Estética de la Ciencia Ficción: el dibujo de los miedos

Imaginemos una línea recta continua de estética de cine de ciencia ficción. En un extremo estaría la película más futurista, aséptica y minimalista, en el otro, la más costumbrista, llana, rural. Esta recta es totalmente clara: en un extremo estaría ‘2001, una Odisea del espacio’, en el otro, una tremenda sorpresa: ‘Her’. La primera, la película que catapultó a Stanley Kubrick en 1968. La última, un filme romántico de 2013 dirigido por el cineasta Spike Jonze

05 oct 2015 / 17:37 h - Actualizado: 06 oct 2015 / 08:42 h.
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  • ‘2001, una odisea en el espacio’.
    ‘2001, una odisea en el espacio’.
  • ‘Alien, el octavo pasajero’.
    ‘Alien, el octavo pasajero’.
  • ‘Her’.
    ‘Her’.
  • Darth Vader.
    Darth Vader.
  • E.T.
    E.T.

La idea que solemos manejar sobre el cine de ciencia ficción es la de naves espaciales llenas de tecnología que se traduce en interruptores luminosos, motores de explosión gigantes y medidas en años luz.

Extraterrestres polizontes chupacerebros o bien seres de luz con una inteligencia muy superior a la del ser humano. Pero parece que cada época tuvo su icono en este tipo de cine, un planeamiento estético concreto que influyó mucho más allá del proyector y las pantallas, o que bebió de la filosofía estética de la época. Además, la ciencia ficción ha servido, también, como catalizador de las fobias que la cultura pop ha tenido a lo largo del siglo XX: miedo a lo malo, al que viene de fuera, a lo desconocido; miedo a perder el bienestar, a tener que cambiar nuestros valores; la lucha incesante del bien contra el mal, en la que, casi siempre, gana el bueno. Por supuesto.

Centrándonos meramente en la estética, quizá la película de ciencia ficción por antonomasia sea 2001, un Odisea del espacio, estrenada en 1968, justo un año antes de que el hombre pisara la luna, o sea, en pleno apogeo de la carrera espacial. Su realismo científico y sus efectos especiales marcaron un antes y un después. Como fue habitual en el cine de Stanley Kubrick, la fotografía y la banda sonora son unos personajes más de la historia. De hecho, la música sustituye al narrador y a los diálogos la mayor parte del tiempo. La película comienza y termina con fondo de Así habló Zaratrustra, melodía ligada ya para siempre a este film. Las estancias de la nave son blancas, minimalistas, roto todo por el color rojo fuerte de los sillones Djinn, creados por el diseñador Oliver Mourgue para la ocasión. El vestuario de los protagonistas es neutro, anodino. Sin duda todo diseñado para que el espectador comparta la sensación de hastío de la tripulación. Hay escenas de alto contenido psicodélico; por ejemplo, cuando el protagonista llega a Júpiter. Recordemos que la película fue rodada en pleno auge lisérgico, aunque también esta imagen tiene su base científica. Para finalizar, en un giro surrealista, encontramos al protagonista en una extraña y lujosa estancia decorada a lo Luis XVI, con el piso iluminado por paneles fluorescentes. Cabe destacar la mesa, servida de manera elegante y sobria con menaje diseñado por el gran Jacobsen. Hubo un antes y un después de 2001. Muchas películas siguieron su estela. Incluso las malas lenguas (y no tan malas) dicen que David Bowie se inspiró en ella para crear, un año más tarde del estreno, su gran éxito Space Oddity.

En 1977, George Lucas estrenaba la primera película de la serie Star Wars. Bebiendo de las fuentes estéticas de 2001, sus películas se convertirán enseguida en un hito popular. En esta ocasión el ser humano comparte protagonismo con robots llenos de luces y sonidos incomprensibles, androides diseñados en metal brillante, dorado, y alienígenas de toda clase. Las naves espaciales también tienen un interior blanco, luminoso, pero aquí existe vida, por todos lados se ven seres de diversa condición caminando, tal como si estuvieran en una ciudad. El vestuario de esta primera parte de la serie es muy del estilo de los 70 y sirve para distinguir las distintas clases en esa sociedad y, lo que es más importante, a los buenos de los malos. Recordemos que estamos en plena Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS y que esta película tiene un trasfondo político. Los buenos, como no, visten de blanco, los malos de negro.

