La palabra y el arte como arma de guerra

Durante la Guerra Civil española, artistas de todo tipo, de cualquier procedencia imaginable, se afanaron en lograr con su arte que la guerra avanzase en una dirección u otra. Hoy, esos carteles, son la muestra de un proceso bélico que nunca debió producirse y que nunca debería repetirse en ningún lugar del mundo.

13 dic 2020 / 21:47 h - Actualizado: 13 dic 2020 / 22:32 h.
"Arte","Guerra Civil Española"
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La guerra es una constante en la historia de la humanidad, un fenómeno social en el que dos bandos enfrentados luchan por su supervivencia envueltos por un número infinito de factores que pueden ser, por ejemplo, de carácter histórico, económico, armamentístico, estratégico o propagandístico.

Inopinadamente, la propaganda puede ser incluso más importante que otras variables más propias de lo militar, llegando a inclinar la balanza a favor de quien haga un mejor uso de ella. Las palabras pueden llegar a tener la misma fuerza que las armas. La propaganda de guerra se dirige, en un primer momento, a los oficiales para levantar la moral de la tropa; a la propia tropa; pero, también, al enemigo, en la llamada guerra psicológica, y a los neutrales, para impedir que se alíen con el bando contrario.

La propaganda fue un arma fundamental en la I Guerra Mundial, pero, por su carácter ideológico, en la Guerra Civil española llego a ser aún más relevante. En concreto, el cartel propagandístico tuvo uno de sus momentos más intensos en el arte popular. Hasta la aparición de la televisión, nunca antes se había producido en la historia tal manifestación masiva de arte bélico y político, una expresión pública de ideas y sentimientos de esa magnitud que llegase a encarnar el espíritu de un tiempo. El cartelismo es el arte popular en estado puro y está ligado a un proceso industrial. La creación del diseño original es tan sólo la primera fase, pero lo importante es el objetivo, el destinatario masivo, la población. No se trataba de vender publicidad, si no de propaganda de dos entidades políticas y, lógicamente, militares, opuestas. Así, la población se identificó con los carteles de una manera mucho más intensa de lo que cualquier publicista hubiera soñado. Fueron la expresión del combate, de sus razones y objetivos, la manifestación de los ideales de justicia y libertad. Fueron un elemento educador para la multitud, totalmente eficaces para hacer llegar consignas a cualquier rincón de España, y, también para cada militante individual, en una especia de feedback simbólico por el que se sentía identificado con su bando. La actividad artística que se produjo en esta época fue realmente extraordinaria, rebasando sus propias fronteras para informar a las masas, para que pudieran tomar partido. Éste es un arte eminentemente claro, informador y realista, que informaba a la población, mucha de ella por desgracia analfabeta (por ello, la imagen se hace imprescindible), sobre qué debían pensar y qué debían defender. A parte del cartel realista, hubo también satíricos, donde se mostraban con humor ácido a las figuras de la época o se ridiculizaban las ideas del enemigo.

Muchos de los cartelistas que crearon durante la guerra civil española eran ya profesionales de la comunicación y de la publicidad, profesionales que se dedicaban, hasta entonces, a anunciar estrenos de teatro, fiestas taurinas y algunos productos de consumo. Otros fueron pintores y escultores obligados a trabajar bajo los imperativos de la guerra. Y otro tercer grupo lo componían aficionados. Los carteles originales están firmados en su mayoría, la cuarta parte que son anónimos parece que eran trabajos de artistas analfabetos que trabajaban en litografías y se las ingeniaban como nadie para hacer llegar el mensaje preciso y en el momento más adecuado. Los principales lugares de impresión fueron Madrid, Barcelona y Valencia; curiosamente las ciudades donde la resistencia republicana fue más duradera, donde mayor desarrollo hubo de las artes gráficas. Fueron editores el Ministerio de Propaganda del gobierno republicano, pero también sindicatos y partidos, como UGT, CNT, Juventudes Libertarias o Falange Española. Entre los artistas destacarían José Renau, cuyos carteles se encuentran entre los mejores del mundo; Arturo y Vicente Ballester Marco, más fieles a la tradición española; el publicista madrileño Penagos. García Escribá y Sanz Miralles fueron también destacados cartelistas.

Cada bando difundía en su propaganda sus propios valores, tenían su propia simbología e influencia.

