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Humor y terror de dientes afilados

Son muchas las películas que han indagado en el mundo del vampirismo. Y son muchas las que podríamos calificar como buenas películas aunque otras tantas no han aportado nada a este tipo de cine. Elegimos cuatro de ellas por su particular forma de narrar, por su originalidad, su estética y su profundidad. Revisamos ‘El baile de los vampiros’, ‘Jóvenes ocultos’, ‘Drácula de Bram Stoker’ y ‘Byzantium’

03 nov 2015 / 20:12 h - Actualizado: 03 nov 2015 / 20:17 h.
"Cine","Cine - Aladar","Vampiros"
  • Sharon Tate y Ferdy Mayne en ‘El baile de los vampiros’.
    Sharon Tate y Ferdy Mayne en ‘El baile de los vampiros’.
  • Humor y terror de dientes afilados
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  • Gary Oldman defiende el papel de Drácula en el filme de Coppola.
    Gary Oldman defiende el papel de Drácula en el filme de Coppola.
  • Humor y terror de dientes afilados
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Los vampiros son los seres que necesitan de la esencia de los vivos para poder mantenerse activos. El mito europeo maneja la idea de la sangre robada como forma de esa esencia. Es este un mito que desde hace unos años se ha revitalizado con fuerza en todo el mundo; gracias, sobre todo, a la literatura y al cine.

La forma de abordar este asunto, dependiendo de los autores, es muy diferente en unos casos u otros. Desde el humor al enfoque más trágico podemos encontrar distintos puntos de vista que hacen del mito vampírico algo cada día más grande y popular.

Veamos algunos ejemplos.

‘EL BAILE DE LOS VAMPIROS’ (1967)

Es la primera película de Polanski rodada en color. Sin ser una obra maestra, sin ser lo mejor de Polanski, resulta un atractivo trabajo que mezcla el cine de terror (se trata de un claro homenaje al género en el que no faltan la estética gótica, la sangre y una estructura narrativa muy utilizada en este tipo de filmes) y la comedia más disparatada. La cinta está repleta de estereotipos que el espectador acepta con naturalidad al tratarse de una sátira. Resultan más que divertidos la pareja profesor-alumno, la chica a la que deben salvar o el horrible ayudante jorobado. Por otra parte, Polanski utiliza el slapstick (escenas en las que la violencia es protagonista, pero en las que el daño es inmaterial y, por eso, provoca, la carcajada) y acelera la velocidad de la cámara para enfatizar en los momentos cómicos. En fin, humor muy clásico y muy trasparente. Ya, al comenzar, convierte el león de la MGM en un dibujito que representa un vampiro con la cara verde que acaba de morder el cuello de alguien.

Pero es el ritmo narrativo y la gracia de Polanski al contar las cosas; una puesta en escena maravillosa firmada por Fred Carter (en la que se recrea un castillo lleno de vampiros y de objetos relacionado con ellos; unos escenarios exquisitos en los que la acción fluye con verosimilitud); la partitura de Komeda (inquietante, lúgubre, muy en sintonía con el relato) y la buena fotografía de Douglas Slocombe; lo que hace de la película un producto original y recomendable.

Se permite Polanski en su sátira presentar el lado gay de un vampiro, con sutileza y sin que parezca nada del otro mundo (hay que recordar que esta película se entregó en los años sesenta). El efecto es sorprendente. En realidad, la cinta se llena de referencias sexuales, más o menos explícitas, que colaboran a que el tono cómico tome una dimensión mucho más extensa.

El propio Polanski es uno de los protagonistas. Le acompañan, entre otros, Jack MacGowran, Ferdy Mayne y Sharon Tate (la belleza de esta chica era demoledora; en el momento de rodar El baile de los vampiros era novia de Polanski, un año más tarde sería su esposa y, muy poco después, sería asesinada, lo que marcó definitivamente la vida del realizador). Todos defienden sus papeles con buen humor y convencidos de lo que hacen.

