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‘El público’. La dualidad del mundo

Si un texto teatral de Federico García Lorca es oscuro, inasible y violentamente lírico, ese es ‘El público’. Como dijo el propio autor, el texto rebosa arena y no miel

09 nov 2015 / 15:52 h - Actualizado: 09 nov 2015 / 15:53 h.
"Teatro","Federico García Lorca"
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Lo mejor es decir las cosas claras desde el principio: la producción que se ha presentado en el Teatro de La Abadía de Madrid, que comparte con el Teatre Nacional de Catalunya, es un lujo. Bien los actores, bien la iluminación, bien el vestuario, bien el sonido, bien todo. Y el texto de Lorca. Más no se puede pedir.

Si bien es cierto que ese texto está repleto de imágenes de una potencia inusual por su sentido extraño, oculto muchas veces e inquietante siempre, y que se podría indagar en ellas buscando una lectura personal de cada sujeto; si bien es cierto que Àlex Rigola ordena amablemente lo que trata de contar Lorca atando excesivos cabos que deberían haber quedado sueltos y en manos de la platea; si bien es verdad todo ello, un texto como este es difícil de escenificar, difícil de entender en las butacas y no pasa nada por suavizar las aristas que contiene mientras se respete la esencia de la obra. Se le podría achacar al director haber buscado soluciones para hacer el texto más asequible, más accesible, más de todo tipo de público. Eso podría ser. Aunque se le podría agradecer lo mismo con parecido entusiasmo. El caso es que a este gato hay que ponerle un cascabel que no existe, que hay que fabricar, y Rigola ha logrado diseñar el suyo y colocarlo.

Se recibe al público con un reportaje fotográfico, con música en directo, con unas proyecciones de imágenes sobre una pequeña sábana desplegada por acomodadores sin rostro que van de un sitio a otro para que todos los espectadores puedan disfrutar. El escenario ha robado un par de filas a la platea. Se encuentra a la altura de las primeras butacas útiles. Las tablas se han cubierto con lo que simula roca volcánica; un pequeño montículo; rodean la sala cientos de tiras de color plateado que cuelgan desde las alturas. Y allí se plantan actrices y actores. Y comienza El público.

El texto de Lorca (lo que nos ha llegado de él) es oscuro, intrigante, mágico y hermético en muchas de sus partes. Lorca escribió una obra audaz, adelantada a su tiempo, cargada de imágenes extrañas para un espectador que se siente interpelado sin contemplaciones, llena de personajes que se desdoblan como si eso fuera lo más normal.

Y es que, aunque aún nos parezca mentira, la realidad está repleta de imágenes extravagantes e incomprensibles que nos interpelan constantemente; de seres que nos desdoblamos para poder sobrevivir a esa realidad y a nosotros mismos. Por tanto, el temido (para algunos) surrealismo es más realista de lo que sospechamos. Al menos en este caso. Creo yo que, al hablar de El público, deberíamos referirnos a una ortodoxia remolona y al atrevimiento de un artista genial. La propuesta de Lorca fue profunda, rozando lo mitológico del ser humano.

El público aborda la dualidad del universo. Ya saben: somos esto y aquello. No podemos pensar que podríamos elegir entre ser una cosa renunciando a su contrario. Hombre y mujer. Bueno y malo. Y la razón de ser del arte como manifestación que indaga en ese cosmos y en su inmensidad. La homosexualidad es solo un vehículo, de los muchos que utiliza Lorca, para contar. No es el tema principal.

Otra de las cuestiones que se plantean en profundidad es el papel del espectador ante una obra de teatro o, lo que es igual, ante la realidad. Y allí nos mirábamos los que quedamos. Quietos, pensativos, abrumados, intentando comprender. Lorca no escatimó en marcar un camino, una actitud que, desgraciadamente, está a mucha distancia del que vivimos en la actualidad.

Pep Tosar que recibe a los espectadores con su guitarra eléctrica, tocando algunos temas clásicos de jazz, defiende su papel con fuerza, con convicción, desde el momento en que deja a un lado el teclado (sí, también toca unos acordes). En realidad, todos, sin excepción, lo hacen del mismo modo. Tal vez algo condicionados con una puesta en escena que deja pocas alternativas, pero divirtiéndose y jugándose el tipo sin contemplaciones. Laia Durán destaca, en este sentido, sobre sus compañeros.

En definitiva, una espléndida tarde de teatro.