La historia del pintor que engañó al mundo del arte

En ‘El falsificador de Franco’ (Editorial Samarcanda), Juan Carlos Arias, detective privado, destapa la denominada ‘Operación Sevilla’, que intentó dar con el paradero de un falso Velázquez adquirido por la esposa del Generalísimo, Carmen Polo

Eduardo Olaya en 1965.

Eduardo Olaya en 1965. / Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

Criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid, Juan Carlos Arias (Sevilla, 1960) es detective privado y fundador de la Agencia ADAS, que dirige desde 1982. Implicado en la divulgación de su oficio, ha publicado numerosos artículos, guiones y monografías en la prensa española y extranjera. En esta ocasión nos sorprende con ‘El falsificador de Franco’ (Editorial Samarcanda), una historia digna del mismísimo Hollywood, pero asombrosamente real, que cuenta entre sus protagonistas con un copista genial, un anticuario avaro, un policía con olfato y una red internacional que colocaba copias por originales en todo el mundo desde Sevilla, con la firma de Goya, Zurbarán, Murillo, El Greco o Picasso. La trama que investiga Arias durante años vence todas las dificultades imaginables. Las propias del arte falso (‘fake art’) que se vende por auténtico, y aquellas relacionadas con el caso.

Dada la saturación del mercado editorial actual, resulta fundamental escoger un buen título y diseñar una portada bonita si pretendemos llegar a los lectores. Y por supuesto es necesario contar con una edición profesional. En tu caso se cumplen las tres máximas.

Gracias por tales palabras. Hablamos, además, con ‘El falsificador de Franco’, de un trabajo investigador de años, de entrar por muchas ventanas ante puertas cerradas más superar incontables obstáculos ante lo incómodo que es reconocer que podrían tener copias perfectas de artistas consagrados entre museos y coleccionistas. Además se hace patente que nadie da duros a cuatro pesetas, o euros por céntimos actualizando esa popular frase. .

‘El falsificador de Franco’ es la historia del pintor que engañó al mundo del arte. Pero no se trata de un ruso o de un estadounidense, sino de un español. Y además de Sevilla.

Como ya escribió Félix Machuca, Sevilla fue el epicentro mundial del arte falso más pícaro del siglo XX. Un copista genial, Eduardo Olaya y un insaciable anticuario, Andrés Moro, fue el tándem que lo hizo posible.

Como en todo buen thriller —lo tuyo es un ensayo de investigación, pero posee un tono digno de la mejor literatura de suspense—, el protagonista no está solo, de hecho cuenta con un colaborador fundamental para la historia. Háblanos del marchante.

Ahí se ubica el papel del comprador y exportador de las obras. Se llama Stanley Moss, es un judío neoyorquino que desde su galería y empresas colocó las copias desde Madrid, donde vivió temporalmente varias décadas en los 60 y 90 del pasado siglo. Aún vive casi centenario en una finca inmensa. Julio Muñoz @Rancio, prologuista del libro, lo localizó por teléfono, le envío un cuestionario y la respuesta sobre las graves prácticas que protagonizó durante sus días españoles fue remitirse a lo bien poeta que está considerado. Es decir, no quiere recordar que fue detenido por la policía del franquismo, multado por el Tribunal del Contrabando. Es decir, como buen mercader, no sabe nada de su codicia por hacer millones.

Al margen de los protagonistas, la gran figura del libro es el policía que pone en marcha la Operación Sevilla. ¿Quién fue José Arias Galán?

Fue mi padre qepd. La secreta ‘Operación Sevilla’ que intentó dar con el paradero de un falso Velázquez que le colocó Moro a la esposa de Franco, Carmen Polo, estuvo a punto de costarle su placa y pistola. Pero la verdad se abrió paso y es que defendía la inocencia de un maleante e invertido (Olaya) en este asunto. Fue un delito que no cometió. Fabricaba las balas de la pistola, pero no mató a nadie. La disparó Moro.

Y para completar el elenco, la inefable Carmen Polo.