Sin grandes pretensiones, queriendo hacer cine, Polanski logra un trabajo inolvidable. Hay que tener en cuenta que el cine ha cambiado mucho desde ese tiempo hasta el actual. Por ejemplo, la escena en la que el personaje que encarna Polanski se refleja en el espejo ante la mirada desconcertada de los vampiros (ellos no se ven, claro) se elaboró enfrentando una habitación exacta a la del baile. Es decir, el espejo no existía, pero el efecto resulta perfecto. Hoy eso lo hubiera resuelto con un ordenador. Tal vez, aquí reside uno de los encantos de esta película. Cine artesanal y auténtico.

‘JÓVENES OCULTOS’ (1987)

Película de culto dirigida por Joel Schumacher. Vista hoy, sin tener la precaución de pensar en que desde 1987 han pasado muchas cosas en el mundo y han cambiado casi todas en el del cine, es posible que el espectador no entienda nada de lo que ocurre en la pantalla. Sin embargo, la película resulta deliciosa en su mezcla de comedia y película de terror.

La estética ochentera se apodera de cada secuencia. Esto es lo mismo que decir que la horterada es descomunal. El vestuario de Susan Becker (en el que influyó decisivamente el propio realizador de la película) resulta fascinante por casi ridículo, extravagante y lesivo para la vista. Parece mentira que esas pintas fueran bastante más habituales de lo que un ser humano con cierto gusto por la moda pudiera aceptar. Sin embargo, en su momento funcionó a las mil maravillas y los que tenemos una edad lo seguimos dando por bueno sabiendo que eso era lo que había en este mundo.

Actualmente, la reinvención de las cosas nos parece normal. A finales de los ochenta, cualquier prueba, cualquier experimento, era una aventura peligrosa. Pero Jóvenes ocultos fue eso, una nueva lectura del mundo vampírico protagonizada por adolescentes, interpretada por adolescentes, mezcla de terror y comedia. El resultado es que la película no provoca miedo y sí carcajadas; que la película acepta el mito del vampiro y, al mismo tiempo, no duda en ridiculizarlo, en burlarse de todo. Es una película para adolescentes rodada sin complejos. Es una película que perdura en el tiempo (a pesar de ese vestuario y de algunas canciones) y de gran creatividad. Es una película llena de guiños y referencias al mundo del cómic y al del cine. Un experimento con éxito.

Muchos de los protagonistas de la película eran desconocidos en aquel momento y algunos lo siguen siendo. Otros eran veteranos. De la banda de vampiros se conocía poco a Kiefer William Fredrick Dempsey George Rufus Sutherland (sí, este es su nombre completo aunque parezca mentira). Al resto de vampiros ni se les conocía ni se les conoce. Sutherland hace un buen papel. Sin embargo, Dianne Wiest o Edward Herrmann eran conocidos, lo siguen siendo, y aportaban ese toque de experiencia tan necesario como útil.

Hay que destacar la pareja formada por Corey Feldman (Los Gonnies, 1985) y Jamison Newlander. En la película aparecen como hermanos, los Frog. Son los encargados de inundar la pantalla con momentos cómicos que resultan divertidísimos. Torpes, brutos, asustadizos, patéticos. Se creen todo lo que dicen, adoptan el papel de salvadores del mundo, de guerreros implacables que luchan contra el mal. Junto con Corey Haim son lo más gracioso de la película, muy por encima de cualquier otra cosa.

La película cuenta la inevitable historia de amor entre adolescentes que deben luchar contra el mal para poder terminar juntos. Más o menos es eso. Jami Gertz (ella) y Jason Patric (él) se quieren y nada de este mundo ni de otro desconocido pueden acabar con su relación. Más o menos.

Y esto se cuenta desde la fotografía de Michael Chapman (un lujo), apoyándose en un maquillaje espléndido y una partitura original del todo terreno Thomas Newman. La cámara aérea nos lleva de una realidad a otra, lo implícito nos deja espacio para que podamos imaginar, la acción trepidante no nos deja respirar.

Hay que prestar especial atención a la escena en la que los jóvenes vampiros llegan a un puente por el que pasa un tren. La mejor de todas. La visita de los vampiros a la casa de la familia protagonista no está nada mal dado que el juego con las luces y el ruido de las motocicletas que no llegamos a ver, resulta muy efectivo. Y para situarse en el límite entre la vida y la muerte, si quieren vivir al límite, no se permitan cerrar los ojos en la escena del concierto al comienzo de la película. Si lo resisten ya pueden presumir de aguantar todo lo que les echen.

