Parte este ensayo legendario de Viktor Frankl, desaparecido en 1997, -psiquiatra vienés de un concepto demodé hoy en día-, de la empatía, tanto consigo mismo como con sus compañeros en los denominados lagers o campos de trabajo nazis, en donde el hombre que buscaba su sentido lo encontraba en una labor por hacer, o más bien por continuar, dadas las secuelas por las que los supervivientes sólo tenían que agarrarse a ese algo y hacer ese ultimo, y en cierto modo, grato esfuerzo. A Frankl le salvaron sus años en la facultad de Medicina, así como algún que otro artículo antes escrito. Por otro lado, la segunda parte del ensayo (bien diferenciada) se hace garante de sus estudios y constituye un quorum de consejos ante lo que en los 90 pudiera suponer problemático para tantos pacientes o colegas de profesión.
Reflexiones sobre el duelo ante la pérdida de un ser querido, ante problemas físicos que arrastran otros mentales..., aportan lo que se ha venido en considerar la base de la logoterapia, algo cercano al oráculo de Delfos griego, y donde asimilar el sufrimiento puede ser tarea suficiente para encontrar ese sentido, precisamente en ese sufrimiento. Se considera, tal vez por lo vivido, un doctor seguidor del humanismo, antes que del psicoanálisis; el existencialismo o su variante más biologicista, el conductismo, y para mostrar los ejemplos (cuya filosofía ya queda clara en el prólogo de José Benigno Freire para la edición de Herder) se basa en historias de vidas completas, y no en determinadas conductas o tendencias sociológicas (a este respecto tacha de fraude a los ventajistas enfermos imaginarios de ayer y de hoy) tampoco muy dignas de imitar por sus colegas. En este sentido, el caso que más ilustra esta idea, desarrollada también por otros facultativos de prestigio que hacen de la ley del embudo su santo y seña, es el de la mujer que de joven despreciaba a todos sus amantes y se reía de ellos, hasta que, tras casarse con su ideal, le nació un hijo con parálisis cerebral al que no tuvo otra que enterrar. Si bien para un freudiano, su trágica historia podría estar predestinada, Frankl es capaz de aislar los hechos y considerar que la vida de esta mujer sólo tuvo sentido (un sentido que no es el que busca el lector de autoayuda tradicional, leyendo sólo el título) a raíz de la muerte de su hijo.
Toda esta teoría de la logoterapia está marcada por sus vivencias, entre otros campos, en Auschwitz, donde las penurias, el hambre, la sed o la falta en ocasiones de estímulos sexuales, le trastornaron el sueño hasta el fin de sus días; y es que la negación de derechos que iban directamente intrincados con la capacidad de sentir, sin perderse, se distorsionaban por la voluntad día a día de estar o permanecer vivos. Estos sentimientos, neutralizados desde la fabricación en un primer momento de un sentido negrísimo del humor, le puso a Frankl cara a cara con sus demonios personales, sin necesidad de irlos a buscar. Esa hipocresía por tanto que hoy tanto tapamos con arrogancia y paliamos con soledad ante lo tóxico es algo que en estos campos se encontraba, independientemente de cual fuera el historial médico de cada cual, en su estado más primario, siempre y por doquier.