Flirteos entre la cultura y la filosofía

Desde la actualidad se plantea una posible historia de la relación entre la cultura y la filosofía. ¿Qué busca la cultura de masas cuando coquetea con la filosofía? ¿Y la llamada cultura alternativa? ¿Cómo ven esa relación el artista y el espectador? Una mirada sin seducción parece envolver sus inicios. Quizás el guiño de la filosofía sea el comienzo de una nueva relación erótica.

28 may 2016 / 12:00 h - Actualizado: 24 may 2016 / 08:29 h.
"Tribuna Aladar"
  • Vemos en la filosofía el motor que enciende la llama de la seducción: tanto entre la cultura y la filosofía, como entre el artista y el espectador../ Fotografía de Héctor Miranda
    Vemos en la filosofía el motor que enciende la llama de la seducción: tanto entre la cultura y la filosofía, como entre el artista y el espectador../ Fotografía de Héctor Miranda

En un mundo donde las distancias no se miden en kilómetros, sino en megas. Donde no vemos el mundo por la ventana de nuestra casa, sino a través del Windows de un PC. Y cuando el móvil no tiene cobertura decimos que no tenemos cobertura, como si tuviéramos una batería de litio por corazón. ¿Qué relación puede haber entre la cultura y la filosofía? La cultura de masas es capaz de viajar a la velocidad de las redes de la comunicación. Coquetear con la moda y con el poder establecido. E incluso acostarse con la filosofía, aunque para ello tenga que emborracharla, simplemente por el placer de contarlo a la mañana siguiente.

¿Pero qué busca la cultura de masas en la filosofía? La legitimación democrática que en nombre del espectáculo y del entretenimiento suele vender mediocridad y chabacanería. Apela al corazón, pero sólo hurga en las vísceras de sus consumidores. La diversidad de canales multimedia navega por la uniformidad del mensaje. Buscando tener más audiencia, acaba siendo menos cuidadosa con sus contenidos. Para coleccionar ojos voyeristas, vende lo que tiene al mejor postor. Dice ofrecer lo que le demanda el público, pero lo cierto es que crea la demanda para justificar lo que ofrece. Crea la necesidad para imponer la necesidad de ofrecerlo. Así, se retroalimenta a sí misma engordando la parrilla de audiencia. Haciendo del consumidor un ser cada vez más consumido por lo que consume, pero que está a dieta de una cultura que enriquezca su ser. Lo efímero se hace perenne y, la democracia, demagogia: ese es el uso que la cultura de masas hace de la filosofía.

La cultura más alternativa, también le suele tirar los tejos a la filosofía, aunque a veces sólo sea como adorno elitista de su actividad, como pura pose estética. Aquí, el artista usa la filosofía como un comercial de un saber dogmático. Un teleoperador del conocimiento que vende pastillas de sabiduría listas para ser consumidas vía mental. Complica lo ofrecido para que parezca más interesante lo que quiere decir. Siente, arrogantemente, que regala gafas de sol a unos invidentes. Lo importante se hace caduco y, el juez de la conciencia, sentencia que hay que ilustrar al público: ese es el uso que, a veces, hace la cultura alternativa (no comercial) de la filosofía.

A su modo, tanto la cultura de masas como la alternativa miran a la filosofía de arriba abajo. La desnudan con la mirada. Sólo piensan en lo que la filosofía le puede entregar. No hay seducción, ni deseo. Su unión sólo es una relación de poder que culmina con la conquista. No cuidan a la filosofía. No van más allá de una relación en la que sólo la muestran para servir a sus intereses crematísticos o elitistas. En definitiva, se trata de una mirada pornográfica por la que todo pasa y nada queda.

Sin embargo, etimológicamente filosofía es «amor a la sabiduría». El filósofo más que un sabio («sophós») sería un amante («philo-sophós»). Por eso busca una relación erótica (eros: amor) con la cultura. Quiere ir poco a poco. Necesita pararse. Hacer autostop con el pensamiento que siempre transita por carreteras secundarias. Desea ser cuidada por la cultura. Mimada. Que le susurren al oído. Transmitir entusiasmo al que se acerque a ella, y a los que los vean juntos. Entiende, como decía Roland Barthes, el amor como derroche: no busca la ganancia, ni el poder, ni la conquista. Sí la constante seducción: insinuar lo oculto en lo mostrado. Y, así, el espectador queda prendido por esta nueva relación, por esa mirada erótica que pide más, se le da menos, y no se siente estafado.

El artista y el espectador han comprendido, al fin, que «la naturaleza del deseo es la promesa, no la entrega». Han comprendido que la guerra está perdida, ya que el deseo tan pronto como se satisface se consume. Pero al menos van a intentar darse el gustazo de ganar alguna batalla. Ven en la filosofía el motor que enciende la llama de la seducción: tanto entre la cultura y la filosofía, como entre el artista y el espectador. Y todo ello, gracias a un saber filosófico promiscuo de conocimientos y que genera exuberante actividad. Promiscuo de conocimientos, porque como sostenía Popper «debo enseñarme a mí mismo a desconfiar de ese peligroso sentimiento o convencimiento intuitivo de que yo soy quien tiene razón». Y genera exuberante actividad, porque como afirma Stuart Mill: «no es la sociedad la que requiere protección contra el individuo que se aparta de la norma; por el contrario, lo que hay que proteger son los derechos de los individuos (...) contra la tiranía de la opinión y el sentimiento dominantes».

No sé hasta qué punto mi mirada sobre el tema se ha mantenido fiel a la seducción o ha caído en la tentación de lo pornográfico. Quizás, se me podría aplicar lo que decía Derrida sobre la locura: «la desgracia de los locos... es que sus mejores portavoces son quienes más lo traicionan».