‘DRÁCULA DE BRAM STOKER’ (1992)

Esta película dirigida por Francis Ford Coppola es, posiblemente, la que más se ajusta a la estructura narrativa de la novela de Bram Stoker. Sin embargo, aun estado muy próxima a la trama, se aleja mucho del último sentido que Stoker quería encontrar con su novela. En esa proximidad a la esencia narrativa gana la batalla la versión que protagonizó en 1958 Christopher Lee y dirigió Terence Fisher.

Coppola decide construir un melodrama en el que la lucha contra el tiempo, para no perder el amor, es fundamental. El Príncipe de las Tinieblas se reduce peligrosamente a un enamorado capaz de cualquier cosa por recuperar el amor de una mujer. Es verdad que la estética es abrumadora y que el prólogo (que no está incluido en la novela) explica muy bien lo que va a suceder cuando el príncipe Vlad el Empalador pierde a Elisabetta, la mujer a la que ama sin condiciones. Nada original, por cierto. Ya lo hizo John Badham el año 1979. Y no es suficiente como para perdonar una traición que a Stoker no le haría demasiada gracia. Porque lo que busca el autor es convertir a Drácula en esa encarnación por la que podemos entender el mal, perseguirlo en las personas que le intentan destruir refugiados en la doble moral. El ser humano es tan miserable en su moralidad como lo es Drácula y enseñar eso el gran objetivo de Stoker. Para ello, contrapone el bien y el mal, la muerte y la eternidad del amor, la decencia con la corrupción.

Sin embargo, la película de Coppola es estupenda. Todos los iconos que tienen que ver con el vampirismo se multiplican entre extravagancias visuales. Resulta inquietante, visualmente demoledora. Acompaña muy bien el magnífico vestuario y una banda sonora inquietante y profunda. El reparto es un lujo: Gary Oldman, Winona Ryder, Anthony Hopkins y Keanu Reeves, entre otros. Olman se defiende bien, Ryder lo mismo, Hopkins se descontrola a veces y pasa el límite hacia el histrionismo; y Reeves aburre a las ovejas.

Reeves encarna al joven abogado Jonathan Harker que conoce a Drácula en un castillo de Transilvania. Corre el año 1890. Drácula ve una foto de la prometida del joven, Mina Murray (Winona Ryder), y viaja hasta Londres pensando que recuperará al amor que perdió el año 1462.

Un clásico que los aficionados al cine y, por supuesto, al mundo de los vampiros, no pueden perderse. Eso sí, la novela mucho mejor que la película.

‘BYZANTIUM’ (2012)

Neil Jordan hace un cine exquisito. Tal vez algo incomprensible y demasiado exigente, pero de calidad. Ya dejó claro que su potencial era enorme con Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994), una excelente película que crece coralmente, desde un lirismo extraordinario. ¿Por qué hablar de Byzantium en lugar de Entrevista con el vampiro? Entre otras cosas, porque ya lo han hecho muchos. Y, sobre todo, porque Byzantium fue condenada al ostracismo cuando se dejó su distribución y promoción en manos del destino. Y, como todo el mundo sabe, las cosas del consumo no funcionan así. Pero, además, Byzantium es una buena película que encuentra, en su propio retorcimiento, huecos para un bello lirismo, para una trama compleja y coherente, para algunas imágenes poderosísimas y evocadoras.

La película es fría. Todo se cuenta con la distancia suficiente como para que el clima sea gélido. La película bordea las aristas más íntimas de los personajes. La película logra que el espectador reflexione sobre eso que le cuentan desde la oscuridad para aportar su propia luz al relato.

La música de Javier Navarrete es estupenda y la fotografía de Sean Bobbitt resulta perturbadora a veces y de una belleza milimétrica casi siempre.

El asunto que aborda Jordan es el conflicto que se establece entre las madres y las hijas. Eso es lo fundamental. Saorse Ronan y Gemma Artenton hacen un trabajo estupendo y logran transmitir todo tipo de sensaciones como vampiras que son. Pero como madre e hija sobre todo.

Lo único que podemos criticar, desde la incomprensión, es la historia de amor adolescente que se integra en el guión y que no aporta nada de nada al producto final. Quizás fuera un reclamo para un público joven interesado en el mundo del vampirismo.