La Collares, como pasó a la historia, no pagaba nada de sus caprichos en joyas y antigüedades. Frecuentó la tienda de Moro que expolió sin recato. La venganza del anticuario fue ‘colocarle’ un falso Velázquez que Carmen Polo creyó era una ganga. El timo fue ‘vacunado’ mediante una denuncia policial inconsistente de la entonces Marquesa de Ybarra sevillana. La aristócrata afirmó en comisaría que Olaya le endilgó un Velázquez. Pero el copista no vendía los cuadros, Moro era su mayor cliente.

En la introducción mencionas a Mario Sepúlveda, jurista defensor de escritores y periodistas perseguidos por querellas extorsivas. ¿Qué consejos te dio?

Me repetía, ante querellas, demandas, burofax de poderosos cercados por la verdad que escribiera opinando, no dándole contexto al periodismo de investigación o el reportaje neutral, donde la verdad debe ser contrastada. Hablamos de jurisprudencia. La verdad puede contarse de muchas formas. Y si es incómoda, mejor ponerle un marco bonito.

Cuesta entender que una historia que tuvo lugar en la década de los sesenta siga siendo material sensible. Si no fueses detective, ¿te habrías atrevido a ello?

Sería imposible. Ser detective con 40 años de ejercicio, estar curtido tras oír muchas veces ‘no’, más pedir perdón antes de pedir permiso, es clave. La policía del franquismo tapó la estafa de la que fue víctima la esposa del Generalísimo. El ‘timo sevillano’ era tabú. A cambio de taparlo todo se dejó impune una trama de falsificadores de obras perfectas que imitaban al Greco, Zurbarán, Picasso, Mengs, Velázquez, etc... El pincel de Olaya era un don promiscuo que copiaba desde el alma del pintor consagrado.

Uno de los aspectos que más me han sorprendido del libro son las declaraciones del marchante belga Stan Lauryssens sobre el pintor Salvador Dalí. Este afirma que el setenta y cinco por ciento de sus cuadros son falsos. ¿Cómo es posible?-

El arte tiene un mercado infinito. Y hay más demanda que oferta desde hace siglos. Además, los pintores más famosos ya no pintan más desde sus tumbas. Conclusión: aparecen las copias porque se pagan como originales. Las casas de subastas, los nuevos millonarios, coleccionistas compulsivos, el petrodólar y el blanqueo del dinero turbio lo explican también. Además, con cuadros se pueden liquidar deudas millonarias ante el fisco (AEAT).

‘El falsificador de Franco’ no solo pone al descubierto la hasta ahora inédita Operación Sevilla, sino que incluye documentos y fotografías que refuerzan tu investigación.

Muchos de los contactos que hice para elaborar el libro no se creían nada de lo que investigaba. Quien lea ‘El falsificador de Franco’ (Editorial Samarcanda) tiene el privilegio de confirmar algo que va más allá de las palabras. Repito, han sido años de investigación. Los mercadeos de Stanley Moss y su egolatría de poeta y marchante le hicieron indiscreto. Localicé ya, amén de otros lienzos repartidos en museos, colecciones y galerías estatales de USA, Reino Unido, Grecia, Canadá y Australia, cuadros con dudas sobre su originalidad. En España hay dos grecos, uno que se exhibe en el Prado (una Fábula) y en el Thyssen (Anunciación), que no me dan garantías de su originalidad. Las respuestas a mis preguntas están llenas de evasivas y palabras vacuas.

El libro cuenta con un prólogo del periodista y escritor Julio Muñoz @Rancio. ¿Cómo surgió esta colaboración?

El irredento y excelente comunicador, novelista y periodista que nos hace más orgullosos de ser sevillanos, cuando era directivo de una productora (ADM), se quedó atrapado por la historia. Se hicieron dos tráilers (teaser) para compartir un proyecto audiovisual sobre La Baronesa, alias policial de Olaya. Julio Muñoz dimitió de dicha productora y el tema entró por derecho en el cajón del olvido. Incluso, Dani Gamero, directivo de ADM, aún proyectó un podcast sobre la historia. Su magnífico guión se quedó en intenciones. Pero el libro, mi nuevo aporte al tema, espero lo resucite todo. El tiempo dirá.

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