Especial Woody Allen

«Interiores»: Sin asumir la realidad no hay realidad

Retrato de las clases acomodadas insistiendo en convertir su fortuna en un desierto terrible y angustioso. Eso es lo que hace Woody Allen. Como de costumbre, muy bien

05 sep 2021 / 22:55 h - Actualizado: 05 sep 2021 / 23:07 h.
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Hay personas que deberían (deberíamos) sentirnos afortunadas por vivir lo que les toca disfrutar. Sin embargo, dedican (dedicamos) buena parte de sus (nuestros) esfuerzos a sufrir, a torturarse (torturarnos). El ser humano tiene por costumbre inventar problemas, cacarearlos, hacerlos universales y cuidarlos con mucho cariño para que duren mucho. Si hablamos de las clases acomodadas, podríamos decir que eso es lo que más le gusta hacer. Parece mentira que con la que está cayendo, desde que el mundo es mundo, dediquemos un solo segundo a semejante cosa. Pero es así. Algo natural, algo que todo el mundo da como bueno.

Woody Allen es el director de cine que mejor retrata a esos individuos de clase acomodada que teniendo todo añoran todo, que convierten su vida en un valle de lágrimas sin saber por qué; a esos sujetos que viven de su propia compasión, que hacen del lamento, por sí mismos, una forma de vida. Woody Allen es el director de cine que mejor ha sabido detectar los problemas de una clase social estúpida hasta límites insólitos. Comodidad y estupidez parecen caminar siempre juntos formando una correlación perfecta.

Me gusta Woody Allen porque es cine. Me gusta Woody Allen porque lo que cuenta es la vida de todos. Me gusta Woody Allen porque enseña las miserias, los desastres personales y las desdichas de una sociedad que nada en la abundancia (de todo) y no es capaz de inventar la felicidad. Ni siquiera de fingirla. Me gusta Woody Allen porque nos deja con su cine las pruebas necesarias para que, de una vez por todas, seamos conscientes de que nuestro intento de alcanzar límites personales es directamente proporcional a lo poco que nos gustamos.

Disfruté con las comedias desenfadadas y sin pretensiones del viejo Allen. Me maravillaron sus comedias más maduras. Pero, también, me encantaron sus dramas. Especialmente, «Interiores». Aún no entiendo el porqué esta película no fue recibida, en su momento, como lo que es, como una formidable obra.

El paralelismo que muestra Allen entre los interiores personales y los de los hogares en los que se vive es indicativo de lo que intenta el director con esta cinta. Todos tenemos decorado nuestro propio yo y, tarde o temprano, eso tan íntimo se deja ver en algún lugar, en algún momento; se ve modificado para siempre o se vacía sin remedio.

La película es deudora del cine de Bergman (esto se ha dicho por activa y por pasiva, así que no seguiré con ello), pero, no obstante, el sello de Allen es indiscutible y está presente de principio a fin.

El uso de unos diálogos excelentes que marcan a sus personajes, aportando rasgos inconfundibles a cada uno de ellos, ya es suficiente prueba de que es así. Les garantizo que si prestan atención a esos diálogos y no miran a la pantalla, podrían saber quien habla en cada momento dada la coherencia casi insólita de los discursos. La inteligencia de Allen no desaparece a pesar de los homenajes. Ni en dramas ni en comedias.

«Interiores»: Sin asumir la realidad no hay realidad

«Interiores» es una película que habla del fracaso. Concretamente del fracaso de lo artificial, de todo eso que intentamos ser para alejarnos de nosotros mismos (por gustamos poco o nada).

Una familia acomodada. Una mujer (la madre) que intenta dibujar un mundo ajeno a la vulgaridad que termina vacío; entre otras cosas, porque su marido es vulgar, dos de sus hijas los son del mismo modo y la tercera (la que parece más triunfadora) se mueve en territorios normaluchos puesto que le rodea esa vulgaridad sin que pueda respirar. Eso de lo que trata de escapar (la madre) es el propio mundo aunque lo haya intentado cubrir con pan de oro. En una de las escenas vemos como esa mujer (Geraldine Page) habla con su marido de un dibujo de Matisse. El hombre alcanza a decir que le parece muy interesante. Sólo. Se han separado y ella desea que él regrese a casa. Él no entiende de arte, ha encontrado a otra mujer (Maureen Stapleton) que disfruta tanto como puede del sol, del dinero y de lo bueno que encuentra en el mundo. Él es ajeno al universo que le propone su esposa. Y la mujer, sin apenas ser consciente, reclama muebles para su interior. Corrientes, sin valor artístico, esos que tanto le repugnan. No quiere asumir que la vida es vulgar aunque conserva la esperanza de poder barnizar todo aquello que le permite sobrevivir. Como toda la clase acomodada del mundo, vamos.

Joey, la hermana pequeña, (Mary Beth Hurt) está perdida, no sabe dónde quiere llegar. Tan sólo es capaz de envidiar a Renata (Diane Keaton) que, aparentemente, se abre camino en el mundo de la escritura. En realidad, está anclada a lo mustio del fracaso. Su madre fracasa, el padre se desliza hacia el mundo de la mediocridad, su marido se siente fracasado, sus hermanas también (Flyn (Kristin Griffith), otra de las hermanas, no pasa de ser una actriz secundaria que trabaja en series de segunda categoría y obras muy alejadas de la genialidad). Ninguno quiere asumir una realidad común.

La película se llena de escenas que rebosan patetismo llegado desde la lucha estúpida y cruel que mantienen todos los miembros de la familia con esa mediocridad que les apabulla. Por ejemplo, cuando el padre y su nueva pareja cenan en casa de Renata, el choque de cosmos es demoledor. El espectador percibe con claridad ese enfrentamiento entre un lugar limpio en el que no hay pretensiones que vayan más allá del disfrute de la vida y la zona oscura de un mundo condicionada por el disfraz de lo cotidiano para convertirlo en una maravilla idiota.

Las interpretaciones son espléndidas. Especialmente, las de las actrices. La fotografía de Gordon Willis es precisa con el detalle y solvente con el conjunto. La iluminación está muy cuidada durante toda la película. El guión es excelente. Es verdad, que los discursos, a veces, son muy literarios, pero no hay que olvidar que los personajes se mueven en un territorio cargante, entre la intelectualidad más pedante. Un aspecto que Allen trabaja con especial acierto es el ajuste entre tempo y tiempo narrativo. No se aprecia ni una sola fisura a lo largo del metraje. Es verdad que el ritmo es algo lento aunque es lo que pide el guión y no puede considerarse un error. Los planos fijos de larga duración van apareciendo en los momentos precisos para que ese tempo convierta el tiempo narrativo en el momento justo.

Me gusta Allen. Me gusta «Interiores». Y me gusta saber que hay artistas que son capaces de apostar por lo que quieren hacer sabiendo que las taquillas no sufrirán colapsos. Otra cosa sería vulgar. Eso sí que es la vulgaridad por excelencia.

Exquisita película. Imprescindible para comprender el cine de Woody Allen en su conjunto. Yo, desde luego, no dejaría de ver algo así.

«Interiores»: Sin asumir la realidad no hay realidad