«Don Giovanni»: El desprecio por las normas

El Teatro Real de Madrid sigue siendo una especie de faro que alumbra el camino por el que deben transitar todas las entidades dedicadas a la cultura. Está siendo una lección de coraje, de valentía, de planificación y de cintura ante las adversidades, todo lo que está sucediendo en este teatro madrileño desde el mes de marzo. La representación de la ópera de Wolfgang A. Mozart ‘Don Giovanni’ cierra este año 2020 aunque no la temporada operística

29 dic 2020 / 16:07 h - Actualizado: 29 dic 2020 / 16:16 h.
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  • Louise Alder (Zerlina), Krysztof Baczyk (Masetto), Mauro Peter (Don Ottavio), Brenda Rae (Donna Anna), Anett Fritsch (Donna Elvira) y, de espaldas, Christopher Maltman (Don Giovanni). / Javier del real
    Louise Alder (Zerlina), Krysztof Baczyk (Masetto), Mauro Peter (Don Ottavio), Brenda Rae (Donna Anna), Anett Fritsch (Donna Elvira) y, de espaldas, Christopher Maltman (Don Giovanni). / Javier del real

Acabar el año asistiendo a una ópera de Mozart no es poca cosa. La magia de la música de ese genio atrapa y envuelve todo. Nada hay más precioso. Igual sí, más no. Y ese es el regalo que nos ha ofrecido el Teatro Real al finalizar un año oscuro y triste como es este 2020 que termina.

«Don Giovanni» es una obra de Wolfgang A. Mozart y del libretista Lorenzo Da Ponte. Es necesario hacer un alto en el camino para señalar que un libreto como este resulta casi insultante para la mujer actual. En general, las mujeres de esta ópera son tontas de remate y una de ellas al menos, aunque intuimos que todas, dejaría que un hombre la golpease sin grandes problemas para seguir siendo amada. Un desastre. Pero sería injusto no tener en cuenta que se estrenó en el Teatro Nacional de Praga a finales del siglo XVIII y que las cosas eran muy distintas. Muy injustas y muy grotescas y muy distintas. Aunque resulte insultante no se puede renegar de una obra maestra. Alguien decía en el patio de butacas que, tal vez, con esos libretos se deberían representar las óperas como lo hicieron en la época del estreno, que nada pueda confundir la realidad actual con la que vivimos. Nada de adaptaciones. Era una sugerencia que tiene su lógica.

La producción es la misma de la Staatsoper de Berlín que se estrenó en el Festival de Salzburgo hace unos años. Todo ocurre en un bosque que gira a un lado y otro de forma circular. Hay que tener en cuenta que el bosque es un lugar de peligro y engaño; es la frontera entre lo salvaje y el ser humano más domesticado; es símbolo de la incertidumbre puesto que en él todo puede pasar; es la cueva en la que reposan las consciencias ocultas. Claus Guth, director de escena, va a intentar indagar en las profundidades del personaje que, por otra parte, en la obra de Mozart no está perfilado de ninguna de las maneras. Es ese bosque el que nos arrastra, junto a Don Giovanni, a los infiernos del egoísta, del que no tiene moral a la que agarrarse, del que está a punto de morir y sigue defendiendo una forma de vida nauseabunda. Don Giovanni y Leporello son yonquis y bebedores, son el desecho de lo correcto.

«Don Giovanni»: El desprecio por las normas
Louise Alder (Zerlina), Krysztof Baczyk (Masetto). / Javier del Real

Ivor Bolton, director musical, lleva a la Orquesta Titular del Teatro Real hasta territorios en los que todo suena a Mozart. Es verdad que en algunos tramos el tempo es excesivamente lento y no parece que haya una justificación clara, pero en general Bolton se muestra tan contundente como delicado y siempre está retirado de la vulgaridad.

El trabajo de los cantantes es correcto en todos los casos. Ninguno sobresale, ni para bien ni para mal. Christopher Maltman es un buen Don Giovanni aunque no deslumbra; Anett Fritsch cumple sin poder superar una clara barrera que tiene colocada en la zona de los graves del extremo; bastante mejor de lo esperado el tenor Mauro Peter que hace más grande de lo habitual un personaje que suele quedar enano, Brenda Rae (Donna Anna) y Louise Alder (Zerlina) están bien cantando y desarrollando el arco dramático de sus personajes (muy mal vestidos, por cierto). El resto, ni fu ni fa. El coro magnífico como ya es habitual.

La ópera se despide hasta el próximo año. Con grandeza por el esfuerzo del equipo que trabaja en el Teatro Real. Con butacas vacías a pesar de estar todas las localidades vendidas. Con el exquisito aroma que desprende la luz de un faro. Y ese frío que entra desde la Plaza de Oriente de Madrid por las puertas del Teatro que quiere llevarse al SARS-CoV-2 para que podamos seguir teniendo una vida normal.