«En Sevilla había mecenas de mayor nivel que en la propia corte»

Tras muchos libros dedicados al Arte, la Historia o el patrimonio, Manuel Jesús Roldán Salgueiro se estrena en la novela con ‘Cara de ángel’, relato biográfico sobre La Roldana (1652-1706), una de las grandes escultoras de la historia universal

Antonio Puente Mayor

Historiador del arte, profesor de Secundaria y de la Universitas Senioribus de la Fundación CEU San Pablo, escritor, comisario de exposiciones... Manuel Jesús Roldán Salgueiro es uno de los rostros más populares de Sevilla, y su innata capacidad como investigador así como sus dotes para conectar con el público le han permitido labrarse una carrera en la que sobresalen sus colaboraciones en los medios de comunicación y la publicación de libros de gran calado. Entre otros, ‘Conventos de Sevilla’, ‘La historia de Sevilla en 80 objetos’,La Semana Santa de la Transición’ o ‘Historias de la Semana Santa que nunca te contaron’.

En esta ocasión, y tras invitarnos a viajar por la ‘Historia del arte con nombre de mujer’ y no dejar a nadie indiferente con ‘Los muertos del profesor’, Manuel Jesús Roldán cambia de registro en ‘Cara de ángel’, novela biográfica sobre La Roldana (1652-1706), una de las grandes escultoras de la historia universal. La obra acaba de llegar a las librerías publicada por la editorial El Paseo.

Siendo hija de un coloso del arte y habiéndose convertido en escultora de la corte de Carlos II y del primer borbón en el trono español, Felipe V, ¿cómo es posible que no existiera una novela sobre Luisa Ignacia Roldán?

Así, entre nosotros, hay una novela dedicada a Luisa Ignacia Roldán, aunque tiene un nivel de fantasía tan excesivo que me parece atrevido tildarla de obra dedicada a su figura. De hecho, hay andanzas en ese texto de nuestra escultora nada menos que por tierras rusas... Creo que la novela basada en un personaje histórico no debe sobrepasar ciertos límites de verosimilitud.

Antes de ponerte a escribir, has recorrido un apasionante camino en busca de los diversos rostros de La Roldana. Háblanos del proceso de documentación.

Ha sido un proceso en dos planos muy diferenciados. Por una parte, la consulta de lo publicado sobre Luisa Roldán desde un punto de vista académico, los libros de García Olloqui, la tesis de Catherine Hall-van den Elsen, los catálogos de José Luis Romero, las obras de Roda Peña dedicadas a Pedro Roldán, artículos especializados... A ello añadiría fuentes primarias como los Anales de Ortiz de Zúñiga, que han sido muy estudiados pero que siguen teniendo miles de detalles e informaciones «menores» que pueden ser muy útiles para la fabulación de una novela. También libros para documentar el contexto histórico y social, especialmente para situar el Madrid de los Austrias o la obra de los talleres artísticos del siglo XVII.

El otro plano tiene un matiz más contemplativo. Volver a ver. Releer muchas imágenes de Luisa Roldán, de su padre o de la Sevilla y el Cádiz de la época para indagar en ellas el porqué de su realismo, de su captación de la belleza, de su mirada al dolor. Aquellos que lean la novela acabarán viendo con otros ojos a la Virgen sevillana de la Estrella, al retablo mayor de la parroquia del Sagrario, a los santos patronos de Cádiz o al mismo San Miguel Arcángel de la Galería de las Colecciones reales.

‘Cara de ángel’ arranca con una frase poderosa, de esas que golpean al lector antes incluso de sumergirse en la historia: «Me duele todo».

