Don Cervantes de La Mancha

Las andanzas de don Miguel de Cervantes Saavedra son casi tan extraordinarias como las de algunos de sus personajes. Batallas totales, presidio, Padres Trinitarios, heridas de guerras perpetuas, enemigos declarados entre los hombres de letras de la época, embarazos inesperados y mucha escritura. Unamuno dijo que, en algún momento, Cervantes desapareció para dejar paso a Alonso Quijano. Esta es la reflexión de un lector compulsivo de El Quijote que no piensa dejar de acercarse a la novela más grande de todos los tiempos.

19 mar 2016 / 12:35 h - Actualizado: 21 mar 2016 / 11:58 h.
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  • Miguel de Cervantes por William Kent. / El Correo
    Miguel de Cervantes por William Kent. / El Correo
  • Lope de Vega. / El Correo
    Lope de Vega. / El Correo
  • Luis de Góngora. / El Correo
    Luis de Góngora. / El Correo

«Parece que hace 400 años murió en Madrid Don Miguel de Cervantes Saavedra. Y que murió el 22 de abril de 1616, y no el 23 como machacónamente repiten los listillos. Sí fue enterrado el día 23, así que cuando celebramos el Día del Libro celebramos el enterramiento del escritor... Quizá festejemos sin saberlo o asumirlo que por fin dejó de escribir y publicar el aburrido y petulante alcalaíno que salvo El Quijote, obligado estoy a reconocerlo, lo único que hizo fue manchar papel. Porque yo, Lope Félix de Vega y Carpio, aquí desde el Parnaso, tomando una horchata con mi gente, me burlo de tu ingenio y te maldigo una y otra vez: cuanto más te alaben los eruditos menos te leerán tus paisanos; cuanto más te homenajeen más revueltos estarán tus huesos; cuanto más te premien más se aburrirán con tus escritos».

A Lope no le caía nada bien Don Miguel. Y no se cortaba un pelo en sus represalias poéticas. Se sabe que el Fénix de los Ingenios atribuyó a Cervantes un poema que en realidad escribió Góngora. Y su respuesta fue feroz.

Yo que no sé de los, de li ni le—

ni sé si eres, Cervantes, co ni cu—;

sólo digo que es Lope Apolo y tú

frisón de su carroza y puerco en pie.

Para que no escribieses, orden fue

del Cielo que mancases en Corfú;

hablaste, buey, pero dijiste mu.

¡Oh, mala quijotada que te dé!

¡Honra a Lope, potrilla, o guay de ti!,

que es sol, y si se enoja, lloverá;

y ese tu Don Quijote baladí

de culo en culo por el mundo va

vendiendo especias y azafrán romí,

y, al fin, en muladares parará.

Pero vayamos por partes, sobre todo por su historia personal. Parece que hirió a alguien y buscado por la justicia eligió huir a Italia. Allí se puso al servicio de un gran prócer que posteriormente sería Cardenal, recorriendo con él la Bota de caña larga del Mediterráneo. Poco después se une a los Tercios de Flandes e interviene, fiebroso, en la batalla de Lepanto, donde es herido por dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en la mano izquierda. Parece que la fiebre le hizo valiente y temerario y fue recompensado con más paga por su jefe.

Manco, lo que se dice manco, no era, pues conservaba su mano, aunque inútil. Fue el nervio el que murió en Lepanto y no en una taberna, como diría más tarde. Curado de sus lesiones regresó a los Tercios y se entretuvo en diversas misiones y otros menesteres de su oficio militar.

Al fin lo dejó y regresando a España fue capturado por una tropilla turca y llevado a Argel prisionero, donde estaría cautivo, o raptado, durante cinco años. Intentó escaparse varias veces, pero fracasó siempre.

Al fin los padres Trinitarios pagaron su rescate, y el de varios más, y pudo regresar con su familia a Madrid. Pero las deudas del rescate le hicieron buscar trabajo en Portugal, donde en esos momentos estaba la Corte, y le dieron el de espía, trabajo que parece hizo a la perfección, pero solo por una vez.

Poco más tarde le encontramos en Sevilla embarazando adúlteramente a la mujer de un tabernero. Una hija, que reconoció, fue el resultado del escarceo. Más tarde se casa con una jovencita de veinte años a la que abandona poco después.