La palabra y el arte como arma de guerra

Bando nacional o franquista

Las grandes ciudades españolas quedaron en el lado republicano, por lo que el ejército rebelde disponía de muchos menos medios con los que difundir su propaganda. Poco a poco, y gracias a la ayuda italiana y alemana, fueron solventando sus problemas de logística. Católicos, carlistas, falangistas, conservadores y monárquicos formaron un grupo muy heterogéneo apoyado por la Iglesia, el ejército y las grandes fortunas. Así que al principio costó aglutinar las distintas voces en una sola. Su modelo propagandístico fue importado de la Italia de Mussolini y de la Alemania de Hitler, pero con un líder menos carismático y con un marcado carácter clerical. De hecho, fue la iglesia la que aportó gran parte del contenido ideológico y la que aportó una justificación al ejército sublevado. Los carteles utilizaban eslóganes sobre la unidad de España, la fe y el catolicismo, con la vuelta de valores antiquísimos como la idea de cruzada, el tema de la raza y de la hispanidad; junto a otros nuevos como la idea del superhombre. Aparece simbología fascista, imperialista y triunfalista; como el águila, símbolo de la autoridad, la fuerza, el orgullo y la victoria; el yugo y las flechas, conocido como emblema falangista y que representó la unión de los escudos de armas de los Reyes Católicos, símbolo de la unión de España; y la esvástica nazi aunque orientada en sentido contrario a la hitleriana. La mujer en el bando nacional tuvo un papel fundamental en labores asistenciales; su imagen se usó para exaltar los valores de la familia y del hogar. Algunos carteles dan muestra de ello. Una vez ganada la Guerra, el mensaje que se quiso hacer llegar fue de victoria, de una España unida y un líder fuerte que cuidaría del país y de sus habitantes, dejando de lado la realidad de un país deshecho y pobre. Los carteles mostraban a una población sonriente y feliz porque los valores tradicionales hubieran seguido en pie. Cartelistas del bando nacional fueron Valverde, Caballero y el dibujante colaborador de ABC y Blanco y negro Carlos Sáenz de Tejada y de Lezama.

La palabra y el arte como arma de guerra

Bando republicano

La zona republicana contó, desde el primer momento, con una infraestructura mucho más adecuada para sus fines, llevando a cabo una extensísima obra cultural y propagandística. Los carteles fueron el instrumento de propaganda más extendido. Todos los partidos de este bando hicieron uso de ellos. Los artistas republicanos fueron muy fértiles en este terreno haciendo gala de gran imaginación. Muchos de los contenidos repetían los de la I Guerra Mundial, esto es, llamamiento a las armas, alistamiento... Pero, también, se resaltaba la importancia de la educación, la lucha contra el fascismo y eslóganes para conseguir financiación. En cuanto a la simbología, representaron la hoz y el martillo, símbolo del tiempo y la muerte, de la renovación (usado posteriormente por la antigua Unión Soviética); herramientas industriales, como engranajes; estrellas de cinco puntas, que representa los cinco continentes y las cinco clases sociales: juventud, militares, obreros, campesinos e intelectuales; y estrellas de tres puntas, la estrella internacionalista. Claramente, estos carteles se asemejaban a los de la Revolución Rusa, aunque parece que los españoles fueron más imaginativos y originales. Las imágenes de la tragedia en los combates de Madrid fueron utilizadas para conseguir apoyo internacional. De hecho, estos carteles se imprimieron en español, francés e inglés. En este bando se intentó convencer a las mujeres, apelando a la defensa de sus libertades y derechos, para formar sus propios batallones. Son muchos los carteles de estética soviética que representan esta temática. Además de José Renau, destacados autores republicanos fueron Bardasano, Martí Blas y Ballester.

La palabra y el arte como arma de guerra

Curiosamente, salvando la simbología, la estética de los carteles fue muy parecida en ambos bandos, tanto que en algunos casos simplemente cambiando la leyenda podrían ser propaganda tanto de republicanos como de rebeldes. Los carteles, tanto de un bando como de otro, dejaron huella en la gente de la calle por su contenido artístico y simbólico, llegando fácilmente a las mentes de todos independientemente de su nivel cultural, tanto a universitarios como a analfabetos.

La palabra y el arte como arma de guerra

Actualmente la Biblioteca Nacional de España cuenta en sus fondos con una colección de más de quinientos carteles de la República y la Guerra Civil, divididos en cinco grandes bloques temáticos: retratos y representaciones alegóricas, campañas electorales, carteles de guerra, la retaguardia y carteles nacionales. Pero sin duda es el Centro de Documentación de la Memoria Histórica el que conserva una de las mejores colecciones, especialmente de los carteles editados por el bando Republicano. En dicha colección cabe destacar un pequeño grupo de cuarenta y seis carteles referidos a la Masonería y otras organizaciones disidentes del catolicismo oficial de la época, que fueron incautados de las paredes de los templos y usados para reprimir sistemáticamente a los masones, una de las obsesiones del régimen franquista. Merece la pena visitar ambas colecciones como referente de la tragedia que vivimos en España, para tener en mente lo que jamás debería repetirse.