De Cuba para el mundo sin pasar por el calendario

Cuando acaba de anunciarse que la documentalista Lucy Walker rodará la secuela del documental de Win Wenders ‘Buena Vista Social Club’ (1999), recuperar esta película se convierte en cita obligada para los amantes de la música y de su relación con el cine

06 may 2015 / 18:08 h - Actualizado: 06 may 2015 / 18:46 h.
"Música - Aladar","Son cubano"
  • Buena Vista Social Club.
    Buena Vista Social Club.
  • Compay Segundo.
    Compay Segundo.

La música y el cine documental siempre han tenido una relación amorosa que va más allá del uso de la primera con un sentido diegético, o como simple acompañamiento de las imágenes de una realidad en movimiento. La relación música-cine ha fascinado a directores e incluso a los propios músicos, obsesionados por reflejar en veinticuatro fotogramas cuánto es capaz de aportar el sonido en su formato visual.

Documentales sobre grupos musicales, solistas o músicas populares ha habido, hay y habrá, infinidad de ejemplos. Desde Don’t Look Back (A. Pennebaker, 1967), considerado el mejor documental musical de la historia, y donde la cámara captura a Bob Dylan con las manos en la masa durante noventa y seis minutos, hasta Canciones para después de una guerra (B. Martín Patino, 1971), en el que la música tradicional se convierte en el hilo conductor de una España recién salida de una guerra y con la esperanza de vuelta a la caja de Pandora.

Pero en general, rara vez detrás del mero hecho musical en formato audiovisual existe una historia, una narración fílmica que acompañe a la melodía en su devenir cinematográfico. Por ello el director alemán Win Wenders encontró a finales de los años noventa del pasado siglo una mina de oro en la historia de unos viejos músicos cubanos que a pesar de la edad y del olvido, se encontraban en perfecta forma. Tanto como para convertirse en los protagonistas de un disco que recibió un Grammy y vendió millones de copias, y de una historia que fue candidata al Oscar al mejor documental en 1999, tuvo tres nominaciones Bafta y recibió los premios al mejor documental de la National Board of Review y del Círculo de críticos de Nueva York. Hoy, con Cuba saliendo de un olvido político y en lo que parece una reinserción al planeta y sus reglas sociales, Buena Vista Social Club se convierte en una película imprescindible para entender que todo estaba ya allí, esperando que alguien o algo le dijera que se levantara y echara a andar.

El guitarrista Ry Cooder fue la otra pata de este binomio que junto a Wenders, hizo posible que los ancianos componentes de Buena Vista Social Club –al menos los que en 1996 aún estaban vivos–, pasasen de dormir el sueño de los justos a convertirse en un fenómeno musical a todos los niveles. Como él mismo cuenta en el documental, junto a su mujer había visitado Cuba en los setenta y siempre tuvo en mente rescatar los sones afrocubanos sin los que no puede entenderse la música actual. Buena Vista Social Club resucitó a talentos transoceánicos como el pianista Rubén González, el músico Compay Segundo y los cantantes Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo, entre otros. Retirados y casi olvidados la mayoría, esta película, el disco que grabaron y la gira que les llevó a Nueva York les devolvió a la vida a través del reconocimiento internacional. Buena Vista Social Club mezcla los números musicales con escenas cotidianas de La Habana, entrevistas y ensayos que más parecen reuniones de amigos. Aunque La Habana y su decadencia es uno de los escenarios que dan el toque de autenticidad a la historia, uno echa en falta ver el verdadero lugar donde la mayoría de estos músicos se forjaron, y que tiene mucho más que ver con Santiago de Cuba que con la capital habanera. Todos hablan de sus orígenes musicales en el sureste de la isla, verdadera cuna de los sones que ellos consiguen hacer inolvidables y que curiosamente, Wenders no llega a pisar, dejándonos una sensación agridulce por saber qué hizo tan grande a estos músicos desde la cuna.

Hacía muchos años que fuera de Cuba, e incluso dentro de la isla, nadie había oído hablar de Buena Vista Social Club y todo lo que este grupo de músicos sin precedentes, había sido capaz de aportar a la música internacional. Rescatarlos del olvido ha hecho que hoy, nombres como Compay Segundo o Raúl González vuelvan a formar parte de nuestro acerbo musical. Verlos tocar en directo es ver como la naturaleza humana sobrevive gracias a la vitalidad de una música que, aunque interpretada por ancianos, se niega no ya a morir, sino a envejecer.

En breve, la directora británica Lucy Walker seguirá a los sobrevivientes de la cinta que Wim Wenders estrenó en 1999, durante la gira del adiós que ofrecerán este año, dieciséis años después. El nuevo documental se titulará, como no podía ser de otra manera, Buena Vista Social Club-Adiós. Omara Portuondo y Elíades Ochoa son dos de estas rara avis que el tiempo aún ha perdonado y mantenido con vida. Y aunque ambos se conservan en perfecta forma musical, faltan muchos, casi todos, los nombres que hicieron imprescindibles y asombrosa a esta película.

A la espera de esta secuela y con Cuba convertida en un interrogante de incierto destino, se hace más necesario y conmovedor que nunca disfrutar de la película en la que Wenders lleva a cabo el mejor homenaje posible a quienes, desde el Buena Vista Social Club, nunca quisieron morir. Musicalmente, lo consiguieron con creces.