Cuento de verano: Esfera de confort

José Carlos Carmona JoseCCarmona /
17 ago 2021 / 11:22 h - Actualizado: 17 ago 2021 / 11:25 h.
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Como esta tarde de martes hace mucho frío según la aplicación de su reloj, Eusebia decide salir de la esfera con su patín eléctrico monociclo. Como ella vive en una esfera de clase dos, tiene suerte de tener entre esfera y esfera un carril específico para patines, otro para segway y otro para bicis, aparte de los habituales de motocicletas, motos de gran cilindrara, coches, todoterrenos, autobuses y camiones. Sabe que el fresco en la cara y el ruido del rozamiento de las ruedas de los camiones le hará bien porque le recordará a su niñez. Ella tiene 79 años, pero recuerda perfectamente cuando aprendió a usar su primer patín eléctrico monociclo hace ya 71 años. El implante de Facebook que le puso su padre a los seis años, le permite recordar con claridad todas las imágenes y vídeos de su pasado (también los debates sobre perros y gatos cuando los prohibieron dentro de la esfera).

Salir de la esfera le produce, de pronto, cierto temor, no es como recordaba, y eso le estimula. Trabaja en la fábrica de implantes y casi siempre sus días son muy parecidos y rutinarios (pero nada monótonos, ya se encargan los de Apple de enviarle nuevas aplicaciones cada dos días. Eu está deseando llegar al nivel 3 para que le corresponda una aplicación nueva los sábados. Eso la haría muy feliz). Es el frío también lo bueno. En la cúpula, los 22 grados están garantizados todos los días del año y aunque la cúpula de su ciudad no se terminó hasta 2060 (una de las últimas) ya casi no recuerda la sensación de frío. Y no tiene ropa adecuada. Guardaba un chaquetón de tiempos de Donald Trump Junior, pero con la de pobres que hay fuera de la esfera desde aquella época, lo regaló en las Navidades pasadas por una película vieja de sentimientos que vio. (Ella prefiere las típicas de borracheras y patadas en el culo). En fin, que se ha atado un edredón de cama pequeña que tenía, se ha subido a su patín eléctrico monociclo y se ha lanzado afuera.

Lo primero que le sorprende es que el airecillo exterior no es como el del simulador de sierra invernal de su centro comercial. Allí, el viento falso viene siempre de la misma zona y está justo en el nivel de fuerza que lo hace agradable. Ah, y huele a pino en una concentración perfecta. Aquí fuera el aire es como anárquico, se mueve caprichosamente golpeándole de manera desordenada. Se tendría que haber llevado unas gafas de sol, pero en la esfera no la usan desde hace años, el cristal de la cúpula tiene el filtro Shadow and Light Bagpipes, de fabricación escocesa, ya que la isla de Lewis, de donde era la abuela de Donald Trump Junior fue elevada a gran factoría universal en los años 30.

El sol le molesta a Eusebia en los ojos, pero empieza a recordar que hubo una enfermedad llamada cáncer de piel o algo así, ya erradicada en los años cincuenta para los habitantes de las Esferas, que estaba producida por el sol. Se agobia y está por presionar el tacón y poner rumbo a la esfera cuando ve a media distancia, un gorrión. No veía uno desde los años 20, cuando las cotorras argentinas expulsaron a todos los gorriones. Eu se baja de su patín y siente el tacto de la tierra auténtica bajo sus pies, camina (algo que hace muy escasamente) y oye el canto de los pájaros auténticos en la copa de un pequeño olivo. Y siente la necesidad de echarse en tierra y mirar al cielo. Y entonces, siente la felicidad plena de la vida por sus venas y se alegra de su tarde de martes en el campo.