novelas imprescindibles en una biblioteca

Resulta casi imposible elegir cinco novelas entre las mejores aunque si hay que hacerlo se hace. Estas son las elegidas por el autor del artículo

18 ene 2023 / 16:21 h - Actualizado: 18 ene 2023 / 17:03 h.
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Si el que escribe tuviera que elegir las cinco mejores novelas, para llevar en su maleta antes de partir hacia una isla abandonada, tendría serios problemas para confeccionar la lista. Son muchas las obras que no merecen quedarse fuera y esto de elegir lo mejor entre lo más selecto es un ejercicio de dificultad extrema. Sea como sea, estas serían las elegidas. Por supuesto, no hace falta quedarse solo en el mundo para leer estas maravillas. Disfruten de ellas si no lo han hecho ya.

Cinco novelas imprescindibles en una biblioteca

La muerte en Venecia

Si un autor se ha aproximado a la muerte con delicadeza, con claro sentido artístico, sin hacer aspavientos estúpidos o gratuitos y, además, logrando un resultado envidiable, ese ha sido el alemán Thomas Mann. Su nouvelle «La muerte en Venecia» es una auténtica joya de la literatura que nos arrastra hasta esa senda que comparten todos los hombres y mujeres, la que lleva hasta la muerte.

El texto soporta bien una lectura superficial o literal. Está tan bien escrita que aguanta una mala lectura. Pero, por supuesto, el texto de Mann es mucho más de lo que dice expresamente, mucho más de lo que se ve aparentemente. Mann revisa su idea de universo, de la mitología y lo que representa, del proceso creativo al escribir, de la muerte como final del ser humano. Y lo hace utilizando un lenguaje exquisito, de tono alto y aliento largo, un lenguaje lleno de matices.

La lectura fácil y, si me lo permiten, irrelevante, sería la que fijase su atención en la relación de amor imposible que se establece entre un hombre recién llegado a la vejez y un adolescente. En sí misma, esa lectura resulta agradable aunque lo esencial queda oculto. Sería una lástima dejarlo así.

La lectura más adecuada, el reto que debe plantearse el lector, es la que tiene como protagonistas a Hermes, Apolo, Dionisio y un sinfín de referencias mitológicas que convierten el texto de Mann en una auténtica maravilla, en un universo que transitan unos personajes que, de pronto, se convierten en gigantes, en claros referentes, en parte de nuestra realidad. La contraposición y el tránsito entre lo apolíneo y lo dionisiaco, el camino que va del arte a la muerte o de la idea a la verbalización de la misma, el enfrentamiento entre la nada de Nietzsche y la eternidad de los dioses; son los cimientos de una trama que indaga en lo que es la condición humana.

Es muy importante, antes de leer esta novela, entender que en este texto (como en todos los grandes relatos) nada sucede sin ser necesario, esencial. Por ejemplo, cuando el personaje protagonista, un escritor llamado Aschenbach, se refresca tomando una mezcla de granada y soda, hay que tener en cuenta que ese zumo está vinculado a Hades puesto que, cuando éste secuestra a Perséfone, se lo hace probar ya que si come o bebe está condenada a no salir de allí jamás. Si esto no se conoce no pasa nada, pero se pierde ese nivel de exquisitez absoluto. Otro detalle: ese personaje principal también está preso en Venecia, está atrapado por un amor imposible. Todo se entrelaza en esta novela, todo está por una razón poderosa.

Los sueños del protagonista nos llevan hasta el territorio de los ritos báquicos, los actantes comparten rasgos fundamentales con Hermes, todo convierte la lectura en un esfuerzo delicioso. Incluso la ciudad, Venecia, funciona como correlato objetivo y recuerda, además, a esa Atenas idealizada y finalmente condenada al desastre total. Platón y su filosofía están presentes. ¡Ay, ese mar que es la eternidad y la propia muerte!

Cinco novelas imprescindibles en una biblioteca

La muerte de Iván Ilich

«La muerte de Iván Ilich» es la novela de personaje más arquetípica de todas las que se han escrito. Desde la primera frase, todo lo que leemos busca construir a Ivan Ilich, al personaje principal, con exactitud. Sabemos cómo es físicamente y sabemos cómo piensa y cómo evoluciona su forma de enfrentar la realidad. Construir al personaje es lo que da sentido a la narración y, por ello, se utilizan vehículos de gran solvencia que apuntalan la narración hasta convertirla en obra maestra.

Un primer elemento técnico lo podemos tomar como si fuera una clase de escritura creativa. Tolstói utiliza un narrador no identificado con el que puede indagar en la consciencia del personaje. Es el único narrador posible para contar esta historia. La anécdota es que Tolstói comenzó utilizando un narrador personaje, el propio Iván Ilich, pero pronto se dio cuenta de que un personaje en su situación no sería capaz de narrar buena parte del relato. No siempre el narrador en primera es la mejor de las opciones para evitar el filtro de una voz narrativa distinta. Además, cualquier otro narrador diferente, hubiera convertido la nouvelle de Lev Tolstói en otra cosa distinta.

