«La Cenerentola»: Ilusiones renovadas en el Teatro Real
El otoño llega a Madrid y al mismo tiempo el inicio de una nueva temporada de ópera en el Teatro Real. Cede la presión del coronavirus, cede el calor asfixiante que se respira en la ciudad, cede el temor a lo que pueda pasar si se reúne la gente frente a un escenario. Todo parece que vuelve a ser lo que era. Ya iba siendo hora
Gabriel Ramírez
Los aficionados a la ópera que frecuentan el Teatro Real de Madrid están acostumbrados a sentarse en la butaca con la mascarilla puesta, con precaución aunque tranquilos porque la seguridad es absoluta (eso parece, al menos). El tesón, la profesionalidad y el compromiso con una sociedad a la que no se le puede escatimar su cultura, de todo el equipo que forma parte de la institución, han logrado que el Teatro Real sea un bastión contra el destrozo que ha ocasionado del SARS-CoV-2. Desde el primero hasta el último de los que forman ese grupo humano han dado un ejemplo que deberían copiar en todo el mundo. Tampoco se ha quedado rezagado un público que no ha dudado en volver (ya la temporada pasada) a sus butacas.
Arranca la temporada en el Teatro Real con una coproducción estupenda de Den Norske Opera de Oslo y la Opéra national de Lyon. Se trata de la ópera de Gioachino Rossini (1792-1868) «La Cenerentola. Ossia la bontà in trionfo». Stefan Herheim, director de escena, firma un trabajo inteligente, muy divertido, lleno de un humor transparente que mueve la trama con delicadeza y sin un solo empujón de más, y soportado sobre una inmensa cantidad de referencias al mundo del cuento, al mundo de Disney o a la magia cercana a lo sagrado de la que dispone el autor de una obra artística. El conjunto divierte, hace disfrutar y permite comprender los distintos mensajes que lanzan el libretista y el compositor.
Stefan Herheim nos invita a sentarnos frente a la chimenea de casa para escuchar un cuento en el que los buenos ganan la partida a los malos y en el que nada puede vencer al amor verdadero, a la bondad, a la amistad o a un estado de ánimo arrimado a la sonrisa y al gesto amable. Nos invita, además, a reír. Resulta impagable ese dibujo distorsionado de Pegaso convertido en un asno con alas o el corazón boca abajo y alcanzado por un dardo equivocado (solo son un par de ejemplos). Resulta sorprendente lo bien que mueve a los solistas y a los miembros del coro y lo poco que se nota en el excelente nivel técnico de muchos de ellos. Me quedo con el ejemplo que dan Rocío Pérez (Clorinda) y Carol García (Tisbe) que, a pesar de ir, venir, tirarse al suelo, levantarse o correr, mantienen un nivel vocal más que notable. Los pequeños problemas de otros cantantes, creo yo que son debidos a otras causas distintas al trasiego dentro de una caja escénica donde todo fluye sin problema alguno y en la que el espectador no tiene problema alguno para poder seguir la trama, entender todos los guiños que aparecen o seguir un intenso movimiento de personajes.
La dirección musical de Riccardo Frizza no deja lugar a dudas sobre lo bien que conoce la obra de Rossini. La lectura busca matices que guarda la partitura y los encuentra casi siempre. Solo en alguna ocasión la Orquesta Titular del Teatro Real parece algo morosa con el tempo y con algún énfasis que queda inédito. En cualquier caso, todo muy bien.
El barítono Florian Sempey (Dandini) es el cantante que se echa la representación sobre la espalda y logra que todo funcione como un reloj. Su arco dramático es amplio y robusto; su voz es preciosa y en los territorios medios suena sedosa, cercana y técnicamente muy preparada. Renato Girolami (Don Magnífico) o Dmitr Korchak (Don Ramiro) cumplen bien aunque de Korchak se espera algo más de lo que ofrece en esta ópera. El bajo Roberto Tagliavini, que parece estar en todas las óperas que se representan en el Teatro Real, vuelve a estar muy bien y no coloca en lugar equivocado una sola nota. Solvente y convincente. Sin embargo, Karine Deshayes (Angelina) se queda rezagada en todos los sentidos. Como actriz deja ver grandes lagunas; como cantante se queda a medio camino. Voz tan bonita y versatil como pequeña; voz que se pierde salvo que el escenario y la orquesta queden hipotecadas para ella sola. Discreta la actuación de esta mezzosoprano.
Los cuentos siempre sirvieron para entretener y para que la fantasía pudiera hacerse un hueco en nuestras consciencias. Con esta obra de Rossini, con esta ‘Cenerentola’ regresa la ilusión intacta y la confianza en que siempre encontraremos a alguien en el camino que nos ayude a salir reforzados. Esta vez, ese alguien estaba en el Teatro real.
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