De la propaganda nazi al amor verdadero

Todos los hechos históricos de relevancia han tenido su película. Excelentes o lamentables, pero la han tenido. En el caso del hundimiento del Titanic los trabajos se acumulan a medida que pasa el tiempo

26 oct 2015 / 15:37 h - Actualizado: 26 oct 2015 / 15:45 h.
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Son muchas las películas en las que se narra el hundimiento más famoso de la historia de la navegación. Con mejor o peor suerte, la industria cinematográfica vuelve, una y otra vez, a la posición 41.44 N 50.24 W, un lugar que se encuentra en el Atlántico Norte y en el que descansa el pecio que acumula mayor número de leyendas, mentiras, ocultaciones y tragedias personales.

Elegimos tres de ellas para ilustrar ese sentimiento excepcionalmente trágico que envuelve el naufragio; lleno de muerte y, por tanto, de historias minúsculas propiedad de cientos de personas que nunca serán contadas; pero, también, la condición de hecho relevante para la historia y la oportunidad que representa cualquier catástrofe para que algunos intenten aprovechar la situación.

‘TITANIC’ (1943)

Joseph Goebbels, ministro para la ilustración pública y propaganda de la Alemania nazi, encargó al realizador Herbert Selpin que filmara una película sobre el hundimiento del RMS Titanic. La idea era que sirviera como crítica a los ingleses y quedase demostrado lo perversos que podían llegar a ser. Para que se hagan una idea, la película termina con una frase que dice «1.500 muertes siguen sin castigo... todo por la locura y el lucro de Inglaterra». Sin embargo, no llegó a proyectarse en suelo alemán. Goebbels pensó que ese hundimiento podía compararse por parte del pueblo con el propio que estaba sufriendo Alemania (la guerra se estaba poniendo fea) y decidió que solo se vería en los países ocupados, que podían comparar la tragedia del Titanic con lo que les diese la gana.

Selpin fue arrestado antes de terminar el rodaje. Hizo unas declaraciones sobre el régimen que no gustaron mucho. Le encarcelaron y, poco después, apareció muerto en su celda. No sabemos si se suicidó (versión oficial) o si le ayudaron a alcanzar la vida eterna (versión plausible).

Robert Klinger sustituyó al finado y entregó Titanic, una película absolutamente lamentable.

El héroe es Petersen, un oficial alemán que forma parte de la tripulación y que lucha para que los malvados británicos no se salgan con la suya. La naviera está en ruinas y necesitan batir marcas de velocidad; los pasajeros son una especie de monstruos que ponen por delante de cualquier cosa su interés personal, los alemanes a bordo son hombres y mujeres que luchan por la libertad del ser humano mientras que el resto llevan un tridente bajo la ropa y desprenden un olor a azufre que no se puede aguantar... No se respeta un dato histórico, todo se maquilla lo suficiente para dibujar a los británicos con trazos malignos.

La factura técnica no está mal del todo. Incluso alguna interpretación es correcta, pero el conjunto resulta espantoso.

Como todo el mundo sabe, los nazis perdieron la guerra a pesar de Titanic.

‘LA ÚLTIMA NOCHE DEL TITANIC’ (a night to remember, 1958)

Los 123 minutos de esta película son inquietantes, trágicos, intensos. Es, posiblemente, la mejor película que se haya rodado sobre el hundimiento del RMS Titanic. La opinión más extendida es que se trata de la cinta que más y mejor se ciñe a lo que sucedió aquel 15 de abril de 1912.

