Hannah Arendt no es una autora fácil. Es filósofa, es alemana. Y como muchos filósofos (los buenos) mira las cosas desde lugares comprometidos, desde lugares que ya deberían estar visitados por el lector (muchas veces no es así), desde lugares áridos y antipáticos por su profundidad. Y, como todos los escritores alemanes (los buenos), escribe muy bien, pero dando gran densidad a sus frases y utilizando un vocabulario extenso. No es una autora fácil ni asequible para lectores más acostumbrados a obras ligeras aunque este libro, Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, no es especialmente complicado.

Hannah Arendt viajó a Jerusalén para cubrir el juicio contra Adolf Eichmann. Este tipo era miembro de las SS alemanas y encargado del transporte de cientos de miles de judíos a los campos de exterminio. El libro resume el proceso (ella asistió cuando ya estaba algo avanzado y, por ello, algún autor trató de discutir su trabajo). Encontramos a un acusado poco inteligente, siempre descontento con lo que le iba sucediendo en la vida hasta que ingresa en las SS y ve en ello una posibilidad de hacer carrera; un tipo bastante normal que utiliza el lenguaje sin lograr una comunicación fluida, un lenguaje propio del burócrata que fue. Arendt no ve al monstruo que cabía esperar encontrarse, lo define como un tipo normal y corriente. Pero, también, encontramos un proceso de aniquilación extraordinario y sobrecogedor. País a país. Eichmann envió a la muerte a millones de personas. Eso queda claro en el estudio de Hannah Arendt. Y nos topamos con el comportamiento de los consejos judíos que colaboraron de forma inexplicable en el holocausto y una población civil indiferente o, lo que es peor, conocedora de lo que ocurría e implicada con los nazis. Asaltan las preguntas. ¿Cómo es posible que dos tercios de un pueblo entero acudiesen como corderos a una muerte segura? ¿Cómo es posible que esto ocurriera sin apenas oposición?

Los criminales de guerra podrían confundirse con la gente normal. Eso parece deducirse del trabajo de Arendt. Pero no, una lectura atenta del texto desdice eso de forma rotunda. Porque para la autora la elección moral es libre e individual (aparece Kant para que se explique esto; incluso aparece Kant en las declaraciones del acusado aunque haciendo una interpretación de la filosofía del autor bastante incorrecta). No cabe aceptar que Eichmann fuese una pieza del engranaje ante el que nada podía hacerse. Además, Arendt hace referencia a algunos países en los que se plantó cara al problema y en los que el número de bajas fue sensiblemente inferior. Eso que declaró Eichmann cuando explica lo acordado en la Conferencia de Wannsee no tiene justificación: se sintió como Poncio Pilato. Pero eso no le convierte en inocente, sigue siendo un asesino brutal y despiadado.

Arendt insiste, muy elegantemente aunque con fuerza, en que el juicio fue una farsa. Todo estaba decidido. Eichmann merecía la pena de muerte, pero el juicio fue lo que fue. No se trataba tanto de juzgar lo que hizo el acusado como de juzgar el holocausto en sí mismo. Para el pueblo judío esto era necesario.

El libro se publicó en The New Yorker por partes y causó un gran revuelo entre los judíos (los ataques a la autora fueron durísimos) y entre los intelectuales de todo el mundo. Es un estudio exquisito (decir que es una crónica que incluye reflexiones de gran peso sería más correcto), muy bien escrito. En este texto se habla, por primera vez, de la banalidad del mal, ese concepto que explica cómo lo malo encajado en un sistema puede convertirse en algo bueno o normal.

Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal es, por supuesto, un enlace perfecto con el resto de la obra de Arendt. Y un documento imprescindible si quiere entenderse lo que fue el holocausto judío; lo que llamamos crímenes contra la humanidad. Inquieta algo de este libro (el holocausto causa pavor) y es que una matanza de estas dimensiones la pudieran provocar un grupo de personas que podrían estar paseando por la calle tranquilamente, a los que saludaríamos con normalidad. Entre ellos Eichmann, un individuo alejado del arquetipo de asesino monstruoso, alguien que no parecía un salvaje aunque del que era realmente difícil no pensar que era un payaso.

Calificación: Excelente

Tipo de lectura: Aterradora

Tipo de lector: Cualquiera que esté interesado en descubrir una parte de la condición humana

¿Dónde puede leerse?: A la puerta de una sinagoga