Para ganarse la vida acepta ser primero comisario de provisiones de la Armada Invencible y más tarde recaudador de impuestos atrasados (tercias y alcabalas), oficio este que seguramente le causó manteos, broncas y desaires. Parece que como desagravio a estas penalidades Don Miguel se apropió de parte de ese dinero público y por ello fue encarcelado durante cuatro meses. Según confiesa, en el calabozo empezó a soñar con el Ingenioso Hidalgo. Pero no fue la última vez que dio en presidio...

El resto de su vida no tiene gracia ya que se dedicó plenamente a la literatura, escribiendo teatro, prosa y poesía con suerte diversa. Hasta que salió de imprenta El Quijote, que le hizo famoso, muy famoso, envidiablemente famoso. Por lo menos para Lope de Vega.

Pero debemos pararnos aquí y dar voz a Unamuno, un tocapelotas profesional y excelente poeta. Para su tocayo Don Miguel de Cervantes dejó de existir para convertirse en Don Quijote de la Mancha, o mejor, con don Alonso Quijano, aunque no sabe cuando. Y da a entender que no fue Cervantes el autor, sino otro, Cide Hamete Benengeli aparte.

Y que no fue, según Menéndez Pidal, el gestor de la idea ya que el alcalaíno adoptó una obra anónima de teatro llamada Entremés de los romances, en donde Bartolo, el protagonista, enloquece a fuerza de leer romances. Las peripecias de Bartolo se parecen demasiado en forma y fondo al primer Quijote, es decir, a sus dos primeras salidas. Luego ya no, es cierto.

«¿Por qué tanto bullicio por una obra torpe y llena de trasquilones? ¿A qué tantas impresiones y traducciones? ¿Es que el mundo se ha vuelto tonto?» No, don Lope, la obra es más meritoria de lo que usted cree. «Ya. Tengo yo algún alumno que lo haría mejor».

Como Cervantes no había finiquitado a su personaje, el personaje se fue de putas y se encontró con alguien que le hacía caso. Una segunda parte, espuria pero no mala, salió de una imprenta de Tarragona, narrando nuevas andanzas y demás tonterías de un viejo que quería arreglar el mundo gracias a los códigos y las leyes de la fantasía.

Don Miguel de Cervantes no podía consentir semejante latrocinio. Ver a su Alonso y su Sancho recitando líneas no escritas por él, haciendo el ridículo sin su permiso y haciendo ganar dinero a otro a costa de su patente manchega era algo que no debía consentir.

Pararé aquí, que no quiero desvelar cómo termina la novela, sabiendo como sé que la mayoría de mis paisanos no ha leído la obra ni ganas va a tener de hacerlo, aunque les pagaran por ello. Pero puede haber nuevos lectores y a ellos les robaré las nuevas aventuras de la segunda parte.

Y aquí intervengo con pesar, pues he leído El Quijote cinco veces entero, aunque siete la segunda parte. He mejorado la triste estadística patria aunque engañosamente, pues rescato a cuatro de la vergonzante realidad. Me da igual: tengo previsto leer dos veces más la Ingenioso Hidalgo, y otras dos más su segunda parte.

Por cierto, hace años desayunaba en un bar cercano al trabajo en el que la camarera que me atendía era una chica búlgara. Estoy seguro que ella y yo éramos los únicos de todos los parroquianos de este bar y de todos los del barrio, que habíamos leído El Quijote..., ella dos veces. Y lo recordaba con gusto.

Como a Lope, la envidia me pierde.

Por cierto, el poema de Góngora contra Lope fue este:

Hermano Lope, bórrame el soné—

de versos de Ariosto y Garcila—,

y la Biblia no tomes en la ma—,

pues nunca de la Biblia dices le—.

También me borrarás La Dragóme—

y un librillo que llaman del Arca—

con todo el Comediaje y Epita—,

y, por ser mora, quemarás la Angé—,

Sabe Dios mi intención con San Isi—;

mas quiéralo dejar por lo devo—.

Bórrame en su lugar El peregri—.

Y en cuatro leguas no me digas co—;

que supuesto que escribes boberi—,

las vendrán a entender cuatro nació—.

Ni acabes de escribir La Jerusa—;

bástale a la cuitada su traba—.