Hitchcock consideraba que en las relaciones personales se producen grandes desajustes entre apariencia y realidad y por ello le fascinaba tratar la falsa identidad y la impostura. En «Encadenados» («Notorious», 1946), Alicia (Ingrid Bergman), una norteamericana hija de un traidor, finge ser progermana para infiltrarse en una célula nazi en Brasil, seduciendo al líder, Alexander Sebastian (Claude Rains). Surge el amor entre ella y el agente que actúa de enlace, Devlin (Cary Grant), aunque los sentimientos de él están teñidos de celos y de desprecio por la vida disipada que ella ha llevado (el título original de la película significa «infame» o «de mala reputación»).

El MacGuffin típico del director fue en este caso el uranio contenido en botellas de vino que ocultan los nazis. Hitch hacía gala de que la elección del mismo mineral que se utilizó para la bomba atómica fue premonitoria. La cronología parece indicar que es improbable que así fuera – aunque el guión estuvo listo antes, el rodaje fue posterior al bombardeo- pero Hitchcock nunca dejó que la realidad interfiriera en una buena anécdota, si la misma podía servir para atraer al público a las salas. Era casi tan mago de la publicidad como del suspense.

El largometraje supuso su segunda colaboración con Ingrid Bergman y con el guionista Ben Hetch, después del gran éxito que los tres lograron con «Recuerda». Hetcht, conocido como el Shakespeare de Hollywood, tenía títulos a sus espaldas tan importantes como «Lo que el viento se llevó» o «Luna nueva». El guión de «Encadenados» es perfecto, tanto en estructura como en diálogos, pues el escritor logró un maridaje extraordinario entre el cine romántico y el de espías, detectando hábilmente las coincidencias entre ambos géneros (suspense, traición, secreto...).

La obra concentra algunas de las mejores interpretaciones de la cinematografía del genial británico. Aunque podía ser difícil con los actores (siempre se cita su frase «Los actores son ganado») y era impaciente con aquel que osara plantearle alguna opinión, una excepción fue Ingrid Bergman, por cuyos talento y profesionalidad sentía un gran respeto. La actriz sueca actuó con gran sensibilidad, inundando la pantalla con su expresivo y luminoso rostro y su pasión es palpable, gracias a que una de sus señas de identidad era su capacidad de enamorarse con gran credibilidad ante la cámara.

Los complejos sentimientos de Devlin por Alicia eran un trasunto de las emociones que sentía el director por Bergman, mezcla de enamoramiento, resentimiento y afán de posesión. Cary Grant era el galán atractivo que a Hitch –siempre acomplejado por su calvicie y su rotunda apariencia- le hubiera gustado ser. En «Encadenados» interpretó a un personaje casi antipático (aunque hablar de Grant y de antipatía pueda parecer una contradicción) cuya intransigencia empuja a la mujer a la que quiere a jugarse la vida. Actuó con notable economía de gestos, transmitiendo sus emociones cambiantes a través de leves variaciones en su mirada inescrutable y en el rictus de su boca. Nunca hemos vuelto a ver tanta profundidad en los ojos oscuros del actor, como cuando se detienen en Ingrid Bergman casi contra su voluntad (ese momento casi imperceptible en el avión...).

Los miembros de la célula nazi componen un cuadro variopinto y sumamente inquietante. Claude Rains estuvo simplemente magistral, humanizando a su personaje hasta el punto de lograr provocar en los espectadores cierta lástima por el engañado marido y su triste destino. Su posesiva madre estuvo encarnada por Leopoldine Konstantin, que logró ser una de las maduras más pérfidas de la filmografía de Hitchcock... lo que ya es decir... ¿Se han dado cuenta de que en sus películas, en contraposición a las jóvenes beldades protagonistas, las secundarias son mujeres de mediana edad normalmente desagradables?

Volviendo a las jóvenes... las escenas de amor entre Alicia y Devlin son extraordinarias y una de ellas hizo historia por burlar la censura. El código Hays vigente en la época prohibía mostrar besos en los labios que duraran más de 4 segundos, pero Hitchcock logró soslayar esta incómoda limitación con su inagotable ingenio. Los amantes se besan mientras él atiende una llamada y aunque no dejan de abrazarse en ningún momento, intercalan otras manifestaciones cariñosas, de manera que aunque cada beso nunca excede el límite permitido, el conjunto dura mucho más.

La película contiene además la secuencia más profundamente romántica del cine de este autor. Cuando Devlin irrumpe en la mansión de los Sebastian y encuentra a Alicia en la cama, víctima de envenenamiento, es capaz por fin de expresar su gran pasión por ella. Los primeros planos de la actriz, con su piel traslúcida realzada por una iluminación envolvente, fueron toda una declaración de amor del director por su musa.

Aparte de los personajes, en esta obra cobran gran importancia los objetos, que simbolizan la opresión y el peligro que van cercando a Alicia: llaves, puertas, escaleras y sobre todo bebida, mucha bebida. Los planos de detalle de botellas de vino o champagne y de tazas de café envenenadas realzan el suspense al ir puntuando los momentos clave en el desarrollo de la historia, como son la primera cena de Alicia en casa de Sebastian o la inolvidable secuencia de la fiesta.

Hitchcock volvía una y otra vez sobre las cuestiones que le obsesionaban y en «Encadenados» dio rienda suelta a varias de ellas: el miedo, el deseo, la culpa... Pese a su algo entristecida visión del mundo, en este largometraje nos permitió asistir a una doble redención. Por una parte, gracias a su valiente sacrificio, Alicia libera su conciencia del lastre de su turbio pasado y de ser hija de un traidor. Por otra parte, su generoso corazón acaba salvando a Devlin de su aislamiento emocional.

Pese a estar hoy considerada una de las mejores películas de la historia, esta excepcional obra fue acogida con indiferencia por la crítica en su momento. Tal vez el mago del suspense considerara excesivos ambos extremos. «Ni tanto ni tan... Hitchcock»...