Guerra y cine: De la épica a la locura

Que las artes y la violencia tienen una extraña relación es una evidencia. Y que el cine es el escaparate artístico que se nutre de esa violencia, con todos sus matices, es otra. La guerra, tal vez, es la expresión máxima de la locura humana. Por eso son muchas las películas a las que podemos acudir si queremos abordar este asunto. Tan sucio como bello cuando el ser humano lo transforma en motivo artístico.

22 dic 2019 / 20:11 h - Actualizado: 22 dic 2019 / 20:43 h.
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  • Una escena de ‘La degada línea roja’ de Terrence Malick. / El Correo
    Una escena de ‘La degada línea roja’ de Terrence Malick. / El Correo

Elegir entre todas las películas de la historia cinematográfica las mejores o las más representativas es, sencillamente, imposible de hacer sin dejar fuera de la lista trabajos de extraordinaria calidad. Por tanto, ese no es el objetivo de este artículo. La idea es hacer un repaso para seleccionar esos aspectos bélicos o narrativos o cinematográficos que explican la guerra (si es que eso es algo posible) y su relación con el arte.

Si no ha visto alguna de las películas de las que se habla en este artículo, no lo lea. Se desvela parte de la trama de algunas de ellas.

Este es el resultado...

Guerra y cine: De la épica a la locura

La estupidez. ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (1964). ¿Somos estúpidos? ¿Dependemos en exceso de las máquinas? ¿Una pequeña cosa es suficiente para que se produzca un cataclismo? Sí. Stanley Kubrick optó por filmar una película sobre todas estas preguntas manejando el humor como alternativa. Y digo bien, preguntas. Porque se plantean muchas aunque no se dan soluciones. Termina la película de forma poco alentadora mostrando una sociedad devorada por sí misma y pagada de sí misma y todo de sí misma. El guión es divertidísimo, el montaje sencillo y eficaz, la fotografía inmejorable, y la cámara se mueve con delicadeza y acierto milimétrico. Los personajes encarnan el ridículo más absoluto y desasosegante. Resulta inolvidable esa escena en la que un hombre debe salvar al mundo entero y, para ello, debe destrozar una máquina expendedora ya que no tiene cambio y sólo tiene a mano una cabina pública desde la que tiene que llamar al presidente de EE.UU. La trastienda del mundo tal cual.

Guerra y cine: De la épica a la locura

Lo que queda atrás. El Cazador (1978). Sólo puede cumplir una promesa el que conserva sus principios intactos, el que no renuncia a sí mismo ni por amor, ni por dinero, ni por su propia vida. Cuando Michael (Robert DeNiro), ya de regreso de Vietnam, comprueba que lo que dejó atrás al marchar a la guerra seguirá siendo un absurdo si no viaja para hacer que vuelva su amigo, que sólo siendo ese cazador que siente ser puede librar de la muerte a Nick (Christopher Walken), cuando siente eso, no se lo piensa dos veces. Regresa a Vietnam para cumplir la promesa que le hizo a su amigo. Pero Nick, drogadicto y completamente tarado, se levanta la tapa de los sesos recordando a su amigo que morir bien es morir de un solo disparo en la cabeza. Y el mundo se queda sin esperanza. Michael pierde a su amigo, a la que podría haber sido su esposa, a sus amigos. Nada queda intacto. Ni siquiera él pensando en si está bien lo que hizo o no. La guerra lo destroza todo porque todo queda atrás.

Guerra y cine: De la épica a la locura

La poética del combate. La delgada línea roja (1998). Cuando pensamos en la guerra pensamos, inevitablemente, en los ejércitos, en las armas o en las estrategias. Pensamos en algo ajeno y lejano a lo que el hombre aspira. Sin embargo, nos olvidamos de las personas, las motivaciones que les llevaron a un campo de batalla o a no abandonarlo, de sus sentimientos (sólo hablamos de valentía o coraje o miedo atroz). Y olvidamos, también, un entorno que siempre está para dar o quitar con brutalidad. Con guerra o sin ella. Malick propone una nueva poética de la guerra, una nueva estética de la guerra. Un gran todo formado por cosas pequeñas, casi insignificantes. Vemos la guerra desde el personaje; aparecerán matices que convertirán la misma cosa en un cataclismo personal y colectivo o en el milagro de la vida de las plantas. Y como vehículo narrativo el monólogo interior. Los personajes quieren entender qué es lo que pasa a su alrededor. Malick les hace recorrer un camino terrible arrastrando el bien y el mal; el miedo, la locura, la idea de Dios. Les hace transitar un camino oscuro que les lleva hasta ellos mismos.