La muerte es otro de los elementos fundamentales de la novela. ¿Qué es la muerte? ¿Qué supone para el que se aproxima a ella irremediablemente? ¿Y para los que quedan vivos? ¿Es algo tan negativo y horrible como se ha dicho siempre o supone el fin del sufrimiento? En esta novela es fundamental la muerte y cómo ha de tratarse a los enfermos que están esperando a morir.

La crítica social también soporta buena parte de la estructura narrativa. Todo sirve para construir al personaje principal. Incluidos los que llamamos actantes. Un actante es todo aquello que aparece en la narración y sirve para iluminar al personaje principal. Bien puede ser un escenario, bien un objeto o cualquier otro personaje. En el caso de «La muerte de Iván Ilich» el sirviente Gerasim o la familia de Iván son claros ejemplos. Este es el elemento técnico que en la literatura actual tiene una importancia vital. Por ejemplo, el correlato objetivo procede de estas primeras novelas en la que los actantes ya funcionaban a pleno rendimiento.

La novela está inspirada en un hecho real que conoció Tolstói a través de su hermano. Le conmocionó tanto que decidió escribir sobre ello. Es una muestra de cómo la experiencia, propia o vicaria, es motor creativo para grandes escritores.

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La metamorfosis

Este relato de Franz Kafka es un monumento a la literatura. Todo está colocado en su sitio, nada sobra, nada falta. Desde la elección del narrador hasta el desenlace de la trama o el desarrollo teológico que lleva a cabo el autor, todo parece exacto en la novela.

Una lectura superficial podría llegar a ser entretenida, pero lo importante de «La metamorfosis» no está precisamente en lo facilón o en lo irrelevante. El argumento es conocido por casi todo el mundo. Una mañana, Gregorio Samsa descubre, al despertar, que se ha convertido en un insecto enorme y repugnante. A partir de este momento, Kafka centra el foco en el personaje para que podamos entender. Insisto en que una lectura superficial nos llevaría de anécdota en anécdota aunque nos alejaría de eso que Kafka había preparado para los buenos lectores.

Un aviso muy importante: si las novelas de Kafka, en general, se leen sin tener en cuenta el sentido del humor que desplegaba el autor al escribir, no se puede disfrutar de la lectura al 100 por cien. Una lectura seria, sin asumir que todo es una enorme broma, nos lleva a territorios áridos y poco interesantes. Kafka leía lo que iba escribiendo a sus amigos en los cafés de Praga y todos se reían muchísimo, incluido el autor.

El registro que utiliza Kafka en «La metamorfosis» es simple, de tono y alientos medios. Y las imágenes están relacionadas, casi en su totalidad, con la teología judía y con el número tres que llega a adquirir valores cercanos a la heráldica. Piense el lector que, aparte de Gregorio, su familia está formada por padre, madre y hermana (3); que se alquilarán habitaciones a tres hombres; que al final de la novela se escribirán tres cartas; que conocemos las tres puertas de la vivienda... Este tipo de detalles conviene tenerlos en cuenta.

El trasfondo religioso en «La metamorfosis» es muy importante. Kafka renegó del judaísmo que le impuso su padre siendo niño. Pero le quedó un poso que no se podía quitar de encima salvo escribiendo y, así, eliminando los fantasmas de todo pelaje. Lo que el Génesis quiere desarrollar en cuanto a nomadismo o sedentarismo se refiere, está en el relato de Kafka. Buscar, no quedarse quieto, es fundamental. Dios premia al que continúa buscando tras la expulsión de Adán y Eva del Edén. También está inserto en el relato el pasaje de Caín y Abel. Una lectura intentando encontrar estos aspectos es una maravilla.

Cinco novelas imprescindibles en una biblioteca

El corazón de las tinieblas

No serán muchas listas las que incluyan «El corazón de las tinieblas» como una de las mejores novelas escritas hasta ahora. Porque no es fácil, ni atractiva; porque no parece, a primera vista, que cuente nada del otro mundo. Pero se trata de una obra maestra.

