Custodias de la ciudad

Esteban Moreno Hernández publica ‘En torno a las murallas de Sevilla’ (El Paseo Editorial), un estudio que recoge los últimos hallazgos en torno a las defensas y las puertas de la capital andaluza.

Custodias de la ciudad

Custodias de la ciudad / Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

«Desde los orígenes del urbanismo, las murallas tuvieron una función eminentemente defensiva para la protección de los bienes y los habitantes de la urbe, que necesitaban un espacio seguro para el desarrollo de sus actividades mercantiles, un objetivo que está en los orígenes de la poliorcética, la compleja tecnología que persigue la mejora de las defensas urbanas frente a la evolución de las técnicas militares de asalto a lo largo de los siglos». Este párrafo, extraído del primer capítulo de ‘En torno a las murallas de Sevilla’, puede darnos una idea del tono empleado por Esteban Moreno Hernández para hablar de uno de los símbolos más representantivos de la ciudad. Nacido en Valencia en 1956, pero de residencia sevillana desde su primera infancia, el autor de la nueva apuesta editorial de El Paseo ha sido profesor de Enseñanza Secundaria y posteriormente Catedrático de Geografía e Historia desde el año 2000 hasta su jubilación. En el año 1998 participó en la fundación de la Asociación de Profesores para la Difusión y Protección del Patrimonio «Ben Baso», desde donde continúa realizando una sostenida labor sobre patrimonio histórico. En el año 2021 redactó el capítulo, «Triana: apuntes para la historia de un barrio alfarero», en la obra Guillermo Moreno y la cerámica de Triana, de Ana María Moreno Fernández (2021). Asimismo posee una amplia experiencia en su especialidad, fruto de la cual es la publicación de libros de texto y materiales didácticos, siendo este su primer libro de divulgación sobre el patrimonio sevillano.

Quince metros sobre el nivel del mar

En consecuencia, aquel que decida entregarse a la lectura de ‘En torno a las murallas de Sevilla’ encontrará un libro rico, documentado y eminentemente didáctico que le servirá no solo para conocer las puertas y los límites del casco antiguo, sino para descubrir la ciudad misma. Por poner un ejemplo, ¿sabía que los primeros indicios de ocupación del solar hispalense se remontan al siglo IX a.C.? Como bien señala Moreno Hernández en el segundo capítulo, dicho establecimiento se debe a unos comerciantes de origen fenicio que «establecieron un asentamiento sobre un promontorio ligeramente elevado» —quince metros sobre el nivel del mar— entre el cauce del Tagarete por el este y el sur, y el extenso cauce del Guadalquivir por el oeste, al fondo de su amplio estuario, «que sería conocido en los textos clásicos como Lacus Ligustinus». Dado que el trabajo del profesor afincado en Mairena del Aljarafe posee un importante aparato crítico, dicha exposición se completa con una nota a pie de página que nos remite a ‘Ora Maritima’, texto compuesto por el poeta romano Rufo Festo Avieno hacia el siglo IV d.C.

Dicho lo cual, ¿en qué momento vería la luz la primera de las custodias de la ciudad? Es difícil saberlo, puesto que las primeras referencias literarias a la ciudad son de época romana, siendo en el contexto de las guerras civiles entre Julio César y Pompeyo cuando se menciona por primera vez el «oppidum» hispalense, una «fortificación importante», según Esteban Moreno. ¿Fue por tanto el vencedor en la guerra de las Galias quien mandó construir las murallas de Sevilla? Las excavaciones arqueológicas realizadas hasta la fecha no sustentan esta afirmación, aunque para el autor del libro «no es desdeñable suponer que el dictador, dentro del programa de refundación de la ciudad, ordenara la reconstrucción, consolidación, o nueva construcción en algunos tramos de la muralla republicana».

Asaltos, derribos y ordenanzas

‘Spal’, ‘Spalis’ e ‘Hispalis’ fueron los nombres por los que se conoció la capital andaluza antes del 712, fecha en la que las tropas del califato omeya de Damasco comenzaron a dar forma a la nueva «madina» bajo el título de ‘Isbiliya’. Al principio, los nuevos gobernantes musulmanes mantuvieron en su mayor parte la cerca muraria «heredada de la ciudad clásica», no siendo hasta bien entrado el siglo IX cuando el emir cordobés Abd al-Rahmán II se vio obligado a reconstruirla. La razón fue el asalto normando que sorprendió a los sevillanos hacia el año 844, el cual no sería tan letal como la toma de la ciudad llevada a cabo por Abd al-Rahmán III en 913 —este ordenó derribar las murallas, o como poco sus puertas, para aplastar la rebelión contra el poder cordobés—.

Estos datos nos llevarían a fijar la fecha de construcción de las murallas emergentes que podemos contemplar en la actualidad entre los siglos XI a XIII, correspondiendo la última etapa a los almohades. Por entonces, las defensas no sólo tenían una finalidad militar sino también de contención frente a los numerosos desbordamientos del Guadalquivir y el Tagarete. Como curiosidad, tras la conquista de Sevilla por parte de Fernando III el Santo y el acceso al trono de su hijo Alfonso X el Sabio, las ordenanzas municipales contemplaron la prohibición de construir viviendas adosadas a la muralla o que superasen su altura, algo que se mantendría hasta 1612, cuando Vermondo Resta, arquitecto milanés nombrado maestro mayor del Arzobispado de Sevilla, levantó unas viviendas-almacenes en el Postigo del Carbón —próximo a la Torre de la Plata— dando lugar a un modelo de «casas con azoteas y miradores al río, de estética manierista y raíces flamencas».

De la Puerta de Jerez al Arco de la Macarena

Salpicado de un gran número de fotografías —varias de ellas en color—, ‘En torno a las murallas de Sevilla’ se detiene en las murallas interiores de la ciudad, desde aquellas destinadas a controlar a las minorías judía y mudéjar a las que protegían el entramado urbano de los Reales Alcázares. Asimismo, el autor analiza el proceso de demolición de las defensas sevillanas, el cual «afectó a la mayoría de las ciudades europeas en los años centrales del siglo XIX», y propone unos interesantes paseos que nos permiten ahondar en la materia estudiada. ‘De la Puerta de Jerez a la Puerta de Triana’ es el primero de ellos, e incluye información histórica, artística e incluso legendaria. También es posible recorrer la Puerta Real, la de San Juan o la del Osario, cuyo topónimo ha dado lugar a diversas hipotésis.

Del Arco de la Macarena, la única puerta abierta que conservamos de la ciudad amurallada, Esteban Moreno menciona la reforma llevada a cabo por Lorenzo de Oviedo en 1588 (la primera de gran calado), la decoración neoclásica realizada por el arquitecto José Echamorro en 1795, y los últimos trabajos de restauración, acometidos recientemente. Con apenas 190 páginas, pero sin duda muy bien aprovechadas, la obra se completa con un ilustrativo glosario que nos permite comprender muchos de los términos utilizados, una completa bibliografía y un anexo cartográfico que no hacen sino confirmar la seriedad de la propuesta.

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