Guerra y cine: De la épica a la locura

No a la guerra. La infancia de Iván. (1962). Andrei Tarkovski se estrenaba con este trabajo. Es una película bélica. Pero, desde el primer momento, se percibe un claro antibelicismo que toma la forma de la muerte, la locura, la angustia o la tortura. Y, además, se aleja de lo bélico. Demuestra que no son necesarios los elementos militares y propios de una guerra para aterrorizar al espectador. El director utiliza la belleza para enfrentarla a la zona más oscura del ser humano. Un ser humano capaz de lo mejor y lo peor. Capaz de destruirse a sí mismo. La belleza de la niñez frente a las zonas oscuras de una existencia sin ella. Tarkovski intenta no señalar con claridad los límites entre realidad y sueño, entre posible e imposible. Es lo improbable lo que toma protagonismo durante buena parte del metraje (incluido todo lo mostrado con imágenes documentales al final de la película; cierto aunque increíble). Todo presentado con una excelente fotografía expresionista (Vadim Yusov) que busca planos inclinados, borrosos, muchas veces fijos y largos. La asombrosa escena del beso en lo alto de la trinchera nos enseña que el amor, que la pasión, arrasa con todo, incluso con la propia guerra.

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La épica. Lawrence de Arabia. (1962). Lawrence de Arabia narra dos historias fundamentales. La de la independencia del pueblo árabe y la de la independencia de un hombre. La primera llena de batallas en las que los árabes intentan acabar con el poder turco. La segunda llena de batallas de Lawrence contra sí mismo. Es esta zona expositiva, sin duda alguna, la más importante de la narración. Porque la película es el personaje. Y el escenario. Un pueblo árabe que busca su propia identidad recuperando su tierra es necesario para entender el conjunto, pero no dejan de ser complementos. Lawrence es ambiguo. Busca la excelencia sabiéndose limitado. Hace algunas cosas para ser adorado y, al mismo tiempo, busca la libertad y el progreso de un pueblo entero; es entrañable y cruel; ama y desprecia la misma cosa; llora la muerte de una persona cuando, minutos después, provoca la de cientos. Sueña ser lo imposible por lo que sufre de principio a fin. Fascinante es la muestra que nos llega con la película de lo que supone el choque de culturas. Lo que parece salvaje contrapuesto a una educación exquisita que resulta ser atroz. El desprecio del occidental que va cavando su propia tumba frente a lo hostil del entorno y del que lo ocupa. Lo que supone un disfraz que termina cayendo por su propio peso.

Guerra y cine: De la épica a la locura

El espectáculo. 300 (2006). La película es una demostración de buena narración, de técnica cinematográfica moderna y de cómo esas cosas de las que nadie se acuerda (vestuario y peluquería, por ejemplo) pueden influir decisivamente en el producto final. La película se rodó utilizando la técnica de superimposición de croma. Ya saben, eso de poner a trabajar a los actores delante de un fondo de color. Más tarde, con los ordenadores dejan la cosa impecable y nadie diría que todo se trata de un corta pega inmenso.

Los tonos oscuros (grises y negros) prevalecen durante todo el metraje salvo cuando la acción tiene lugar en Esparta. Allí predomina el amarillo (casi dorado) iluminado y virado ligeramente para encontrar un contraste más contundente. Y, sobre esas tonalidades, destacan las capas rojas de los guerreros espartanos. Snyder es fiel al trabajo de Frank Miller al presentar cada secuencia dentro de una gama de colores y matices que indican el camino seguro hacia la tragedia.

Snyder nos arrastra desde el principio hasta el mundo que crea. Utiliza el director un narrador (Dilios) para poder presentar la historia que quiere contar de forma verosímil. Los seres monstruosos que van apareciendo pueden, así, formar parte de la ficción del propio Dilios. La trama se ajusta bastante a lo que sucedió en realidad. Pero no importa. Porque la trama (un disparate total) se hace verosímil al instante. Esa es a magia del cine, esa es la magia del relato. Lo verosímil no tiene nada que ver con lo verdadero.

