Especial cine de Terror

«La semilla del diablo»: El miedo eterno

Una de las películas de terror más perfecta de todos los tiempos es ‘La semilla del Diablo’ de Roman Polanski. Cada escena rezuma un terror profundo y auténtico, con cada secuencia el espectador va acumulando un miedo que dura para siempre

22 oct 2020 / 08:20 h - Actualizado: 22 oct 2020 / 08:31 h.
"Cine","Cine - Aladar","Especial cine de Terror","Ocio durante el coronavirus"
  • Mia Farrow consigue un papel perfecto y extraordinario. / El Correo
    Mia Farrow consigue un papel perfecto y extraordinario. / El Correo

«La Semilla del Diablo» («Rosemary’s Baby», 1968) es una maestra del cine de terror. Ya está. Queda dicho.

Para que nadie me acuse de ser vago y excesivamente escueto voy a añadir unas cuantas cositas, pero si quieren se las ahorran. Porque «La Semilla del Diablo» es una obra maestra del cine de terror y punto.

Roman Polanski, que es un genio haciendo cine; leyó la novela de Ira Levin y debió pensar ‘venga, voy a ver si logro rodar un puñado de secuencias de categoría, las montan como es debido y consigo una de las mejores películas de la historia’. Y lo hizo.

Mia Farrow: Espléndida. Ruth Gordon: Excepcional. John Cassavetes (uno de los peores actores de la historia): Perfecto. Adaptación de la novela: Exquisita (es verdad que Polanski quiso ser fiel a la esencia del relato y alguna cosita le quedó excesivamente literaria. Pero apenas tiene importancia).

«La semilla del diablo»: El miedo eterno
El espectador está obligado a dibujar en su mente al personaje principal de la película, al Diablo. / El Correo

La primera vez que vi la película pasé miedo. La última vez que la he visto he vuelto a sentirlo. La primera vez que vi la película me pareció algo previsible y eso me gustó poco. Ahora la veo y comprendo que arrastra un problema propio del género y casi imposible de evitar. Cuando no lo son (previsibles en cierta medida) es que son tramposas, es que han escatimado información e, incluso, mentido para preparar un final con fuegos artificiales y esas cosas. Patrañas comerciales que suelen colar poco.

Los personajes son maravillosos. Y uno de ellos (el que no aparece, el verdadero protagonista) anda suelto en cada secuencia aterrando al más pintado. Cuando uno trabaja con el diablo tiene dos opciones. Disfrazar a un actor de segunda para que haga movimientos ridículos o dejar que sea el espectador el que lo dibuje en su cabecita. Eso siempre es mucho más efectivo, mucho más horrible. Polanski, que es el amo de esto, prefiere que trabajen los que miran. Así no se equivoca.

«La semilla del diablo»: El miedo eterno
Un momento del rodaje de ‘La semilla del diablo’. / El Correo

La trama es interesante, inquietante, honesta y está muy bien resuelta. Pasa lo que tiene que pasar. Nada de almíbar, ni de esperanzas rodeadas de bondad. Mueren los que tienen que morir y sobreviven los malos porque para eso llevan años currando a base de bien en nombre de Satán.

La película no ha envejecido mal. Al contrario. Es lo que tienen las obras de arte. Lo de cumplir años y arrugarse queda para otro tipo de cine.

Un apunte más antes de terminar. Un director capaz de hacer de Mia Farrow una risión de mujer y de una risión de actor (como lo es Cassavetes) algo parecido a uno de verdad, no puede ser otra cosa que un genio.

Voy a verla otra vez. Es imposible no ceder a la tentación.

«La semilla del diablo»: El miedo eterno