Los androides de la tropa imperial son de un blanco impoluto. Los que se alejan de la Fuerza, pasan al Lado oscuro, simbolizado por su líder, Darth Vader, que viste de la cabeza a los pies de negro. Otro dato es el color de las espadas de unos y otros, los buenos las llevan azules y los malos rojas. Es cuanto menos curioso e inquietante. Una película de estética futurista que ha influido en el imaginario común para siempre y que ha recaudado millones de dólares en venta de objetos durante estos últimos 38 años. Verdadero icono del pop del siglo XX.

Seguimos entre naves espaciales. En 1979 se estrenó Alien, el octavo pasajero. Lo que en un principio iba a ser una película de bajo presupuesto terminó siendo una superproducción por efecto del éxito de Star Wars. La película transcurre dentro de un espacio claustrofóbico y oscuro.

De hecho, la nave Nostromo está inspirada en un bombardero de la Segunda Guerra Mundial. El entorno es gris, metálico, totalmente industrial. Los trajes espaciales de la tripulación, que fueron creados por el mismísimo Moebius, están en consonancia con el ambiente. La película contó con un equipo técnico de excepción. De hecho el escultor suizo H. R. Giger fue el creador de la criatura alienígena, y el ilustrador Ron Cobb fue el encargado de toda la ambientación exterior y del diseño de Nostromo. Nos acercamos a los 80, la estética empieza a ser otra, más recargada, más violenta. Por primera vez, el papel de héroe espacial lo encarna una mujer, aunque los protagonistas son más bien andróginos. La teniente Ripley ya no es la princesa a la que salvar; tiene que salir adelante sola, corriendo entre tuberías y conductos de ventilación de su nave. Esta cinta fue incluida en el Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de los Estado Unidos como una película cultural, histórica y estéticamente significativa.

Un clásico de la ciencia ficción es Blade Runner, estrenada en 1982. Fue una de las primeras en utilizar el género ciberpunk. Blade Runner le debe mucho a otra gran película de ciencia ficción de 1927, Metrópolis. Ambas transcurren en una distopía urbana futurista. De nuevo sensación claustrofóbica, pero esta vez dentro de una ciudad. La luz ambiental recuerda a un cuadro de Edward Hopper, claroscuros, soledad, tristeza. Sale a relucir, otra vez, el nombre del dibujante Moebius, cuyo estilo tuvo gran influencia en la película, pero que rechazó trabajar en ella a cambio de un proyecto distinto. La imagen cobra otra dimensión. Hasta dentro de la misma película no dejan de verse gigantes pantallas funcionando 24 horas al día, informando de todo lo que pasa y emitiendo publicidad.

Tanto estética como filosóficamente es un film adelantado a su tiempo, que refleja y plantea problemas, conflictos y dudas que son más propios del siglo XXI. Todo es denso en Blade Runner; desde su argumento y su guion hasta la estética y el vestuario (sobretodo el de los replicantes). El épico final de la lluvia entre los rascacielos ha quedado grabado para siempre en la retina de los espectadores.

Rompiendo completamente con este tipo de películas están las ochenteras de ciencia ficción de Spielberg. Tanto en Encuentros en la tercera fase como en la inolvidable E. T. el extraterrestre, nos encontramos con un planteamiento completamente distinto a todas las anteriores. Aquí, la ciencia ficción muestra su cara más amable y blanda. Son películas ambientadas en el momento justo en las que fueron rodadas. Muestran a las típicas familias americanas que celebran su Halloween, desayunan bacon en la cocina y hacen barbacoas vecinales. Costumbrismo puro y duro que, en determinados momentos, hasta puede resultar algo rural.

Aquí, los malos no son los que vienen de fuera. Los extraterrestres son seres adorables que vienen en son de paz. Los protagonistas humanos visten camisa de cuadros y en su mayoría son mucho menos amistosos que los aliens. Cuestión de educación cósmica. Las naves espaciales son muchos más sencillas y burdas, con menos tecnología a bordo. Quizá porque aquí prima más el mensaje moralista y patriótico que la estética.

Y en el colmo del día a día se situaría Her, en la que el protagonista bien podía ser el vecino hipster del cuarto. Her es una película de ciencia ficción porque, aunque cerca de conseguirlo, todavía no tenemos la tecnología para crear una inteligencia artificial con sentimientos. Aquí no hay naves espaciales, ni siquiera el antagonista es un extraterrestre porque es tan sólo una sugerente voz femenina. Aquí sólo hay un teléfono móvil y un ordenador como éste desde el que escribo. Tengan cuidado, no se vayan a enamorar.