En las profundidades de la mente humana

El manga nos muestra en ocasiones su parte más turbia. Aunque pueda asustar a primera vista, nos debemos un esfuerzo para deshacernos de prejuicios y para analizar su similitud con otros artificios propios de nuestra cultura. Procesiones de flagelantes, corridas de toros, niñas sexualizadas convertidas en iconos de moda, películas llenas de sangre y vísceras o escarceos lúbricos en la televisión llenan un espacio en el que nos encontramos cómodos, y sin embargo...

29 abr 2015 / 12:44 h - Actualizado: 30 abr 2015 / 15:30 h.
"Manga - Aladar"
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A medida que el ser humano se aleja del salvajismo tiende a proyectar los secretos más negros en la ficción en un intento de liberarse de las obsesiones, de los tabúes, de las pulsiones más atávicas; los japoneses lo hacen en el manga. Esto es chocante para nosotros, que hemos crecido viendo el cómic y los dibujos animados como un terreno reservado a lo más naïve de la infancia. La ruptura de esta convención nos estremece especialmente, nos agrede. Sin embargo no debemos olvidarnos de que son las mismas cosas, guardadas en diferentes cajones.

Crímenes, tortura, masoquismo y relaciones de sumisión, incesto, bestialismo, pederastia, prostitución o esclavitud se ordenan en la cultura occidental en el cine negro o de serie b, en la novela marginal y en el subconsciente de la tragedia griega, en las fantasías de la pornografía, los anuncios por palabras, la cosificación de la publicidad o en cierta iconografía religiosa. Algunos individuos o sociedades no lo ficcionan y lo siguen practicando, nos provocan repugnancia y desolación. Pero la atracción por la violencia y el sexo extremo es innegable, e inevitable su expresión como válvula de escape. Es lo prohibido. El manga más oscuro.

Antes de enfrentarnos a él, convendría recordar que creaciones como Lolita, Edipo Rey, Los 120 días de Sodoma, Muerte en Venecia o Belle de Jour son obras maestras absolutas, referentes culturales irrenunciables que han decantado la conciencia moral de Occidente, mejorándola como entidad colectiva.

Ero-guro es un término que viene de la contracción de erotic gurotescu nansensu (préstamo del inglés: erótico, grotesco y sin sentido) y abarca lo que para los europeos es –en su expresión más profunda– obsceno, incluye escatología, violencia y sexualidad desenfrenada. Sangre, sudor y lágrimas. No debe de ser ajeno a la profusión de estas ilustraciones el arraigo histórico en Japón de determinadas prácticas, consideradas como muy honorables por la clase de los guerreros y que formaban parte de su código de honor, el bushido; que podían comenzar con la curiosa costumbre de mutilarse los dedos para demostrar su reconocimiento al amado, hasta llegar al suicidio ritual por evisceración –seppuku– que incluía la colaboración especial de un mejor amigo que lo culminase con la decapitación.

Las violaciones con tentáculos de Urotsukidoji, de Toshio Maeda imaginadas para sortear la censura; las pesadillas de Suehiro Maruo, plagadas de vejaciones y de vampiros; o la explotación de lo perverso por parte de Waita Uziga, perpetúan en nuestros días la tradición del muzan-e, los grabados sangrientos de las postrimerías del Periodo Edo (1603-1868). Han traído a la luz, desde la sombra, compilaciones tan rocambolescas como los Cuadernos de masacres de Shintaro Kago, que sólo se redimen por su humor negro y sus tramas corrosivas.

Gengoroh Tagame es un artista manga nacido en una familia de samuráis, especializado en sadomasoquismo, ampliamente conocido por el público gay de todo el mundo por obras como La casa de los herejes, traducida al español y publicada por Ediciones La Cúpula. El ingreso del fornido Torazoo en la familia Horikawa para casarse con la hija, es el pretexto para una orgía de prácticas extremas que desbordan lo razonable, y que se sostienen –curiosamente– por la maestría del dibujo y la coherencia del guion, así como por la adecuada composición de un protagonista con el que el lector termina empatizando, en una cadena de humillaciones y sevicias que emergen de la sordidez gracias al surrealismo que impregna toda la trilogía. Deshumanizado, convertido en esclavo sexual, Torazoo, como todos los personajes de Tagame, es un icono bear por antonomasia, inmerso en una trama de violencia sexual, pero sobre todo psicológica, que a muchas personas les puede parecer especialmente desagradable. En otras de sus series como en Ginji la cosa se relaja un poco, en todos los sentidos.