En principio, el texto no cuenta gran cosa. Un viaje. Los que se interesan por esta obra de Conrad, si buscan información, encuentran comentarios, análisis, reseñas y críticas, que hablan de un viaje al mismísimo infierno; a un lugar parecido, al menos. Y no, el viaje no se llena de peligros, ni la tensión narrativa va en aumento a medida que se desarrolla la trama y el trayecto. Cualquier viaje que terminase en algo parecido al infierno tendría una estructura y un material narrativo muy concreto. Este no es el caso. El viaje se dibuja a través del río Congo (no se nombra de forma explícita como tampoco aparecen los nombres de los lugares, cosas o personas). Es un viaje lento, peligrosamente anodino. No parece que pase nada que nos haga pensar en nada que no sea la desintegración del ser humano. No hay que olvidar que Conrad escribía sobre el Congo, un país esquilmado de forma brutal por los belgas, un territorio convertido en un erial en pocos años. No se respeta ni a las personas ni al medio ambiente. Esa desintegración se va construyendo en la novela (una paradoja eso de construir la desintegración) al ritmo que el barco avanza por el río. Despacio, con desgana, entre la apatía de todos. La rutina, la pereza, la desgana o la desazón, son compañeros de viaje y se van haciendo un hueco protagonista.

La novela de Conrad trata de mostrar una realidad en la que todo se repite, en las que no cambia nada. El tiempo y el espacio pueden ser siempre los mismos. Porque, al fin y al cabo, el viaje es siempre el mismo.

La voz narrativa está muy bien construida. Aparece muy brevemente un primer narrador aunque desaparece sin dejar rastro. Será Marlow el que nos cuente la historia, el que nos vaya dando un poco de esto o de aquello para ir trazando las líneas fundamentales de eso que quiere expresar.

Es muy interesante cómo la selva se convierte en un personaje más. Es algo así como un testigo silencioso y amenazante. Las flechas que llegan desde esa selva lo hacen sin que sepamos quien las lanza, con qué intención; sin saber qué se quiere destruir o conquistar. El silencio asesino que complementa a la pereza o a la rutina, también asesinan.

Y si la selva es silencio, un personaje llamado Kurtz se presenta como una voz. El discurso de algunos personajes es fragmentado y, a veces, incomprensible (las conversaciones se mutilan puesto que el testigo no tiene acceso a una buena audición). El discurso de Kurtz se convierte en paradigma puesto que nadie dice lo que él, nadie puede hacerlo como él. Kurtz es la voz. Esto es algo que se contrapone a lo que sucede cuando conocemos al personaje. Llegado es momento, Kurtz dice: «El horror, el horror...»; poca cosa. Pero es cierto que al ser tan puro y tan críptico, el lector se ve obligado a especular sobre el significado.

Cinco novelas imprescindibles en una biblioteca

El gran Gatsby

Uno de esos relatos excepcionales que no termina de gustar a muchos es «El gran Gatsby», un texto que firmó F. Scott Fitzgerald.

Este es un relato que se suele leer mal, que se mira como la fotografía de una época llena de frivolidades y terrenos superficiales. Poco más que no fuera eso. Eso o pobreza y miseria de muchos contrapuesta a una vida extravagante, en todos los sentidos, de unos pocos. No hace falta decir que una lectura correcta del texto proporciona una de las experiencias literarias más atractivas que puede imaginar un lector cualquiera.

Como siempre sucede en la literatura del siglo XX, la clave, lo que no podemos pasar por alto, es el punto de vista o, lo que es lo mismo, el narrador utilizado. Este artefacto literario es fundamental. Porque todo narrador tiene una intención y en el caso de «El gran Gatsby» es esa intención lo que articula y condiciona toda la novela. Scott Fitzgerald hace un despliegue técnico deslumbrante alrededor de su narrador. Es impresionante.

Nick Carraway es el narrador personaje que nos contará la historia pasada y presente de Jay Gatsby. Pero lo hará (no seré muy explícito para no desvelar aspectos fundamentales de la trama) ocultando todo un campo semántico con el fin de no desvelar todo aquello que tenga que ver con su propia sexualidad y con la del resto de personajes. No le interesa y hace regates sin esconderse. Esto es algo vital puesto que, sin mentir, Nick ocultará aspectos para que la lectura se modifique radicalmente. El texto se inunda de detalles a tener en cuenta. Por ejemplo, el nombre de pila de Gatsby, Jay, ¿no se parece en exceso a gay? ¿Es casualidad? ¿Tiene algo que ver con el perfil del personaje? De estos hay muchísimos y obligan al lector a estar atento, a no dejar de mirar con atención.

Por otra parte, cualquier recurso posible es utilizado por el narrador para decir sin ser explícito, para sugerir. En este sentido, Scott Fitzgerald es honesto y respetuoso con el lector, entrega todo el espacio posible, sin apreturas, sin empujones.

Es cierto que la novela se salpica con personajes extravagantes, con fiestas disparatadas, con historias de amor imposibles o con materiales narrativos que buscan el suspense y una tensión más que apetitosa; pero eso no deja de ser anecdótico. Lo importante, lo fundamental, llega desde la voz narrativa.

El relato se desarrolla bien y se resuelve mejor. E incluye una de las elipsis mejor construidas de la historia de la literatura (Nick sale de una fiesta en compañía de un fotógrafo al que acaba de conocer y...).

Imprescindible, monumental, maravillosa.