Sevilla volvió a ser reflejo de la crisis política nacional. Mientras crecía el «cinturón de la miseria» provocado por el Tamarguillo y la ciudad luchaba por sobrevivir, se produjo un vacío de poder con el cese del gobernador civil. Bueno Monreal, como otros prelados españoles, alzó la voz sobre los graves problemas sociales de la Archidiócesis. Joaquín Romero Murube sería el activo fustigador de la abulia sevillana. Las esperanzas renacieron con el nuevo gobernador civil, Utrera Molina, camisa azul

Parecía imposible que Sevilla, después de los difíciles años cuarenta y cincuenta, los «Años del Hambre», pudiera empeorar aún más su situación social, económica y política. Pero así fue nada más comenzar la década de los años sesenta, pues a la crisis de las estructuras socioeconómicas mantenidas en precario después de la Guerra de España, se unieron las catástrofes y el pavoroso problema de la falta de viviendas sociales, con reflejo en el rápido crecimiento de las zonas suburbiales, un penoso «cinturón de la miseria».

De manera que, además de la pobreza económica acumulada, se produjo un desánimo colectivo con escasas perspectivas de futuro. Encima, cuando más falta hacía volver al espíritu de lucha promovido por la llegada del gobernador civil Altozano Moraleda, en 1959, el Gobierno decretó su cese y dejó vacante el cargo durante dos meses y medio, hecho sin precedentes y demostrativo de la crisis política nacional que desembocó en el cambio de Gobierno de julio de 1962.

Las tertulias del Ateneo, con segundas partes en el Britz y en los estudios de algunos artistas; las del mediodía y el anochecer en la Librería Internacional, y las del Hogar del S.E.U., en la calle Cuna, tuvieron en sus debates asuntos coincidentes en relación con el polémico mandato de Hermenegildo Altozano Moraleda.

En los mentideros ateneístas se comentaron dos hechos contrarios al gobernador civil. El primero, su actitud con la Comunión Tradicionalista, vinculada desde la Unificación franquista al Movimiento. Resulta que en 1959 y para conmemorar las «bodas de plata» del Quintillo de 1934, se celebró en el conocido cortijo del ganadero Anastasio Martín, una reunión carlista, con desfile, misa y almuerzo campero. Y acordaron seguir celebrándola en el futuro.

De manera que, con dos meses de antelación a la fecha prevista para 1960, que era el día 24 de abril, se cursó al Gobierno Civil la oportuna y reglamentaria petición de autorización del acto. La respuesta fue positiva con fecha 21 de marzo, firmada por el gobernador civil accidental, Joaquín Carlos López Lozano, entonces presidente de la Diputación Provincial. Pero con fecha 11 de abril, Hermenegildo Altozano Moraleda remitió a Enrique Barrau Salado, jefe provincial de la Comunión Tradicionalista, un oficio cancelando la anterior autorización y comunicándole el aplazamiento del acto, sin fijar fecha.

Enrique Barrau solicitó audiencia del gobernador civil. Este la concedió y le envió un automóvil oficial con matrícula de Falange Española, F.E. Entonces, Barrau, le dijo a su hijo Aurelio que despidiera al conductor y le pidiera un taxi. Cuando se encontró frente a frente con el gobernador civil, Barrau le pidió explicaciones por la suspensión del acto de Quintillo, que fue justificada en «órdenes de la Superioridad». Barrau no las admitió y expuso al gobernador civil lo que históricamente había significado la Comunión Tradicionalista, sobre todo en el alzamiento de 1936. Ambos personajes protagonizaron una tensa y polémica reunión.

Poco después de aquel encuentro, Enrique Barrau Salado enfermó y murió a los cuarenta y nueve años de edad, el día 4 de octubre de 1961. Sus últimos meses de vida fueron de amargura por las ingratitudes recibidas del Régimen que los carlistas habían hecho posible con su sangre durante la II República y Guerra de España.

Con fecha 12 de abril de 1960, dejó escrita su última comunicación oficial: «Nos temen, y no les falta razón», decía el mismo Don Carlos.

«En el día de ayer he sido llamado por el gobernador civil quien, personalmente en su despacho, me ha ratificado que, por orden de la Superioridad, no puede celebrarse Quintillo». [...]

«Tened por seguro que recurriré, respetuosa pero enérgicamente [...] A los que desde el año 1931 hemos estado en la calle proclamando nuestros Santos Ideales -cuando nadie se atrevía a hacerlo-, y hemos sufrido cárceles, destierros, procesos, parece que se nos quiere poner al margen de la política, impidiéndose el que nos reunamos en la Comunión de nuestros Ideales; cuando precisamente por haber sido parte integrante del Alzamiento del 18 de Julio, tenemos sobrados servicios de armas para que, al menos como un español más, se nos respete esa «igualdad ante la ley» del Fuero de los Españoles».

«No nos asustan ni nos cogen de sorpresa estas actitudes: son muchas las veces que nuestros enemigos han extendido la papeleta de defunción del Carlismo, y en todas ellas siempre ha vuelto a resurgir con más ímpetu y virilidad, con mayor espíritu si cabe, mientras que los enterrados fueron los enterradores. Sabemos sufrir y sabemos esperar». [...]

«Es preciso, mis queridos amigos, que vuestros hijos aprendan la lección de sacrificio que nos imponen, renunciando a nuestro Quintillo, por el solo delito de seguir siendo fieles a nuestra Causa». [...]

«No cedamos en nuestra fe y entusiasmo. Si este año no pueden reunirse los 15.000 carlistas que tenían anunciada su concentración en Quintillo, que sean 15.000 oraciones pidiendo fuerzas al Señor para que nos otorgue la gracia de la perseverancia y el triunfo de la Santa Bandera». [...]