El comensal

¿Somos uno o somos todos? ¿Le pérdida es cosa de cada persona o del grupo? ETA, la violencia que alcanza a todos; el cáncer, la violencia que alcanza a cada sujeto que lo sufre. Gabriela Ybarra entrega un excelente trabajo.

16 abr 2016 / 12:06 h - Actualizado: 28 mar 2016 / 10:16 h.
"Libros - Aladar"
  • Gabriela Ybarra. / El Correo
    Gabriela Ybarra. / El Correo
  • Portada de El comensal. / El Correo
    Portada de El comensal. / El Correo

Ante la muerte de la madre o el padre, la necesidad de reconstruir la historia. Pienso en Mi padre y yo de Ackerley y también en Nada se opone a la noche de Delphine De Vigan. La necesidad de rastrear, de ir al pasado, llegar a la infancia y detectar las fisuras para comprender que por esas grietas luego se ha filtrado el agua. Sí, no ha sido magia, ha sido natural.

El comensal de Gabriela Ybarra es un libro autobiográfico en el que la autora primero cuenta la muerte de su abuelo (secuestro y tortura) en manos de ETA y luego narra la muerte de la madre (tumor y metástasis).

La primera de estas muertes podría estar en función de esa necesidad de rastreo de la historia familiar. Cerrar un duelo a partir de rastrear otra muerte que ocurrió incluso antes del propio nacimiento pero que es tan consanguínea como las siguientes. Al mismo tiempo, parece el soporte o la base para lo privado. La muerte pública, porque es un hecho político, como contracara de aquello que ocurre a todos pero siempre, qué paradoja, individualmente.

En este segundo sentido, el libro puede leerse en clave de tensión entre lo político y lo privado e incluso lo individual y lo colectivo. Es notable que el relato se demore en contarnos que el mismo día que madre e hija, dentro de un hospital de Nueva York, se enteran de la metástasis y de que la primera se está muriendo, hubo en esa ciudad un huracán que no dejó indiferente a ningún habitante. El mundo se sacude y el universo privado (todos los mundos privados e individuales) tienen su propia sacudida paralela o simultánea. Una es pública, la otra es privada.

En El comensal todo es tan neoyorquino y cancerígeno al mismo tiempo, que recuerda a Brooklyn Follies, la novela de Paul Auster que va sobre alguien con cáncer y acaba con el personaje salvado, saliendo del hospital, en el mismo momento en que las torres gemelas, que somos todos, caen (cae un mundo universal y en paralelo, la importancia, el protagonismo de lo privado).

O decir esto: en El comensal todo es tan español que la problemática de ETA (vista desde ambos bandos) aparece como un rastro histórico y político del que empieza a haber recuento. Tal vez la nieta no podría haber rastreado una muerte de la que la historia no habría hecho materia ni memoria.

Sin embargo, por fuera de las geografías, es imposible abandonar la idea de que se reconstruye la historia familiar para cerrar un duelo individual, como en Ackerley o como en De Vigan. En este sentido El comensal, que es una ópera prima, se suma a una tradición literaria y lo hace con un notable acierto de tono y de registro. Se trata de un texto cuidadísimo en el que no sobra una palabra ni se cae en clichés ni absolutos, y eso que la muerte y la madre suelen tirar de ese carro con ímpetu.

Nada lacrimógeno, el texto habla de la dimensión del alcance de la pérdida. Y deja la sensación de que cualquier medida de esa dimensión estará dentro de los parámetros de lo natural. Por más político, por más extranjero, por más nacional que sea.

Calificación: Muy bueno.

Tipo de lectura: Agradable.

Tipo de lector: Exigente con la calidad literaria.

Personajes: Redondos.

Argumento: La pérdida de todos.

¿Dónde se puede leer?: En casa, tranquilamente.