El 3 de septiembre de 1915 (hace más de cien años) se creaba en Madrid la Residencia de Señoritas, que pretendía ser la versión femenina de la Residencia de Estudiantes tan loada durante este último siglo. Su primera ubicación estuvo en dos de los cuatro edificios que el grupo masculino había dejado vacante al trasladarse a la Colina de los Chopos, en la Calle Fortuny de Madrid. Treinta mujeres fueron las elegidas para formar parte de ella. En pocos años pasaría a ampliar sus instalaciones y multiplicaría por diez las residentes que formaban parte de ella. Así fue hasta que llegó la guerra que es un monstruo que se ceba con lo que encuentra a su paso. Así la huella de esta institución ha quedado borrada, prácticamente en el olvido.
Hace pocos días ha caído en mis manos un libro editado por Acción Cultural Española y la Residencia de Estudiantes, se titula «Mujeres en Vanguardia» y habla de la «Residencia de Señoritas» en su centenario. La directora de esta institución hasta 1936 fue María de Maeztu, pedagoga y humanista y cofundadora de otra de las instituciones femeninas que más darían que hablar en los años veinte y treinta el Lyceum Club Femenino de Madrid. En un artículo titulado «Lo único que pedimos» y publicado en la revista La mujer moderna, se manifestaba así «Soy feminista; me avergonzaría no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar como persona, en la obra total de la cultura humana». Creo que esa es una buena forma de reivindicar el feminismo como forma de vida, a pesar de que la pedagoga también considerase como «suprema función» que la naturaleza otorga a las mujeres la de «criar y educar» a sus hijos y es que no nos podemos distanciar del momento histórico que se vivía.
Casi la totalidad de las mujeres que destacaron en el primer tercio del siglo XX (esa parte del siglo que olvidamos estudiar, que no suele aparecer en las novelas y que ahora, ocasionalmente, aparece en alguna teleserie de la tarde), estuvieron relacionadas de alguna forma con la Residencia de Señoritas. Pasaron por allí como maestras, profesoras o impartiendo conferencias, Victoria Kent, María Zambrano, Maruja Mallo, María Goyri y la propia Marie Curie, aunque esta última sólo acudió para dormir, cuando acudió a dar una conferencia en la residencia masculina en 1931
A modo de cotilleo (que a todos nos gusta un chisme) os diré que el control que se ejercía sobre las residentes era más férreo que el de sus compañeros masculinos. Ya sea por las costumbres de la época, o por el compromiso que se adquiría con la Residencia de Señoritas, al sentirse las residentes auténticas privilegiadas. Y es que era un lujo formar parte de una institución como esa, en la que se pretendía una formación integral de mujer. Un lugar en el que la que la biblioteca, el laboratorio y las artes tenían una presencia amplia. Pero no sólo los conocimientos tenían cabida en la residencia, también existía una amplia actividad social y lúdica, ya que la educación que se impartía no se ceñía sólo a adquirir conocimientos y desarrollarse culturalmente, sino que se complementaba con actividades sociales: bailes, recitales, conciertos. Si bien era la propia Maeztu la encargada de supervisar la lista de los invitados a estos actos, llegando a exigir permisos escritos a los padres de las residentes para que pudieran acudir ciertas personas, pues en cualquier caso se pretendía salvaguardar el buen nombre de la institución y la reputación de las residentes y sus profesoras. También se practicaban deportes como el tenis, el atletismo, la natación o el hockey. Una formación plena de la mujer, alejada de los estándares de la época.
Notable era la importancia de la educación artística de las residentes y en el Plan de Estudios impartido se ofrecía la posibilidad de cursar «clases de cultura artística» gratuitas a las residentes. Estas podían ser tanto de Bellas Artes, como de otras disciplinas culturales. Formaron parte del cuerpo docente mujeres muy importantes y con conocimientos de lo más variado. Una de ellas era Victorina Durán pintora vanguardista asociada al surrealismo, escenógrafa, Catedrática de Indumentaria y Escenografía del Conservatorio Nacional, que tras su exilio en Argentina, llegó a ser directora del Teatro Colón de Buenos Aires. Ella contaba una de sus primeras experiencias como profesora «Aula abarrotada de chicas, casi todas de mi edad o mayores que yo. Gran pitorreo cuando me vieron en una tarima como «gran maestra»; risas, voces, gritos, etc. Una gran pizarra al fondo. Agarré la tiza y comencé a dibujar. Se hizo un silencio enternecedor. Oí algo así: ...ésta sí que sabe».
También impartió clases en la Residencia Maruja Mallo, que por sí misma merece no uno, sino infinidad de artículos y que era una de las pintoras españolas más vanguardistas de aquellos años. Mallo trabajaba como profesora no sólo allí, sino en la Residencia de Estudiantes y la Escuela de Cerámica, también ganó una plaza como profesora de dibujo en un instituto en Arévalo y fue una de las pocas mujeres que se «libró» de que su arte fuera considerado en función de su género, tal y como le sucedía a otras artistas de la época, pues los medios y la sociedad no estaban preparados para tratar a estas mujeres en condiciones de igualdad al resto de sus compañeros. Y así sucedía que cuando la prensa visitaba sus estudios-talleres se centraba en informar de lo pulcros y limpios que estaban, en lugar de hablar de su trabajo. Maruja Mallo fue de las pocas mujeres que consiguió escapar de este trato, se le concedió el título de «nueva pintor» (no he confundido la concordancia de género, tranquilos) destacando la calidad de su talento, su genialidad. Otras pintoras relevantes que pasaron como alumnas por la escuela fueron Delhy Tejero, Joaquina Zamora o Ángeles Santos que también gozaban de reconocimiento y cuyas obras eran expuestas de forma individual o colectiva, sin embargo les resultó más complicado escapar de su condición de mujeres pintora.
El arte que se enseñaba en la Residencia de Señoritas no se limitaba a la pintura, sino que también tenían cabida la música y otro tipo de artes considerados «menores»: encuadernación, trabajo de tejidos, bordados, repujado de metal y cuero, el esmalte y batik (técnica de teñido de telas extraordinariamente hermoso), que se encontraban ligados al movimiento británico de Arts and Crafts, que defendía la dignificación de la artesanía o la integración del arte en la vida cotidiana. Una reivindicación del DIY antes de que pinterest y las demás redes sociales dieran en inundarnos con manualidades.
La guerra supuso el fin de la Residencia de Señoritas. Cuando se produjo el golpe de Estado en verano no quedaban muchas residentes, las que estaban fueron desalojadas y los edificios principales se convirtieron en hospitales. En septiembre de 1936 (veintiún años después de su fundación) dimitió María de Maeztu y el Gobierno nombró un comité de dirección constituido por siete vocales: tres antiguas residentes y cuatro estudiantes. Al finalizar la guerra se convirtió en el Colegio Mayor Teresa de Cepeda rebautizado más tarde como Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús, que fue dirigida en sus inicios por una antigua residente: Matilde Marquina. Y es que no todas las residentes, ni profesoras fueron al exilio. Muchas permanecieron en España y a pesar de sus diferencias ideológicas, mantuvieron la relación que habían iniciado en la Residencia de Señoritas.
Estas artistas han visto condicionado el reconocimiento de su obra por las circunstancias históricas que se desarrollaron durante cuarenta años en nuestro país, que todavía a día de hoy dificultan su reconocimiento, que se me antoja lento y parcial. La historia de la institución melliza de la Residencia de Estudiantes es apasionante, dadle una oportunidad y no os defraudará.