Django Reinhardt ha pasado a la historia como el mejor guitarrista de la historia de jazz. Razones hay para ello. Pero, además de ser un músico excelente, toda su historia está envuelta en mitos y leyendas.
Django convertía su entorno en algo parecido a su caravana. Era manouche; para entendernos, era gitano. Viajaba, necesitaba hacerlo para sentirse libre. Llevaba a toda su familia con él. Los hoteles se convertían, durante su estancia, en campamentos improvisados que volvían loco al director de turno. Y esto fue una constante a lo largo de toda su carrera. Dio igual si era famoso o estaba empezando a abrirse camino.
Django era un buen hombre. Tan generoso como déspota con los músicos que le acompañaban. No consentía una nota mal colocada de ninguno de ellos y era capaz de despedir a un músico en un arranque de furia aunque eso representara un desastre al no haber recambio posible. Lo curioso es que él iba a tocar si le apetecía y solo si eso era así. Sus primos músicos tuvieron que suplirle en gran cantidad de ocasiones porque Reinhardt se quedaba en su caravana o jugándose todo lo que tenía en alguna timba. Jugaba, jugaba y jugaba. Ganaba grandes cantidades tocando en algún club y al día siguiente su mujer tenía que pedir algo de dinero para poder comprar lo básico.
Django era desconfiado. Era analfabeto. Era capaz de firmar un documento con dificultad. Y eso le hizo recelar de los empresarios puesto que pensaba que le estaban engañando. Pedía cantidades desorbitadas por la misma razón. ¡Y se las pagaban sin rechistar!
El aspecto de Reinhardt era extraordinario. Vestía mezclando colores, combinando todo tipo de prendas que le convertían en un ser singular. Y se adaptaba a todo tipo de ambiente sin dificultad. Podía alternar con músicos famosos, políticos o gente de baja estofa sin problemas.
Pero sobre todas las cosas, Django era un genio. Nunca cometía errores al interpretar. Ni siquiera tras el terrible accidente en el que sufrió quemaduras en una pierna y en su mano izquierda. Durante años tuvo que tocar la guitarra con una movilidad muy reducidas de sus dedos meñique y anular, con los dedos índice y medio completamente rígidos. Lograba solos que son considerados auténticas obras maestras. Su música era arrasadora, original.
Nació durante el invierno de 1910 en la localidad belga llamada Liberchies aunque es algo circunstancial. Su familia viajaba constantemente en sus carromatos buscando formas de ganar algo de dinero, bien haciendo música, bien leyendo el futuro en las palmas de las manos. Su nombre completo era Jean Baptiste Django Reinhardt.
Diez años después, su familia decide instalarse de forma definitiva en las afueras de París, en La Zone. El lugar estaba reservado a gitanos, inmigrantes recién llegados y sin recursos, obreros en paro y gentes de mal vivir que se mezclaban con ellos. Por supuesto, no existía red eléctrica, ni de agua, ni de nada que tuviera que ver con el progreso. La Belle Epoque se vivía lejos de La Zone. Y allí, Django fue creciendo, liderando una banda de golfillos y tomando contacto con la música y el cine, las dos cosas que más le fascinaron durante su vida junto con el juego.
A pesar de lo que se piensa habitualmente, no comenzó tocando la guitarra. Primero fue el cimbalón. En este instrumento, el acento rítmico recae en el primer y tercer tiempo del compás. No sería nada importante si no fuera porque en el jazz ocurre que ese acento recae en segundo y cuarto. Y es esta una de las razones por la que la música de Django Reinhardt suena tan exquisitamente extraña. El aprendizaje deja posos durante toda la vida.
Después de tocar algún tiempo, también, el violín; llega a su poder un banjo. Descubre una nueva forma de hacer música que le lleva, incluso a dejar las calles. Pronto era capaz de tocar piezas con una destreza fuera de lo común. Tanto es así que con 12 años ya estaba tocando como acompañante en las salas de la rue Mouge y Lappe. Se especializó en los conocidos como standars americanos. En ese momento, no sabía que la música pudiera escribirse. Por esta razón, Django memorizaba todo lo que escuchaba demostrando una capacidad memorística absoluta. Llevaba la música en la mente. Daba igual si escuchaba una pieza sencilla o una composición estructuralmente compleja.
Recorrió las calles de París junto a su inseparable hermano Nin-Nin durante mucho tiempo. Unas calles en las que se escuchaba el bal-musette. Los salones más golfos era donde se concentraba ese tipo de música que se vio, poco a poco, sustituida por el acordeón llegado desde Italia a principios de siglo. Django acompañó a los acordeonistas del momento (Guérino, Vaissade o Maurice Alenxander).
Y cuando todo comenzó a ser una especie de cuento de hadas para Django, en el momento en el que recibe una oferta de Jack Hylton (algo así como un Whiteman a la inglesa), la vida del guitarrista da un giro inesperado y trágico. Pero de eso hablaremos la próxima semana.
Los protagonistas
HENRI CROLLA
Nació en Nápoles el 26 de febrero de 1920. Cuando se encuentra con la tradición manouche, ya en Francia, todo lo que hace se tiñe con ese color tan característico que lucía esa forma de hacer música.
Destacó a partir de la posguerra. Actuó mucho en los clubes de St. Germain acompañado por Juliette Gréco.
Fue un admirador sin condiciones de Django Reinhardt aunque nunca trató de imitarle. Sentía tal respeto por él que no era capaz de intentarlo. Por su parte, Reinhardt consideraba a Crolla como parte de la familia. Tocaron juntos muchas veces en el Jimmy’s Bar de París; un local en el que se podían encontrar a los mejores guitarristas de la época.
Trabajó para Yves Montand y sus mejores años los pasó realizando distintas labores para la industria cinematográfica.
Vivió hasta 1960. Es decir, sobrevivió a Django varios años. Aunque la sombra de este le persiguió siempre y, por ello, no alcanzó tanta fama como era de esperar.
Uno de sus mejores álbumes; en el que participan Maurice Meunier, Gèo Daly, Lalos Bing, Georges Arvanitas, Emmenuel Soudieux y Jacques David, tiene por título Begin the Beguine. Se grabó el año 1955 y en él se aprecia hasta qué punto el sonido la guitarra de Crolla podía ser fascinante. La versión de All the Things You Are es espléndida.