Ernst Lubitsch. De la riviera francesa a la campiña inglesa

‘La octava mujer de Barba Azul’ y ‘El pecado de Cluny Brown’ son dos obras menores de Ernst Lubitsch pero aun así tocadas por la varita de su ingenio. En ellas se aprecia que el realizador alemán contemplaba Europa con una mezcla de añoranza e ironía

06 jul 2015 / 10:41 h - Actualizado: 06 jul 2015 / 10:42 h.
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  • Europa es el escenario en el que se rueda ‘El pecado de Cluny Brown’.
    Europa es el escenario en el que se rueda ‘El pecado de Cluny Brown’.
  • Gary Cooper y Claudette Colbert en ‘La octava mujer de Barba Azul’.
    Gary Cooper y Claudette Colbert en ‘La octava mujer de Barba Azul’.

La Europa que retrataba Lubitsch brillaba de sofisticación y elegancia pero también padecía un obsoleto clasismo al que el cineasta sabía sacar punta. Frente al viejo continente, mostraba a Norteamérica como un lugar en el que, pese a que la clase y la educación eran bienes escasos, florecían las oportunidades y cualquier individuo con astucia, capacidad de trabajo y ambición podía labrarse un provenir, con independencia de sus orígenes. Dos de las películas consideradas menores del realizador que ponen en evidencia esta contraposición son La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard’s eigth wife, 1938) y El pecado de Cluny Brown (Cluny Brown, 1946)

En La octava mujer de Barba Azul, Gary Cooper es un multimillonario norteamericano de paso por la Riviera, que se siente atraído por una noble francesa venida a menos, dotada del irrepetible encanto de la gran Claudette Colbert. Ella es la encarnación del chic continental y él es brusco y arrogante pero indiscutiblemente apuesto. La batalla de sexos comienza. En esta ocasión, Lubitsch no fue capaz de mantener el crescendo de sus mejores obras y tras una hilarante primera parte, la segunda mitad de la comedia decae.

Sin embargo, hay bastantes componentes de esta película que valen la pena. Lo mejor de este divertimento se concentra en la primera escena, en la que la pareja se conoce en una tienda cuando él pretende comprar la camisa de un pijama y ella se conforma con los pantalones. La ocurrencia fue de Billy Wilder, que fue coguionista de la película cuando aun le faltaban unos años para dar el salto a la dirección. Las interpretaciones son de nivel, especialmente la de Claudette Colbert, que fue una de las comediantas con mayor sentido del ritmo de los años treinta. En cuanto a Gary Cooper, varios críticos de la época consideraron que elegirle fue un error de casting, pero lo cierto es que Lubitsch supo explorar una veta cómica oculta. El realizador admiraba a la estrella y afirmó que era un estupendo actor capaz de convertirse en cera en manos de un director, para adaptarse a lo que éste necesitaba.

Edward Everett Horton, el secundario favorito de Lubitsch, interpretó al padre de la protagonista, resultando tan expresivo y divertido como era habitual en él. También disfrutamos de ver a un jovencísimo David Niven como un admirador de la Colbert al que Cooper contrata como secretario. El actor recordaría con entusiasmo su única y grata experiencia colaborando con el director alemán y le atribuyó a éste el mérito de haberle enseñado a interpretar comedia. Apareció en algunas de las escenas más entretenidas de la película, como aquella en la que actúa servilmente ante a un grosero Gary Cooper, tras haberle manifestado a la protagonista que va a poner en su sitio al temperamental millonario. Esta comedia puso fin a la brillante etapa de Lubitsch como el más importante productor y director de la Paramount. Posteriormente, trabajaría para la Metro, United Artists y la 20th Century Fox. En esta última, el realizador alemán dirigió a Jennifer Jones y Charles Boyer en El pecado de Cluny Brown, en la que volvió a elegir Europa como escenario de la historia. Esta vez la obra transcurría en Inglaterra poco antes del estallido de la segunda guerra mundial. Lubitsch parodió el clasismo extremo que ha caracterizado siempre al pueblo británico, retratando a algunos altivos nobles y a sus encorsetados empleados del hogar. Jennifer Jones, especializada en papeles melodramáticos, nos dio una inesperada alegría como Cluny, una chica londinense de humildes orígenes, que no encuentra lugar para su espontaneidad y su desatada afición por la fontanería en su rígido país. Es contratada como doncella de la casa de campo de unos lores y es constantemente reprendida por un comportamiento considerado excesivamente natural. Allí coincide con Belinski, un refugiado checo encarnado por Charles Boyer, tan inadaptado y peculiar como ella. Ambos necesitarán marchar a la prometedora Norteamérica para poder ser ellos mismos y salir adelante. La escena final y muda de la película, que es una elegante manifestación del toque Lubitsch, condensa sutilmente esta idea.

Aunque hay ciertas inconsistencias en la trama y en la evolución de caracteres, hay muchos elementos positivos en la obra. Los protagonistas están inspirados y convierten a sus personajes en dos seres entrañables. Los encuentros y desencuentros de Cluny con un estirado farmacéutico que quiere casarse con ella son a cual mejor. Las conversaciones entre el mayordomo y el ama de llaves de la casa de campo son divertidísimas de puro absurdas. ¡Son aun más snobs que sus jefes! Y como siempre, hay diálogos cargados de doble sentido que encubren ingeniosamente alusiones al sexo, ya que la vocación fontanera de Cluny pretende ser un reflejo de otros anhelos de los que la joven no es consciente.

Desgraciadamente para la historia del cine, esta fue la última película que completó Lubitsch, puesto que murió al inicio del rodaje de la siguiente, La dama de armiño. El séptimo arte había perdido a una de sus mentes más brillantes.

Si bien hoy en día La octava mujer de Barba Azul y El pecado de Cluny Brown siguen siendo consideradas obras menores en la filmografía del genial alemán, verlas es una garantía de pasar un buen rato. Así que ¡ya saben lo que tienen que hacer!