Hay crónicas que la ponen en boca de Carlos II en el momento de su muerte. Salvando interpretaciones legendarias, es un recurso que traslado a la propia Luisa. La escultora conoció ese Madrid de los Austrias tan diferente a la calidez de su Sevilla natal o de la ciudad de Cádiz, con un rey de actuación controvertida, su reinado fue largo y en algunos aspectos no tan negativos como se suele proclamar, pero con una apariencia y una realidad enfermiza que llamó la atención de propios y de extranjeros. En cierto modo, es una frase que puede también resumir la vida de nuestra protagonista, ella que había sabido transmitir el dolor al barro y a la madera debió sentir la frustración de haber conocido un éxito que no iba acompañado de estabilidad económica. Poco antes de morir llega a firmar una declaración de pobreza. A ello se une un dolor vital, el de una madre que conoció la muerte de varias de sus hijas en los primeros años de vida.

Pocos artistas de la historia han tenido la suerte de beber de maestros de la altura de Martínez Montañés, Juan de Mesa o el propio Pedro Roldán, y mucho menos de conversar de tú a tú con genios como Murillo o Valdés Leal. ¿Habría alcanzado La Roldana el nivel que exhibió de haberse formado en una ciudad distinta a Sevilla?

La excelencia se alcanzaba en el Sur. Granada era otra escuela de primer orden, aunque fuera superada por la gran capital. El dinero fluía por el río Guadalquivir y ese es el gran motor de la creación artística del momento. Madrid suponía el reconocimiento oficial, pero la mayoría de los grandes artistas venían del Sur. Y en Sevilla había mecenas de mayor nivel que en la propia corte: un Mañara o un Justino de Neve mostraban un mayor nivel intelectual que muchos cortesanos madrileños. Y, bien lo señalas, el gran peso de la tradición que se recoge en la novela. Luisa contempla a la Virgen de la Antigua, reza ante la Soledad, ve pasar al señor de Pasión por su casa de la calle de las Armas, tiene estrecha relación con Valdés Leal, conoce las obras de Murillo...

Independientemente de su trama, ‘Cara de ángel’ es un viaje por el Barroco más exuberante pero también por la decadencia española reflejada en todos los ámbitos. ¿Es el arte un analgésico para aplacar las tribulaciones?

El contraste de la época debía ser brutal. El Arte más excelente junto a la pobreza más absoluta. En un palmito de terreno se podía pasar de asistir a una homilía en iglesia de planta elíptica con un predicador jesuita que teatraliza sus ideas y llegar andando a una laguna desecada donde ya vagaba el peligro y la miseria. A escasos metros de la Catedral comenzaba un barrio con centenares de prostitutas y casas de juego. El Arte era tan refinado y elaborado que hacía fácil lo difícil, acercar el concepto de Belleza absoluto a los más desfavorecidos, acercar a Dios a los analfabetos, consolar al mendigo y al olvidado. Pocas veces en la historia un estilo artístico que parte de las élites, el Barroco, ha conectado tan bien con el pueblo.

«El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras», es la frase pronunciada por Pedro Roldán cuando Luis Antonio de los Arcos le solicita la mano de su hija. Un enlace que disgustó profundamente al escultor y cuyos detalles fueron recogidos nada menos que por Santiago Montoto...

Se ha escrito mucho sobre el tema, aplicándose la palabra rapto para esa huida del hogar con vistas a una boda que el padre no consentía. Era una figura legal que existía en la época, por un procedimiento notarial los novios podían forzar ese matrimonio a pesar de la oposición paterna. Curiosamente, a Pedro Roldán he procurado darle una gran importancia en la novela, creo que es vital en la formación académica y vital de su hija, pero además tiene un punto de personaje que sentencia constantemente con refranes cualquier tipo de situación, es una licencia literaria que, creo, le da un aire atrayente a un padre que formó a sus hijas en la valoración de sus capacidades artísticas y en la igualdad.

Una de las piezas centrales de la novela —la misma que ilustra la portada— es el ‘San Miguel venciendo al demonio’, obra realizada en 1692 que, tras permanecer durante años en El Escorial, puede contemplarse en la recién inaugurada Galería de las Colecciones Reales de Madrid. Como historiador del arte, danos tu punto de vista sobre este trabajo de Luisa Ignacia Roldán.

