«Don Carlo»: Lo más gris de la monarquía y el peligro de la religión

Arranca la temporada operística en el Teatro Real de Madrid. La primera obra representada es «Don Carlo» de Giuseppe Verdi. Sobria, acertada y de gran nivel vocal y musical. Lleno y buen recibimiento por parte del público

22 sep 2019 / 17:19 h - Actualizado: 22 sep 2019 / 17:40 h.
"Ópera"
  • Escena de ‘Don Carlo’ con el Coro Titular del Teatro Real como protagonista. / Javier del Real
    Escena de ‘Don Carlo’ con el Coro Titular del Teatro Real como protagonista. / Javier del Real

El arranque de la temporada de ópera es, siempre, un acontecimiento extraordinario para el aficionado. Cuando se levanta el telón las sensaciones atacan por todos los flancos, con fuerza, buscando el acomodo que siempre tuvieron. Y los primeros instantes sirven para recordar por qué la ópera gusta, divierte, emociona o cautiva.

Si la temporada comienza con una obra de Giuseppe Verdi y esa obra es «Don Carlo», las posibilidades de salir del teatro satisfecho son abundantes. Una partitura descomunal en todos los aspectos, personajes duales en los que las aristas se van equilibrando con las contrarias y la necesidad de voces potentes y sacrificadas (tenor, bajo, soprano, barítono, mezzo, que requieren un esfuerzo multiplicado y que en el caso del tenor, por ejemplo, no tiene a cambio zonas expositivas o musicales de recompensa).

Esta vez la puesta en escena era sobria. Una estructura en la que manda el ladrillo grisáceo y en la que se mueven elementos que convierten el espacio en un bosque, en el interior del claustro del monasterio de Yuste, en el despacho del rey o en una cárcel (explícita e implícita durante toda la representación, porque si algo representa ese decorado gris es la luz del mundo de la época y la imposibilidad de escapar de la política o del mismísimo Dios). David McVicar ha hecho cosas mejores aunque está no está nada mal. Quiere meterse poco en jardines estériles y, con casi nada en la caja escénica, intenta que se narre desde el foso, que se cante en el lugar apropiado (menos mal que no coloca a los cantantes atrás, colgados de no sé qué cosa; menos mal que los coloca en lugares idóneos; algo que suele ocurrir, cada vez, con menos frecuencia). Una estructura geométrica, como todas, se eleva y sirve de altar o de mesa o de tumba. Y lo bueno es que el espectador lo sabe.

El vestuario es correctísimo. Marca esa tristeza y esa frialdad tan característica del mundo construido por Felipe II. Cada pinza, cada cuello y cada capa, recuerda que la acción sucede en el mundo propiedad de una monarquía dura, inflexible y subyugada por la clase sacerdotal.

El Coro Titular del Teatro Real de Madrid estuvo especialmente brillante. Siempre está bien y es muy difícil que falle. En este «Don Carlo» suenan a Verdi, entienden a Verdi y disfrutan de Verdi. Maravillosas cada una de sus intervenciones. Es difícil conseguir una afinación tan exacta al mismo tiempo que un coro está obligado a moverse o a componer figuras geométricas sobre el escenario.

«Don Carlo»: Lo más gris de la monarquía y el peligro de la religión
Marcelo Puente y María Agresta. / Javier del Real

Marcelo Puente defiende el personaje de Don Carlo. Lo hace bien aunque en los pianos, mientras se encuentra en la zona alta, se nota cierto desequilibrio. El exceso de timbre caprino resulta extraño. Llega a saturar ligeramente. No obstante, siendo un papel tan difícil y tan poco agradecido, Puente pasa la prueba. Bien Luca Salsi que interpreta el papel de Rodrigo teniéndolo asimilado por completo. Dmitry Belosselskiy, Filippo II, estupendo, tanto en el aspecto vocal como en la faceta interpretativa. Gustó mucho entre el público lo que hizo el bajo Mika Kares como Gran Inquisidor. Un papel corto aunque nada sencillo que el cantante logró dar importancia modulando y controlando la voz desde los altos a los más graves. Maria Agresta correctísima y Ekaterina Semenchuk muy efectiva al hacer algún alarde de coloratura y ordenada en el resto del papel.

Ayudó mucho el cuidado tan intenso que muestra Nicola Luisotti con la batuta. El director musical hizo que la Orquesta Titular del Teatro Real sacase lo mejor de sí misma para sonar a Verdi y solo con los cantantes en silencio se tomó alguna pequeña licencia musical. Cuidadoso siempre, impetuoso si tocaba y práctico de principio a fin con los matices.

Muy buen arranque de temporada. Y las sensaciones ocupando su espacio reservado desde antes de nacer.