«El hijo del trapero»: Cambiarse de nombre
Nacido en 1916 y recién desaparecido el pasado 5 de febrero de 2020, reseñamos la autobiografía de uno de los grandes actores de Hollywood de todos los tiempos, alguien que se fue a vivir allí con una carrera de más de cuarenta años sólo en el cine, caracterizados por la hiperactividad en todos los sentidos
Hijo de padres analfabetos, judíos rusos que huyeron de los pogromos soviéticos para instalarse en la pequeña población del estado de Nueva York, Ámsterdam (no confundir con la capital holandesa), en esta autobiografía averiguamos el verdadero nombre del patrón actoral Douglas: Issur Danielovich, alguien nacido en una caja de oro, único varón de siete hermanos, y al que soñar de niño desde la cocina en que su madre le cuidaba, le aportaba una gran sensación de paz, que sin embargo su padre, trapero, chatarrero y borracho, fue incapaz de darle en forma de palmadita en la espalda, signo de bendición de aquellos tiempos. La separación casi definitiva a este señor, la realiza el protagonista cuando su madre se divorcia de él, recién concluidos sus estudios de primaria. Es casi tras esta decisión cuando decide ser actor, estudiando brillantemente una secundaria, por la que haría sus primeros pinitos en teatro («La familia Real»).
Tras casi graduarse como profesor en la universidad, pasó cuatro años trabajando en todo tipo de oficios alimenticios, entró en una escuela de Arte Dramático de Manhattan, y allí conoció a estrictos mentores como Charles Jehlinger, y futuras promesas y ya no tanto como Lauren Bacall (a punto de actuar en «Tener y no tener») o su primera esposa Diana Dill (con quién tuvo a Michael y Joel, este último curtido más adelante en labores de producción).
Su idea era ser actor teatral siempre en Broadway, pues desde el principio consideró que Hollywood era como un tranvía que baja a toda velocidad cuesta abajo y en el que sólo hay empujones por entrar y salir. Hasta después del rodaje de «Espartaco» con Stanley Kubrick (que marcó un antes y un después en su carrera) fueron famosos sus múltiples escarceos sexuales, que desde el inconsciente le llevaban al trauma de la figura parental.
Debutó en la ciudad de las estrellas con «El extraño amor de Martha Ivers» de Milestone, y como es bien sabido trabajó con Manckiewicz, Kazan, Wilder, Hawks, Minnelli, Robson y un largo etcétera de directores a los que dio lo mejor de sí mismo, siendo un actor atlético, viajero (en París, durante el rodaje de «Act of love» conoció a su segunda esposa Anne, con la que tuvo a Eric y Peter) y versátil, en tanto era capaz de aprender rápido boxeo («El ídolo de barro»), artes malabares («Trapecio») o a montar a caballo.
El teatro le seguía picando por dentro, con dos versiones reseñables más: una la de una versión de Tom Sawyer bastante peculiar con Burt Lancaster, y otra cuando interpretó a McMurhy en la adaptación de Kesey de «Alguien voló sobre el nido del cuco», obra de la que se hizo con los derechos, y que Michael vendió a Forman y ofreció el papel en cine a Jack Nicholson.
Dirigió también dos películas que fueron un fracaso comercial, debido a que se dejó asesorar por algún «indeseable» productor de la ya pasada etapa de la caza de brujas mccarthista. En una de ellas, debutó como actor Danny DeVito, que siempre le tuvo en cuenta, así como a su familia.
Escrita en 1987, se reúne aquí un vasto material bajo su propio prisma insólito, el de un luchador incansable con talento y éxito, cuya vida se vio marcada traumáticamente desde la infancia.