Creo que es una obra cumbre de la escultura europea del siglo XVII. Rotunda. Perfecta. Exquisita en los detalles. No hay duda de que sus rostros, ángel y demonio, deben corresponder a retratos. El ángel tiene grafismos muy cercanos a la Virgen de la Estrella. Y la Estrella tiene mucho de dolor autobiográfico. Una obra que debió suponer un esfuerzo físico notable para Luisa, que dejó bien claro que su marido Luis Antonio desbasta la pieza en madera y que es su cuñado, Tomás de los Arcos, el policromador. Pero la escultora es ella. Y bien claro que lo deja en la firma, donde además de reivindicar su condición recuerda su Sevilla natal. Es una llamada de atención para reivindicar la calidad, el origen del que se enorgullece, como hacía José Ribera en las tierras de Nápoles. Y a una talla prodigiosa se suma una excelente policromía de vivos colores que nos sitúa en el siglo XVII y no en las negritudes y suciedades que demasiadas veces vemos en las tallas barrocas.

Además de artista, La Roldana de ‘Cara de ángel’ es hija, esposa y madre. ¿Te ha sido muy difícil recrear esa faceta familiar de la que se conoce tan poco?

He intentado ponerme en el lugar de una hija que aprende con rapidez, pero que tiene personalidad propia, de una esposa que forma parte de unos siglos donde la mujer ocupaba un plano secundario en la mayoría de las facetas de la vida, y de una madre que conoce el dolor de la pérdida de sus hijas y las dificultades que debía conllevar compaginar las tareas domésticas con la dura tarea de un taller. Son facetas que no recogemos cuando hacemos libros académicos, pero que, en el fondo, influyen en cada una de las obras que realizara Luisa. Y la novela nos permite imaginar.

¿Hasta qué punto pudo influir la complicada situación económica que tuvo que sufrir Luisa Ignacia en su devenir profesional?

Entiendo que su situación económica en Sevilla y Cádiz no debió ser mala. Había una amplia clientela y encargos como los de Cádiz, es el propio cabildo catedralicio el promotor, demuestran que debía estar cotizada. Ojo, siempre pensando que durante sus primeros años no es ella quien firma sino su esposo, de ahí las dificultades de catalogación de su obra. Es Madrid, su larga etapa final, el tiempo de las dificultades económicas. Allí llegaría buscando un espacio que quizás veía copado en Sevilla con el amplio plantel de escultores de primera calidad que había en el taller paterno. Y en Madrid es, paradójicamente, el declive económico. Nunca acabaron de concederle una estancia junto a los artistas de palacio, cobraba tarde y mal las obras de la corte, son constantes sus cartas, tanto a la casa de Carlos II como a la de Felipe V, para reclamar pagos atrasados que le impedían vivir con dignidad. Hay alguna carta aterradora en la que menciona a sus hijas para pedir pagos atrasados, insistiendo en que no le llega para cubrir los gastos básicos. Quizás su salvación fueran las pequeñas obras en barro que realizaba para la órbita de la Corte y la protección de algunos mecenas como el Duque del Infantado.

Los nombres de los capítulos son una muestra de la sensibilidad con la que te has entregado a este proyecto. ¿Habrá más novelas de Manuel Jesús Roldán?

Me alegra esa lectura. Es cierto, cada capítulo tiene un título que hace alusión al tema que se desarrolla, puede ser un nombre, un versículo de la Biblia o un refrán de la época. Es que, en realidad, la novela funciona como muchas novelas dentro de un texto amplio. Aunque haya un hilo narrativo, cada capítulo, todos son de la misma extensión buscando marcar un ritmo, tiene una introducción, un desarrollo y un final. Hay algo en ellos de microrrelatos. Y los títulos son causa o consecuencia de lo que se cuenta en el texto, algunos están muy pensados.

Reconozco que después de muchos libros dedicados al Arte, la Historia o el patrimonio, el salto a la novela ha sido un esfuerzo notable para mí. Aunque te puedo confesar que, viendo la fantástica aceptación inicial de la obra, comienzan a aparecer ganas de repetir la experiencia.