En 1982, Pedro Almodóvar presentaba su segunda película tras irrumpir dos años atrás con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Titulada Laberinto de pasiones, entre otros actores contaba con la presencia de Cecilia Roth, quien años más tarde protagonizaría la oscarizada Todo sobre mi madre; un casi desconocido Imanol Arias —aún no había rodado Tiempo de silencio ni El Lute—; y muy especialmente Antonio Banderas, en el que sería el primer papel de su carrera. Influenciada de algún modo por el cine de Billy Wilder, Laberinto de pasiones no obtuvo el respaldo unánime de la crítica —a la mayoría les gustó más Pepi, Luci, Bom—, pero con el paso de los años fue convirtiéndose en lo que es hoy, una película de culto para los adictos al cineasta manchego, que retrata el despertar sexual de la España postfranquista y que contiene algunos de los temas recurrentes en su filmografía.
El hecho de recurrir a ella a propósito de la nueva novela de Salvador Navarro no tiene que ver con su factura ni con ninguno de sus personajes, sino más bien con la esencia de lo que se narra. Y es que Nunca sabrás quién fui, al igual que Laberinto de pasiones, trata de amores inusuales en una gran ciudad —Madrid, en el caso de la cinta, y Sevilla, en el del libro—. Y en ambos casos la urbe se erige como una figura indispensable para entender la trama, pues, a modo de tablero de ajedrez, sobre ella se disponen las piezas del juego, invitando al lector a participar de manera consciente. No en vano la obra publicada por Algaida exige la complicidad del lector desde los primeros compases; en primer lugar para descifrar las claves de su compleja estructura, y sobre todo para explorar, al igual que el protagonista, el piélago de su misterio.
Sevilla como escenario
Para que nos situemos, Salvador Navarro comienza su novela en Colombia, en el año 1974, cuando una familia abandona el país para instalarse en Estados Unidos e iniciar una nueva vida. Esta se cimentará sobre una importante suma de dinero obtenida de manera poco ortodoxa, pero también sobre el propósito de que la hija, Dolores, obtenga un futuro próspero y ajeno al pasado de sus padres.
Tras este capítulo introductorio, Nunca sabrás quién fui nos traslada a Sevilla, en el año 2017, para presentarnos a Álex Panelas, un periodista gallego que acaba de aterrizar en la capital andaluza procedente de Madrid para realizar un curioso encargo. Tras recibir amenazas de una millonaria venezolana por publicar un artículo a favor del régimen chavista, esta lo seduce para escapar de sus miserias laborales con un trato irrenunciable, cinco mil euros al mes y un apartamento de lujo, a cambio de hacerse amigo de Dan, un empresario treintañero. La única condición es no pedir explicaciones. Como es de esperar, el reto le abre mil puertas al gallego en la ciudad de la Giralda, aunque pronto comprenderá la fuerza destructora de la venganza que esconde ese desafío: una batalla entre familias que hunde sus raíces en el Nueva York de los ochenta. Aun participando a ciegas en el complot, nuestro protagonista acaba de encontrar una trama explosiva para construir su primera novela, con dos líneas argumentales: el pasado perverso de quien le contrató y el chantaje al que debe enfrentarse conforme la venezolana va subiendo la apuesta. Y esa oportunidad no hay quien se la quite a quien dudaba de su capacidad para nacer como escritor, para crear ficción; un Álex entusiasmado que aprovecha para empaparse de técnicas de escritura y así estructurar una historia llena de flecos y ángulos muertos, sin saber hasta qué punto él va a convertirse en el epicentro dramático de su propia narración.
Con sello propio
Narrada en primera persona por el propio personaje durante la mayor parte de la trama —y de manera omnisciente en el caso de los flashbacks—, Nunca sabrás quién fui es, además de un poderoso thriller donde nada es lo que parece, un ejercicio de metaliteratura que busca homenajear a algunos de los novelistas más celebrados de los últimos tiempos. Por un lado Joël Dicker, escritor suizo que saltó a la fama en 2012 tras alumbrar La verdad sobre el caso Harry Quebert (Gran Premio de Novela de la Academia Francesa); y por otro Paul Auster, uno de los grandes maestros del existencialismo, que a su vez bebe de clásicos como Kafka o Beckett, y cuyo escenario predilecto es Nueva York. Ambos son autores de cabecera de Álex, y también modelos a seguir en su propio aprendizaje. Un periplo que le obligará a descender hasta un abismo de engaños, celos, amor y sexo, muchísimo sexo, mientras se construye a sí mismo en su novela.
Asimismo, y más allá de su estructura de cajas chinas que sorprende en cada párrafo y cada capítulo —el hecho de que sean cortos le aporta tensión y agilidad a la trama—, Nunca sabrás quién fui, como le ocurre al cine de Almodóvar, es la enésima confirmación de que Navarro es un autor con sello propio —su modo de bosquejar los personajes, sus tramas sofisticadas y sus finales impactantes se suceden en cada nuevo título— pese a lo cual siempre parece caminar en busca de nuevos cauces, nuevos vehículos de transmisión narrativa, pero con una idea fija en la cabeza: la de diseccionar el interior de las personas, rastrear en sus miedos y descubrir sus fantasmas, haciendo con ello partícipe al lector. Algo que llevó a su máxima expresión en No te supe perder, su mayor éxito hasta la fecha, y que ahora vuelve a explotar de manera retorcida y original en su nuevo trabajo. Quizás por eso, al igual que en aquella historia también ambientada en su ciudad natal, las personas maduras son el eje sobre el que gravitan los jóvenes, siempre en busca de experiencia, de sabiduría y calidez. Damas y caballeros que, en el caso de esta novela, ejercen una fuerza tal que asusta y al mismo tiempo conmueve, por su inmensa capacidad de darlo todo, de gozar y hacer gozar, pero sobre todo de amar.