Especial cine de Terror

«El baile de los vampiros»: Cine artesanal y el lado gay de los vampiros

Roman Polanski es capaz de cualquier cosa. En su vida privada y en la profesional. Puede entregar una película extraordinaria o una castaña pilonga. Puede parecer un tipo normal, comportarse como un tipo normal o puede ser un sujeto repugnante, sin escrúpulos. Esta es una de las que dejan buen sabor de boca. Sobre todo a los vampiros

26 oct 2020 / 11:47 h - Actualizado: 26 oct 2020 / 12:00 h.
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  • Polanski convierte el león de la MGM en un dibujito que representa un vampiro con la cara verde que acaba de morder el cuello de alguien. / El Correo
    Polanski convierte el león de la MGM en un dibujito que representa un vampiro con la cara verde que acaba de morder el cuello de alguien. / El Correo

Roman Polanski es un genio del cine (en su vida privada no se puede decir lo mismo). Y lo que tienen todos los genios es que hacen lo que les da la gana. Les da lo mismo ocho que ochenta. Ellos lo hacen y no se preocupan por los resultados ni por las consecuencias. Pero, mientras, los espectadores asistimos atónitos a la grandeza descomunal o al mayor de los desastres, desconcertados o entusiasmados.

«El baile de los vampiros» («The fearless vampire killers or pardon me, but your teeth are in my neck», 1967) es la primera película de Polanski rodada en color. Sin ser una obra maestra, sin ser lo mejor de Polanski, resulta un atractivo trabajo que mezcla el cine de terror (se trata de un claro homenaje al género en el que no faltan la estética gótica, la sangre y una estructura narrativa muy utilizada en este tipo de films) y la comedia más disparatada. La cinta está repleta de estereotipos que el espectador acepta con naturalidad al tratarse de una sátira. Resultan más que divertidos la pareja profesor alumno, la chica a la que deben salvar o el horrible ayudante jorobado. Por otra parte, Polanski utiliza el slapstick (escenas en las que la violencia es protagonista, pero en las que el daño es inmaterial y, por eso, provoca, la carcajada) y acelera la velocidad de la cámara para enfatizar en los momentos cómicos. En fin, humor muy clásico y muy trasparente. Ya, al comenzar, convierte el león de la MGM en un dibujito que representa un vampiro con la cara verde que acaba de morder el cuello de alguien.

«El baile de los vampiros»: Cine artesanal y el lado gay de los vampiros
Polanski presenta el lado gay de los vampiros es esta película. / El Correo

Pero es el ritmo narrativo y la gracia de Polanski al contar las cosas; una puesta en escena maravillosa firmada por Fred Carter (en la que se recrea un castillo lleno de vampiros y de objetos relacionado con ellos; unos escenarios exquisitos en los que la acción fluye con verisimilitud); la partitura de Komeda (inquietante, lúgubre, muy en sintonía con el relato) y la buena fotografía de Douglas Slocombe; lo que hace de la película un producto original y recomendable.

Se permite Polanski en su sátira presentar el lado gay de un vampiro, con sutileza y sin que parezca nada del otro mundo (hay que recordar que esta película se entregó en los años sesenta). El efecto es sorprendente. En realidad, la cinta se llena de referencias sexuales, más o menos explícitas, que colaboran a que el tono cómico tome una dimensión mucho más extensa.

El propio Polanski es uno de los protagonistas. Le acompañan, entre otros, Jack MacGowran, Ferdy Mayne y Sharon Tate (la belleza de esta chica era demoledora; en el momento de rodar «El baile de los vampiros» era novia de Polanski, un año más tarde sería su esposa, y muy poco después sería asesinada, lo que marcó definitivamente la vida del realizador). Todos defienden sus papeles con buen humor y convencidos de lo que hacen.

Sin grandes pretensiones, queriendo hacer cine, Polanski logra un trabajo inolvidable. Y no hay que perder de vista que el cine ha cambiado mucho desde ese tiempo hasta el actual. Por ejemplo, la escena en la que el personaje que encarna Polanski se refleja en el espejo ante la mirada desconcertada de los vampiros (ellos no se ven, claro) se elaboró enfrentando una habitación exacta a la del baile. Es decir, el espejo no existía, pero el efecto resulta perfecto. Hoy eso lo hubiera resuelto con un ordenador. Tal vez, aquí reside uno de los encantos de esta película. Cine artesanal y auténtico.

«El baile de los vampiros»: Cine artesanal y el lado gay de los vampiros