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La claridad expositiva. Apocalypse Now (1979). Francis Ford Coppola entregó el espectáculo más abrumador, espeluznante y, si se quiere, extravagante, jamás filmado. Él y John Milius escribieron el guión adaptando (muy libremente) El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Aborda el regreso del hombre a su estado más primitivo puesto que todos somos lo mismo desde que el ser humano lo es. Se alternan momentos de acción con otros de cierta tranquilidad, pero sin perder la tensión en ningún instante. Porque el personaje del coronel Kurtz (Marlon Brando) se va desarrollando sin aparecer hasta el final. Porque la evolución del resto de personajes va desarrollándose a la par. No se puede entender al coronel sin entender y atender a todos los que van apareciendo en pantalla. Una fotografía impecable, una banda sonora convertida en símbolo y un despliegue de medios descomunal y bien gestionado son las señas de identidad de la película. La escena del ataque del regimiento de caballería resulta inolvidable. Helicópteros, música de Wagner y, sobre todo, el coronel Kilgore. Robert Duvall interpreta el papel aportando una credibilidad impresionante. Y su personaje es el que aclara a Willard (encarnado por un Martin Sheen extraordinario) y al espectador algo fundamental: Si Kilgore está al frente de un regimiento nadie puede acusar a otro de estar loco o de ser un asesino (cosa que ocurre con Kurtz). Kilgore es capaz de arrasar una aldea para que sus hombres puedan practicar surf. Es un ser cruel y terrible. Todos en Vietnam son así. El hombre es así.

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La inocencia. Objetivo Birmania. (1945). Los norteamericanos tienen una clara tendencia hacia la exaltación de lo propio. De igual potencia que cuando se trata de dibujar a sus enemigos (reales o imaginarios) como monstruos tenebrosos.

Es importante echar un vistazo a la película en versión original. La traducción que se realizó en España es espantosa. Los diálogos se modificaron de forma absurda; la banda sonora perdió calidad en cada nota de la partitura y los efectos de sonido se diluyeron e incluso desaparecieron. Fue rodada en 1945. Eso significa que es más inocente que maliciosa o dura o violenta. Inocente en todos sus ángulos, casi infantil en algunos aspectos. Ni gota de sangre, ni una sola escena en la que podamos ver algo horrible. Muchos muertos, eso sí. Matanzas en toda regla. En esta película se enfrenta la bondad, heroicidad y glamour de los soldados norteamericanos con la cara de mal genio, los gritos terribles y la maldad de los japoneses. La película se presenta sobre la base de un espléndido montaje en el que se elimina lo superfluo y convierte la trama (lineal de principio a fin) en algo perfectamente comprensible y atractivo.

El guión busca desarrollar las psicologías de los personajes aunque no deja cabos sueltos al centrarse en la misión militar dejando sugerido todo lo que puede herir sensibilidades. Es Errol Flynn el que acapara toda la atención. Su personaje condensa el grueso de los valores que se defienden en la película.

Guerra y cine: De la épica a la locura

La locura. El hundimiento. (2004). Si un hombre ha entendido mal una filosofía, una forma de vida o el mundo entero, ese ha sido Adolf Hitler. Y con él arrastró a un pueblo. Y arrasó muchos a base de pasar el rodillo de su maquinaria de guerra allá donde llegaba. Oliver Hirschbiegel firma un buen trabajo no exento de controversia por mostrar a Hitler en su faceta bondadosa y gentil. Ya les digo yo que era un monstruo. No obstante, la película está bien dirigida, con cuidado. Por ejemplo, el trabajo con los actores es sobresaliente. Tanto es así que son ellos los que logran que la película termine siendo notable. Bruno Ganz está espléndido. Su caracterización ya es magnífica, pero su interpretación es deslumbrante. Casi todo el peso interpretativo del conjunto recae sobre él. Es posible que El hundimiento contenga una de las escenas más duras para el espectador de la historia del cine. Ver (aunque sea en el cine) a una madre asesinando a sus seis hijos, con una calma demoledora, no es plato de buen gusto para nadie. Todo en la trama es una locura o está próximo a ello, pero esto es excesivo. La película habla de lo absurdo del fanatismo, de cómo la falta de esperanza solventada con un falso futuro es el germen del desastre.

Guerra y cine: De la épica a la locura

El realismo. Salvar al soldado Ryan. (1998). Nunca jamás se habían rodado escenas bélicas tan realistas como son las que ocupan los primeros quince minutos de esta película. Y esto no se puede explicar. El resto, francamente, puede resultar prescindible.