La guerra que no quiso Dios

Con aroma de especias y atmósfera magallánica, Guillermo Sánchez Martínez recoge en «Lluvia de almendras» (Ed. Algaida) uno de los episodios menos conocidos de la historia de la península ibérica, la «guerra de las antípodas», que enfrentó a España y Portugal en el siglo XVI

30 sep 2021 / 08:59 h - Actualizado: 30 sep 2021 / 09:07 h.
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  • Guillermo Sánchez posa con su novela en la réplica de la Nao Victoria.
    Guillermo Sánchez posa con su novela en la réplica de la Nao Victoria.

«Cuentan que vienen del Paraíso terrenal y les llaman bolon divata, que quiere decir, pájaro de Dios». Esta frase, incluida en la Relación del primer viaje alrededor del mundo del cronista italiano y miembro de la Armada de la Especiería Antonio Pigafetta, podría ayudarnos a comprender el significado de Lluvia de almendras, título elegido por Guillermo Sánchez Martínez para su tercer libro. Tras sorprendernos en 2012 con La levitación, novela histórica ambientada en la Sevilla del XVII que abordaba el último gran proceso inquisitorial contra los iluminados, y descubrirnos esta primavera un sinfín de curiosidades relacionadas con su hermandad de la Esperanza Macarena en Y la Macarena se vistió de luto, el periodista hispalense nos regala una obra que, ya desde su portada, es seria aspirante a convertirse en un libro de referencia sobre uno de los episodios más desconocidos de la historia de la península ibérica, la denominada «guerra de las antípodas». Y es que ambos, título y portada, son en sí mismos una obra de arte, pues mientras el primero nos lleva a conectar con El Aire, pintura anónima del siglo XVII en propiedad del Museo del Prado, la segunda parece homenajear la trayectoria de uno de los máximos representantes del arte naíf, el francés Henri Rousseau.

La guerra que no quiso Dios

Pero las conexiones no terminan aquí. Más allá de su sugerente envoltorio, obra del diseñador Agustín Escudero, la novela, publicada por la editorial Algaida y cuyo argumento nos traslada a Tidore, una pequeña isla del archipiélago de las Molucas, en 1519, está narrada de un modo que nos permite evocar a numerosos creadores, comenzando por el propio Pigafetta y continuando con Marco Polo y su Libro de las Maravillas, Cristóbal Colón y su Diario de a bordo, o Ginés de Mafra y su Libro que trata del descubrimiento y principio del estrecho que se llama de Magallanes. No en vano, Lluvia de almendras, en cuyas 386 páginas subyace una ingente documentación, es ante todo una novela histórica, pero también un libro de aventuras, un relato de amor y un tributo a la literatura que nos permite viajar a lugares exóticos y repletos de magia. Sin duda el escenario elegido es un absoluto acierto; en primer lugar por el desconocimiento que tenemos de su pasado —la actual Indonesia no existió para Occidente hasta el período colonial que arrancó en la segunda década del XVI—, y seguidamente por su inmenso poder de atracción debido a las características de su entorno y las costumbres de sus gentes.

Un mundo dividido en dos

Aprovechando el tirón del V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo, han sido muchos los libros que han visto la luz desde 2019, si bien Lluvia de almendras posee la virtud de desmarcarse de todos ellos por su original estructura, su combinación de voces narrativas y, muy especialmente, por poner el foco de atención en el bando contrario al nuestro, es decir, el de los portugueses. En un mundo dividido en dos a partir del Tratado de Tordesillas (1494), el proyecto de Magallanes permitiría a la Corona de Castilla hacerse con el control de un territorio anhelado por muchos, aquel donde el clavo, la canela o la nuez moscada emergían en plena naturaleza a la espera de ser transportadas a las mesas más exigentes de Europa. ¿Eran aquellas islas propiedad de indios, árabes o chinos, quienes desde antes del siglo XIV mercadeaban con sus especias? ¿O acaso de Portugal, para cuyo monarca Francisco Serrano puso la primera pica en 1512? ¿Qué parte del pastel correspondía a Castilla tras la azarosa llegada de Juan Sebastián Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa en 1521?

Este libro responde a esas y otras preguntas, aunque su propósito es mucho más ambicioso. No en vano, sus treinta y ocho capítulos, labrados con paciencia y buen hacer por un maestro del oficio como Guillermo Sánchez, recogen el sentir de unos hombres muy distintos a los actuales; personas para quienes el valor y el honor lo eran todo, pero que, al igual que nosotros, solían sucumbir a las tentaciones del cuerpo y el espíritu. En ese mundo de dualidades, de violencia explícita y afanes de gloria, surge la figura de Reinaldo Duarte, un joven luso que se convertirá en nuestros ojos y nuestros oídos en las Molucas del quinientos. Un personaje con ecos del Baudolino de Umberto Eco, del Dick Sand de Julio Verne o del Richard Shelton de Robert L. Stevenson, cuyo retrato, cercano y poliédrico, resulta más tangible que el de aquellos ilustres de tinta. Tanto que, pese a no figurar en la historiografía como otros «tripulantes» reales de la aventura —desde Pedro Francisco de Lorosa a Antonio de Brito, pasando por Hernando de Bustamante—, cobra vida en la novela de un modo portentoso. Junto a él, es necesario destacar a Francisco Silveira, personaje que nos permite descubrir las claves más trágicas del relato; esto es la guerra que, a espaldas de Dios, libraron España y Portugal por el control de las Islas de las Especias y cuyos protagonistas no forman parte de los monumentos conmemorativos ni suelen desfilar en los libros. Nos estamos refiriendo a Diego de Arias, de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), Juan de Campos, de Alcalá de Henares (Madrid), Maestre Pero el lombardero (Bruselas), Luis del Molino, de Baeza (Jaén) y Alonso de Mora (Portugal). Héroes sin capa que, al margen de los desdichados de la nao Trinidad, parecen presagiar los episodios de Baler de 1899, y suceden, de manera cronológica, a los supervivientes de Mactán, a quienes esquivaron el banquete de Cebú, o superaron las trampas de Almanzor.

Ingredientes reales y ficticios

Para condimentar su plato, Guillermo Sánchez ha tirado la casa por la ventana, pues a la música de gamelán que ejerce de banda sonora durante todo el relato ha añadido olores y sabores que nos transportan al lejano Indo-Pacífico. Tanto que su armonía rezuma como en una partitura de Pedro de Escobar, al tiempo que goza de la curiosidad que caracteriza a las Misceláneas de García de Resende. Por eso es capaz de combinar recios hombres de la mar al servicio del monarca Manuel con bestias fabulosas plasmadas por Megástenes, paisajes exóticos con rúas lisboetas, y hermosas princesas con insensibles rajás. Material al que se añaden escenas apocalípticas como la erupción del volcán Gamalama, crueles como los métodos de envenenamiento de la corte moluqueña, e insólitas como el séquito de jorobadas del sultán. En suma, una receta que incluye ingredientes reales y ficticios y que, además de procurarnos un banquete de los que dejan huella, convierten la novela en un instructivo manual para comprender un periodo tan obviado como fundamental de la Era de los Descubrimientos.