El ritmo narrativo de la película es impecable y, además, predomina sobre cualquier aderezo superficial. Nos cuentan con sobriedad; de una forma puramente descriptiva, casi rozando la estética documental, con rapidez, sin dejar tiempo al espectador para que se distraiga con asuntos que no aportan gran cosa a la trama. Los personajes se dibujan levemente y no hay protagonistas. Eso hace que no podamos involucrarnos emocionalmente con ninguno de ellos y que prime la acción. Solo hay un momento en el que un padre se despide de su esposa y de sus tres hijos. Sabemos algo más de ellos y la escena invita a que sintamos cierta compasión. El resto se desarrolla sin que podamos sentirnos involucrados con un pasajero, con su pasado o con la tragedia que deja atrás. Son todos personas en peligro que logran salvar la vida o la pierden. Roy Ward Baker la dirige con elegancia y deja abiertas algunas puertas importantes. Cada cual tendrá que entornarlas o cerrarlas. El asunto del barco que acude al rescate poniendo en juego su propia seguridad y del que no parece ver las señales que envían desde el Titanic estando mucho más cerca nos hace reflexionar sobre algunas cosas y, sobre todo, nos indica que esta tragedia, como siempre ocurre, fue un cúmulo de errores incomprensibles.

Algunas de las escenas de A Night to Remember serían utilizadas por Cameron en su película Titanic. Tal cual. Eso sí, en color. Del mismo modo, la novela que firmó el escritor Walter Lord sería el sustento de la trama en ambos trabajos. La fotografía es estupenda y la partitura de William Alwyn lo mismo.

Alguien que esté interesado en el hundimiento del Titanic no puede dejar de ver la cinta.

‘TITANIC’ (1997)

Al contrario que en La última noche del Titanic, la película de James Cameron intenta involucrar al espectador en el plano emocional sin esconder sus intenciones ni un minuto. La mujer que va a narrar lo que sucedió dice que aún puede oler la pintura recién usada en el barco al referirse al día que embarca. Todo es sensación, todo es sentimiento, todo es una adorable mentira que la ficción convertirá en una verdad arrebatadora que nos arrastrará sin compasión durante algo más de tres horas.

La película gustará más o menos; el guión podrá discutirse y habrá quien afirme (con razón) que podría ser mejor; pero Titanic tiene un lugar importante reservado en la historia del cine y está más que justificado que así sea. La película tiene dos partes. La primera nos muestra una historia de amor gigantesca. Pero, además, ya nos avisa del clasismo, de la estupidez, de las diferencias entre pobres y ricos; y de formas de entender la vida contrapuestas. Y nos obliga a empatizar. Porque este realizador es el claro ejemplo de profesional que logra construir personajes extraordinarios. Y contra eso no hay espectador que pueda luchar. Los personajes de Kate Winslet y Leonardo di Caprio crecen, nos abrazan y nos condenan a sentir lo mismo que ellos. Tanto la actriz como el actor defienden sus papeles sin remilgos, resultan convincentes, están estupendos.

No hace falta decir que el despliegue técnico hace todo más fácil. Y no me refiero solo a todo lo que tiene que ver con el barco y con las imágenes de ordenador. La fotografía es excelente, la música también, los efectos especiales y visuales lo mismo, el maquillaje, el vestuario... Todo está cuidadísimo. 200 millones de dólares dan para mucho.

Cameron, al terminar el primer tramo de la cinta, ya tenía todo preparado para que el desastre del Titanic fuera cosa de todos.

La segunda parte de la película es pura tragedia. El Titanic se hunde. Y es un espectáculo difícil de igualar. Aunque, sin duda, hay dos escenas que sobresalen. Los músicos tocando en la cubierta (uno de los personajes dice «música para morir; ahora sé que estoy en primera clase» en un momento de humor negro extraordinario) resulta inolvidable.

Billy Zane pegando tiros en una persecución estúpida que Cameron incluye para reforzar la historia de amor cuando el asunto ya no importa porque lo importante es que 1.500 personas van a morir. Esta escena también es inolvidable aunque por ser un desastre absoluto.

El trabajo de Cameron ha sido muy criticado por algunos. No seré yo quien quite la razón a los que lo han hecho. Pero sí creo que es injusto tachar está película de castaña.

Como ven, cuando lo que se cuenta está rodeado de leyenda, de grandeza, de maldad, de errores o de gran estupidez; cabe casi todo. Otra cosa es que el hueco lo intente aprovechar Goebbels y que el resultado sea tan aparatoso como inservible. Pero caber, cabe todo.