Inmortalizar el olvido

Hasta mañana día 30 podrá visitarse ‘Sobre Sevilla. Fotografías. 1982-2000’, que recoge parte del trabajo realizado por Atín Aya (1955-2007) en ese periodo. La exposición inaugura la nueva ubicación de la Galería Cavecanem en el pasaje Francisco Molina

29 abr 2015 / 12:25 h - Actualizado: 30 abr 2015 / 15:26 h.
"Fotografía - Aladar","Atín Aya"
  • ‘Semana Santa, 1985’ (fotografía de 24,5 x 38 cm).
    ‘Semana Santa, 1985’ (fotografía de 24,5 x 38 cm).
  • Retrato de ‘José Ribera Alage, el Caracol de Écija’.
    Retrato de ‘José Ribera Alage, el Caracol de Écija’.
  • ‘Carbonera de la Plaza de San Leandro, 1982’ (fotografía de 24,5 x 38 cm).
    ‘Carbonera de la Plaza de San Leandro, 1982’ (fotografía de 24,5 x 38 cm).

{Que este evento tenga lugar en el pasaje que honra al desaparecido pintor-agitador cultural madrileño no hace más que subrayar una idea recurrente que bien podría unir a nuestros dos protagonistas: la búsqueda de la segunda cara dentro de una ciudad con un marcado carácter, Sevilla. Ese rascar-debajo-de-la-superficie-para-encontrar-la-verdadera-piel (en el caso de Francisco Molina en la labor de normalizar la práctica contemporánea en la ciudad durante los años ochenta) que hace que asumamos como cotidianas las instantáneas que vemos.

Meunier o Velázquez inmortalizaron a obreros o personajes de la corte, dotándoles de una monumentalidad y humanidad inusitada a ojos de propios y extraños. Si a estas variables unimos una geográfica, el sur concretamente, obtendríamos el espacio en el cual Aya desarrollaba la fotografía. Un trabajo de campo que podríamos enlazar con el realismo social o el grupo AFAL. Dando por sentadas las diferencias temporales y las peculiaridades de un medio como la fotografía, destaca la capacidad de sugerir que esconden las obras. Cada disparo de los expuestos enmarca a cada personaje en una dualidad que cautiva, una dignidad que contrasta con la aspereza del conjunto.

Quien ande por la ciudad rápidamente asumirá la falta de artificio y la potencia que desprenden las imágenes en blanco y negro. Una auténtica galería de contrastes entre la ciudad que vive de glorias pasadas, y el peso de las mismas, y las rendijas entre las que podemos observar a quienes día a día desarrollan su existencia. Estas personas son las protagonistas de un repaso a las escalas sociales autoconstruidas en la que eminentes superhéroes de barrio, parafraseando a Kiko Veneno, conviven con capataces de hermandades o toreros, habitantes de la cúspide de la pirámide.

La intención de documentar un espacio y su marcado carácter, escenificado en sus fiestas o tradiciones, podría vincularse con la obra de Rafael Sanz Lobato. Atín Aya inmortaliza, a través de una técnica pulida por el fotoperiodismo, la Semana Santa o la cabalgata de los Reyes Magos con detalles que resultan indispensables para comprender el conjunto del que forman parte. No importa el acto principal sino las sensaciones que este provoca y que quedan ligadas al mismo.

Los muros de la urbe son el escenario esencial para comprender la tragicomedia que se desarrolla entre ellos, donde contemplamos a vagabundos, vendedores ambulantes o religiosas comprando en una mercería. Acciones rutinarias que se desarrollan sobre un fondo imponente. La doble cara conjuga dureza con la familiaridad que producen las composiciones, dando un resultado impactante, congelado en el tiempo. Captar el alma para interrogarnos sobre el devenir de los protagonistas parece ser una de las intenciones del fotógrafo navarro, a medio camino entre lo apacible y la solemnidad.

Parte de estos trabajos ya se habían podido ver en el libro Sevillanos, resultando el resto inédito. La vinculación de Aya con el entorno ha sido crucial, colocándose como un referente para toda una serie de proyectos que beben de su obra a la hora de desarrollarse; entre los que destaca la película La Isla Mínima, en la que Alberto Rodríguez y Álex Catalán encontraron inspiración en la serie Marismas del Guadalquivir.

En un momento en el que la identidad local-popular parece desdibujarse, la labor de documentación emprendida por Atín Aya genera un registro casi del presente, con personajes reales que ejercen de prototipos para tantos otros. Una memoria colectiva no oficial producto de un objetivo inquieto, habituado al detalle. A esa segunda piel que tenemos y que mostramos de cara al público o en la más absoluta intimidad. Cada instantánea abre un abanico que nos sirve de espejo para mirarnos a nosotros mismos: un cambio lento, continuo e inexorable que ilustra el paso del tiempo.