Tagame editó una recopilación de arte erótico en Japón desde los años 50, donde repasa la obra de los que considera como los más destacados dibujantes, casi ninguno de los cuales se caracteriza por su suavidad o su ternura. Termina siendo un catálogo de tormentos bastante espeluznante que nos deja con las ganas de saber si no había nada más convencional para recoger que los cuerpos tatuados y ensangrentados de Mishima Go, los jóvenes atados de Okawa Tatsujii, la serie de torturas clásicas de Oda Toshimi, o los cuerpos perfectos, pero destrozados por empalamientos y atrocidades, de Funayama Sanshi. Sólo Hirano Go se salva de la quema, y aunque se reconoce el virtuosismo de todos ellos, ha de avisarse de que son aptos nada más que para estómagos resistentes.

Alejándonos de la violencia y de lo gore, hay que hacer una mención a Sex Report, diario de un putero en Japón, donde el periodista, mangaka y actor porno Hiromi Hiraguchi nos sumerge con cinismo, crudeza y una ironía salvaje en los submundos de la prostitución femenina en las ciudades niponas, que no suponemos tan distintos de los de Lille o Cerdeña, tal y como estamos viendo en los noticiarios.

Las relaciones de intimidad entre miembros de una misma familia están demasiado presentes en el manga como para pasar desapercibidas, y es que parece que para los japoneses esa suposición destila un morbo especial. Aventuramos la hipótesis de que, desterradas las muestras de cariño de la vida real, se proyecten esos acercamientos en el cómic con la distancia que implica inventarlos para los demás, desterrando así ese fantasma del entorno de los propios lectores. Podríamos definirlo someramente como efecto vecinita de al lado. Son oportunamente encubiertos los enredos bajo circunstancias putativas, hermanos espurios, padres adoptivos, amigas íntimas que son consideradas como hermanitas, o acercamientos demasiado ambiguos como para ser revelados. Se encuentran en todos los géneros en los que hay sexo o romance. Lo que nos deja totalmente desconcertados es que exista uno que se defina específicamente por dedicarse a ese tipo de relaciones incestuosas, se trata del kinshinsokan. Algunos como Yosuga no Sora están basados en hechos reales, mientras que otros son adaptaciones de novelas y se han transformado en animación; Papa to Kiss in the Dark no es un manga, sino una novela y una dramatización sonora (CD Drama) que citamos aquí por la oportunidad de su entorno.

La personificación de animales, o la representación de antropomorfos con rasgos animalescos no nos sorprende, crecimos con ella y forma parte de un acervo que persiste desde Esopo. No nos extraña por tanto que los japoneses tengan un género dedicado a esas metamorfosis: furry. Lo sobrecogedor es cuando esos seres imaginarios –todavía más cuando se trata de monstruos alienígenos– presentan órganos sexuales y participan de comercio carnal con humanos, o entre ellos mismos. La sorpresa no debe hacernos olvidar que nuestra cultura entera se asienta sobre los cimientos de la Esfinge, el Minotauro y otros seres híbridos, en los que los griegos antiguos descargaron sus peores pesadillas, y los temores de la caverna ante la diversidad sin fin de la naturaleza, haciendo participar a sus dioses en la confusión del bestialismo.

Lolita en Japón

Pocas publicaciones resultan más chocantes para los occidentales que aquellas, fuertemente eróticas o explícitamente sexuales, en las que intervienen menores. El género conocido como lolicon no necesita más explicación que su nombre, que procede de la novela de Nabokov. Tiene su contrapartida en el shotacon, donde los protagonistas son del género opuesto, algo imprevisto hasta que nos topamos con ello. En el manga estas relaciones tienen una particularidad que las descarga de culpabilidad, los personajes son dibujados, eso los despoja de su fisicidad, los sitúa fuera de edad, aunque el hecho mismo de esta fantasía nos pueda resultar perturbador. Si no interviene ningún rol con características de adulto, cae otro de los tabúes occidentales, el sexo entre menores, una línea roja que procuramos evitar como si no existiera, y que querríamos flanqueada solamente por el desorden psíquico o la prematura madurez, descartando toda normalidad.

Se considera a Hideo Azuma padre del lolicon, por acreditar la sexualidad latente que muchos aficionados encontraban en las heroínas impúberes. La explosión de estas publicaciones se produjo al inicio de la década de los 80, aunque sufrieron un duro golpe en 1989 con la detención de Tsutomu Miyazaki, un joven que había secuestrado, abusado y asesinado a tres niñas y en cuyo apartamento se encontraron cientos de vídeos con películas de horror y anime lolicon. Compilaciones como Angel, de U-Jin, editada en castellano, definen bien el género.