Dictadores de escena

«El oro del Rin» (Das rheingold) de Richard Wagner se representa hasta el próximo 1 de febrero en el Teatro Real de Madrid. La propuesta escénica no muestra la esencia de la ópera y, por tanto, es fallida. Pero quedan cantantes y músicos para sacar adelante el espectáculo

20 ene 2019 / 21:44 h - Actualizado: 20 ene 2019 / 23:56 h.
"Música","Ópera","Música - Aladar"
  • La puesta en escena de Robert Carsen apuesta por la denuncia del desastre ecológico que sufrimos en el planeta Tierra. / Javier del Real
    La puesta en escena de Robert Carsen apuesta por la denuncia del desastre ecológico que sufrimos en el planeta Tierra. / Javier del Real

Actualmente, las calles de las ciudades se iluminan más con la luz de los escaparates que con la de las farolas. Y eso hace pensar que los negocios, que lo material, que el dinero, ha tomado ventaja al resto de cosas del universo. Pienso esto mientras camino hacia el Teatro Real de Madrid. Me espera una ópera de Wagner, el prólogo de una profunda reflexión sobre el poder, sobre el equilibrio en la realidad. Miro las luces preguntándome si somos lo que tenemos. Desde luego que no.

Wagner escribió una tetralogía titulada «El anillo del nibelungo» (Der Ring des Nibelungen) que comienza con «El oro del Rin» (Das rheingold). Cuando comenzaba a reflexionar sobre esta obra monumental escribió artículos libertarios y anticlericales. La revolución de 1848 en su país obligó a Wagner a exiliarse a Suiza. Allí escribió «El oro del Rin» íntegramente. Conviene recordar este tipo de detalles para intentar comprender la obra del compositor alemán.

Dictadores de escena
La esencia de la ópera de Wagner se pierde con una puesta en escena fallida. / Javier del Real

Recuerda mucho el libreto a las novelas de Tolkien. Es normal puesto que ambos bebieron las aguas de la mitología centro europea, de la literatura medieval de esa zona geográfica. En concreto, Wagner realizó una relectura de obras como «Edda» (pertenece a la mitología islandesa), «Heimskringla» (reyes noruegos), «La mitología alemana» de Jacob Grimm o «El lamento de los nibelungos», entre otras. Por eso resulta sorprendente que el director de escena, Robert Carsen, elija una distopía (no esa utopía que tuvo Wagner en la cabeza mientras componía) que elimina la esencia de la obra. Francamente, ver a las Hijas del Rin convertidas en pordioseras mientras que la partitura dice justo lo contrario; la lanza de Wotan en un bastón de paseo cuando es el atributo del dios supremo y garantía del orden; el manzano de oro en una maleta cochambrosa o el martillo de Donner (ese que podía desencadenar las fuerzas de la naturaleza) en un palo de golf; ver cómo algunos personajes se desdibujan hasta parecer un mal chiste, no es agradable. Los que no conocen la ópera, además, se van del teatro... sin conocer la ópera. Es otra cosa lo que les muestran. Ay, ese arcoíris de la escena final convertido en una nevada. Qué cosas.

Produce fatiga pensar en la enorme importancia de los directores de escena actuales y en sus inventos. Algunos destrozan las óperas, otros cercenan su esencia. También los hay que tratan de respetar lo que el compositor quiso expresar.

Pero siempre nos quedarán los cantantes y los músicos. Casi siempre superan las dificultades y sacan adelante las propuestas por locas que sean. En general, en esta producción todos los cantantes están bien aunque destacó Samuel Youn defendiendo su Alberich y, también, Mikedi Atxalandabaso interpretando a Mime. Algo decepcionantes Greer Grimsley (muy plano) y Sarah Connolly (perdida por completo en el escenario). Pablo Heras-Casado, director musical, despliega un exceso de ímpetu en algunos momentos, pero logra que la Orquesta Titular del Teatro Real de Madrid suene como suele hacerlo; es decir, muy bien.

Durante las próximas temporadas se representarán el resto de óperas que forman «El anillo del nibelungo». Veremos qué pasa.

Dictadores de escena
Greer Grimsley y Sarah Connolly en un momento de la representación. / Javier del Real

Argumento de «El oro del Rin» (Das rheingold)

En el fondo del Rin descansa el oro sagrado. Lo custodian las Hijas del Rin. Alberich, elfo negro y soberano de los nibelungos, pretende a esos seres guardianes del oro. Pero se ríen de él y, dolido, maldice el amor, roba el oro y escapa. Sabe que quien funda el metal precioso recibirá poderes ilimitados.

Antes, Wotan, el dios supremo, con una rama obtenida del Fresno del Mundo, hizo una lanza en la que grabó contratos y leyes generales del orden mundial. Si Alberich tuvo que renunciar al amor, Wotan lo hizo con un ojo.

Wotan ordena construir a los gigantes el castillo de Walhala y les promete a Freia como pago. Freia es la diosa de la juventud eterna y del amor. Si la entregase, los dioses envejecerían al no poder comer las manzanas de oro que solo ella puede cultivar. Siguiendo el consejo de Loge, ofrece a los gigantes el oro y el anillo del nibelungo en lugar de la diosa.

El tesoro y el anillo son robados con astucia y violencia. Alberich maldice el anillo.

Se coloca en un lado de la balanza a la diosa Freia y en el otro el oro. Wotan debe entregar el anillo y un yelmo elaborado por Mime, hermano de Alberich, para que el peso sea el adecuado.

El gigante Fafner asesina al gigante Fasolt. El anillo maldito comienza a hacer su trabajo.

Por fin, estalla una tormenta que permite reflexionar a todos. Los dioses cruzan el arco iris que les lleva a Walhala. Mientras, las Hijas del Rin lamentan la pérdida del oro.

Dictadores de escena
Samuel Youn defiende su papel (Alberich) con solvencia vocal y dramática. / Javier del Real