Empoderamiento de la mujer. Yaoi, la subversión japonesa

No hay mayor fortuna para un comunicador que la oportunidad de acercar a sus lectores acontecimientos de otras culturas, libros que no han sido traducidos, referencias inéditas. El manga publicado en España es apenas la punta de un iceberg

04 feb 2021 / 10:12 h - Actualizado: 04 feb 2021 / 10:26 h.
"Cómic","Manga - Aladar"
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Se denomina manga al cómic japonés, que participa de características diferentes a las de sus primos europeos (como Tintín) y americano (superhéroes), viene de la tradición del grabado sobre madera y goza de una gran popularidad. Las versiones españolas de manga son numerosas, aunque no tanto como las destinadas a los mercados anglosajón o francófono. Pero el manga tiene infinitos géneros.

El yaoi se caracteriza por desarrollar tramas románticas entre varones y está dirigido exclusivamente a un público femenino que no recibe de él la agresividad que encontraría en una relación heterosexual porque se siente al margen y por lo tanto cómodo en esa convención. El bara podría considerarse un subgénero del hentai -el relato erótico- es sobre chicos y para chicos, explícito e incluso perverso, su público habitual es gay. Pero estos géneros no son estancos, cada vez hay más chicas que leen manga gay a la vez que más homosexuales se inclinan hacia el yaoi.

Yaoi es el acrónimo de YamA nashi, Ochi nashi, Imi nashi (sin clímax narrativo, sin decaimiento en la trama, sin sentido en la historia). Nace de los cómics autoeditados o dôjinshi. Los editores se suelen referir a él -en Japón- como boys love «BL» y sus autoras suelen ser chicas jóvenes. Eso es la clave para que resulte un género tremendamente innovador, tanto en su temática como en su composición gráfica. El éxito del BL en Japón es enorme, y desmesuradas sus secuelas en el anime –las películas de animación- y los goodies –los productos derivados como posters, figuritas o juegos convencionales e interactivos-; hasta tal punto que existe una calle en Tokio en la que se suceden edificios enteros de varias plantas dedicados en exclusiva al yaoi, donde las muchachas pueden encontrarse, disfrazarse, e incluso alquilar por horas decorados donde fotografiarse como personajes. Desde nuestro limitado punto de vista de occidentales el fenómeno es inédito y notable.

Existían precuelas desde los años 60 pero no será hasta los 70 cuando un grupo de mujeres mangaka, el «Grupo del 24» introduce en sus historias la ruptura del rol de género. La historia corta «11 gatsu no gymnasium», de Moto Hagio, basada en «Las amistades particulares» de Jean Delannoy, se convierte en la piedra angular de un nuevo movimiento cultural. Luego, cuando se produce el gran boom manga en Japón, el fenómeno beneficia a todos los géneros y da el definitivo espaldarazo a este. El yaoi salta en el inicio de siglo a los Estados Unidos y se generaliza después del primer encuentro YaoiCom organizado en 2001 en San Francisco. Aunque algunos libreros especializados reconocen que el género tiene un éxito seguro en nuestro país y que se vende bien, lo publicado en España no deja de ser anecdótico y se ven obligados a completarlo con importaciones del mercado británico.

Existe alguna diferencia en esto con el bara, algunas historietas como las de Jiraiya, o las de Gengoroh Tagame son bien conocidas y recibidas por el público gay español, formando parte del imaginario de un colectivo plenamente familiarizado con el cómic a través de los dibujos de Ralf Köning y de Tom de Finlandia. Pero este universo no se amplia. Y es una pena porque dejando aparte el morbo inevitable, ese mundo ilustrado nos permite pulsar las claves de una cultura tan interesante como la japonesa, acceder a algunos de sus códigos de conducta, sus mitos eróticos, sus deseos ocultos y sus afanes de cambio como sociedad, la de un país en el que a diferencia de Occidente, la homosexualidad se vive más como una opción que como una forma de vida, centrifugada por los estrictos códigos familiares y tradicionales.

Los personajes del yaoi suelen ser parejas de chicos jóvenes, codificados en sus actitudes activas o pasivas ante una relación que suele ser catártica. La dinámica del relato sigue los parámetros de exposición, crisis y resolución del conflicto planteado, aunque habitualmente presenta algún rasgo de comedia que aligera el sufrimiento. Las relaciones son idealizadas, los finales no necesariamente felices. Las declaraciones amorosas y los acercamientos físicos se retratan desde la ambigüedad y la elipsis aunque ya hemos dicho antes que los géneros tienden a ser cada vez menos estancos y la explicitud va ganando terreno arrastrada por el hentai y por la vida real. Suele escandalizar a los occidentales la aparición de personajes muy jóvenes –shota- o con rasgos o características animalescas –furryen una ausencia de tabúes que revela al manga como la válvula de escape de una sociedad muy presionada emocionalmente, que arrincona a sus fantasmas en una cómoda ficción. Porque en la cultura nipona, en general, la homosexualidad masculina se presiente con más intensidad como una fantasmagoría muy interiorizada que como una realidad tangible. Esa es la gran diferencia con el bara, mientras éste tiende a la realidad, a la normalización, y busca la identificación del lector con los personajes siguiendo una lógica de activismo; el yaoi busca la liberación mediante la negación, con la construcción de una elaborada realidad paralela en la que la mujer no está pero se proyecta; un mundo, por tanto, en donde todo es posible para ellas.

Bara es el nombre de la rosa, identificada con la homosexualidad a partir del Bara-kei –«Muerto por las rosas»– un libro de arte con fotografías de Yukio Mishima realizadas por Eikoh Hosoe que da a su vez carta de naturaleza a la primera publicación gay de Japón, Barazoku, «El clan de la rosa». Aparte sus componentes sexuales -o sadomasoquistas en algunos casos- el bara tiende a lo lúdico, es relativamente inocente en la creación de sus historias –en contraposición a lo canallesco de sus homólogos europeos- e investiga situaciones inhabituales para el público español en los ambientes del sumo, de las artes marciales o de las fiestas rurales tradicionales; coincidiendo en la camaradería como fuente de inspiración en el mundo del deporte, en el ejército o en los baños públicos –sento-.

Algunos estudiosos enuncian las ventajas que el yaoi ofrece a sus lectoras impúberes: la identificación sentimental, la iniciación a la anatomía y al deseo masculinos a través de representaciones, ciertamente crudas, pero carentes de agresividad en las que las jóvenes, además, no se ven en la frustrante necesidad de medirse físicamente ni de competir con una heroína. Porque en el yaoi la mujer objeto no aparece, no existe. Estas relaciones significan pues una libertad absoluta, ausente de presiones familiares, de compromiso matrimonial, de niños o de contracepción; una situación carente de contratiempos físicos y morales en la que el amor y el sexo se justifican por sí mismos. Una reacción contra el shojô, el cómic femenino, dominado, como nuestra novela romántica, por el sometimiento y la inefabilidad, que convierten a la mujer en un ser dependiente y pasivo. Ser mujer en un cuerpo de hombre significa recuperar ese momento ideal de la infancia donde las barreras entre los sexos se diluyen. Una reflexión aparte –que no pierda de vista lo que acabamos de referir- la merecería el análisis de los demonios exorcizados por los chicos heterosexuales aficionados al yaoi.