Todos los que trabajaron con Isabel Álvarez de Toledo en la Fundación Casa de Medina Sidonia, y la mayor parte de los vecinos de Sanlúcar que la conocieron, mantienen un recuerdo de agradecimiento y admiración por el que fue, sin duda, un personaje excepcional. Además, según esos testimonios, fue una mujer íntegra, de fuerte carácter, obstinada, generosa y notable. Ese es su legado: haber conseguido trascender como persona, que el Palacio de los Guzmanes se mantenga como un lugar abierto a la cultura, y que los documentos del archivo hayan sido catalogados, protegidos, y divulgados.

El Palacio de los duques de Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda es una de las más destacadas residencias nobiliarias de Europa, porque el complejo fue la sede desde donde se administraban los estados dinásticos, que se extendían por todo el antiguo reino de Sevilla, y parte del de Granada. Y porque hibrida su carácter de residencia familiar con algo de fortaleza y de villa de recreo, en lo que fue un centro administrativo y de poder. El hecho de que el edificio retenga hoy los archivos familiares –que con más de seis millones de documentos es uno de los más importantes de Europa- prolonga hasta el presente esas cualidades. Es además un edificio asombroso en su simplicidad, no ha sido afectado por corrientes artísticas, ni manierismos, manteniendo el aspecto austero de un negociado, al que el encalado de los muros y la elegancia en la secuencia de los vanos, añaden el sabor único de los cortijos andaluces.

La construcción se levanta sobre los fundamentos de un ribat árabe, una plaza fuerte defendida por religiosos guerreros, conocidos como morabitos, que ofrecía amparo a los mercaderes en sus desplazamientos, actuando como caravasar. En la cimentación han aparecido los arcos correspondientes a una mezquita. Sobre estos restos se levantó un cuerpo renacentista en cuyo diseño y construcción participaron algunos de los más destacados arquitectos del siglo XVI, entre otros el del Palacio Real de Nápoles, el italiano Domenico Fontana; Alonso de Valdelvira, diseñador de la Lonja de Sevilla –actual Archivo de Indias-; o Juan de Oviedo, ingeniero de fortificaciones, y constructor del hispalense convento de Nuestra Señora de la Merced, sede del Museo de Bellas Artes. Giovanni Pannini pergeñó los jardines en el setecientos, añadiendo terrazas con fuentes y esculturas, setos vegetales, y rodeándolo por la parte del barranco con un bosque de acantos. Destaca la sala de arcos dispuesta como mirador de la ciudad, y las galerías. Dos amplios y armoniosos salones articulan la circulación de la planta principal.

En la rampa de acceso a la ciudadela están las Tiendas de las Sierpes, conocidas como «Las Covachas», una logia de mercaderes mandada erigir por el II duque a finales del siglo XV en estilo gótico, que formaba parte del complejo palacial junto con una torre, derribada en el XIX. Ha sido inscrita, junto con el palacio, como Bien de Interés Cultural, formando parte del Conjunto histórico-artístico de Sanlúcar de Barrameda.

Desde este solar los “Guzmanes” dominaron durante cuatrocientos años el estrecho, controlando los impuestos portuarios, las salinas y la almona. Detentaron el monopolio de las almadrabas. Ejercieron la Capitanía de la Mar Oceana y las Costas de Andalucía. Explotaron las dehesas de Niebla, y las campiñas de Jerez y el Aljarafe. Comerciaron con el norte de África y con las Indias.

Perteneciente a la conocida como «nobleza inmemorial», heredera de algunos de los títulos mas antiguos de España, la XXI duquesa de Medina Sidonia pasará a la crónica como la «Duquesa Roja» por encabezar una protesta de campesinos tras el accidente nuclear de Palomares que le costó la cárcel, y posteriormente el exilio. Declaró su simpatía por las ideas de la Revolución Cubana. Sus investigaciones históricas removieron la idea de «descubrimiento» en torno a los viajes colombinos, abriéndola -apoyada siempre en indicios encontrados entre los legajos- a la hipótesis de que, antes de Colón, árabes y portugueses tuvieran conocimiento previo de las costas americanas. La discordia familiar, envenenada por el uso de ciertos títulos nobiliarios y el disfrute de las herencias, ha de darse por descontada cuando se habla de alguien de «genio y figura», y debe de ser irrelevante para el ciudadano cuando se mira desde la atalaya del bien común.

Las colecciones artísticas del complejo no son excepcionales, pero sí curiosas en el mantenimiento de esa atmósfera de lugar habitado, decorado con los previsibles signos de la vieja aristocracia andaluza: una colección de bargueños que interesará a los especialistas, un grupo de tapices de valor histórico procedentes de la Casa de Montalto, algún cuadro religioso –destacando la presencia de los de Juan de Roelas- y poco más que los restos del naufragio del convento de la Merced, adyacente al palacio, fundado por la Casa ducal, que la orden religiosa abandonó, y cuyos objetos artísticos rescató la aristócrata, antes de hacer donación de los edificios a la ciudad para que albergaran un centro cultural.

Una hospedería, con servicio de restauración, ayuda al sostenimiento de la Fundación, que mantiene la continuidad del proyecto trazado bajo la tutela de la duquesa viuda, Liliane Dahlmann, con la colaboración de un círculo de amigas y colaboradores que se ocupan del día a día en la gestión, o como voluntarias para las visitas guiadas en las que consiguen cautivar a los visitantes.