Las 6 mejores series de Tv de la historia

Es muy difícil hacer una selección de las series que han ido apareciendo en los últimos 40 años en la televisión. Y es tan difícil porque el que la hace sabe que está cometiendo alguna injusticia al dejar alguna de esas series sin nombrar aunque sean una maravilla

21 feb 2021 / 17:00 h - Actualizado: 21 feb 2021 / 17:33 h.
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Quedan fuera de esta lista, entre otras, la didáctica «I, Claudius» («Yo, Claudio»), la divertida «Cheers», la tremenda «Band of Brothers» («Hermanos de Sangre») o la reciente e incisiva «Chernobyl». Cualquiera de ellas podría estar incluida por méritos propios. También queda fuera la híper famosísima «Lost» («Perdidos»), una serie con cientos de miles de seguidores en todo el mundo que suma defectos y chapuzas narrativas imperdonables que la relegan a los puestos de consolación. Queda fuera una de mis preferidas, «Treme», pero es que aunque a mí me guste mucho no es de las mejores. Las seis elegidas son imprescindibles por diversas razones y se pueden discutir más bien poco. Creo.

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El sexto puesto es para «Friends» («Colegas» se comenzó llamando en español aunque nadie se refiere a ella así). Es la sitcom por antonomasia. No son pocos los que creen que es la mejor serie de la historia. Sin duda eso es exagerado porque las pegas que se le pueden poner no son pocas ni menores, pero lo cierto es que los 236 episodios divididos en 10 temporadas resultan deliciosos. Chandler Bing, Phoebe Buffay, Monica y Ross Geller, Rachel Greeny Joey Tribbiani, fueron personajes que nos hicieron reír o llorar a partes iguales (hablo de millones y millones de personas de todo el mundo); fueron personajes que fagocitaron a sus intérpretes porque todos se dejaron con enorme generosidad; fueron los que nos invitaron a ser felices en los buenos y malos momentos; lejos de casa; y en momentos buenos, malos y regulares, porque pusieron en marcha la imaginación de todos. Los poco más de 20 minutos de cada capítulo se convirtió en una válvula de escape imprescindible para abandonar el mundo tan difícil que sufrimos.

Con escenarios casi espartanos, unos diálogos siempre chispeantes y situaciones intensas y extremas dentro de esa zona que conocemos como normalidad, «Friends» se hizo un hueco en los hogares de todo el mundo.

Jennifer Aniston enamoró al mundo entero con un personaje entre bobalicón y malvado, entre despistado y astuto. El Central Perk (la cafetería en la que suceden muchas cosas) ya forma parte de la historia de la televisión. El resto del elenco (que solo funciona en esta serie) es parte de nuestros mejores momentos frente ala pantalla de televisión.

La serie es un canto a la amistad tan universal como necesario.

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El quinto puesto lo ocupa «Breaking Bad». Con esta serie, medio mundo se tuvo que plantear dónde quedaban los límites que separan la normalidad de la maldad y del crimen; cuáles seríamos capaces de traspasar.

Walter White (un espléndido y convincente Bryan Cranston) es un profesor de química al que no le sobra el dinero y al que la casualidad le coloca frente a un mundo en el que el color gris que le arropa puede pasar a ser otro muy diferente. De la oscuridad de un túnel sin fin y la muerte cercana, el protagonista podría quedar iluminado haciéndose malo. Le acompaña en sus aventuras Jesse Pinkman (Aaron Paul) un antiguo alumno suyo que ya conoce el mundo de las drogas puesto que se dedica a trapichear y será la llave para abrir las puertas del mundo de las drogas de par en par, de un negocio descomunal y peligroso.

La serie acumula 62 capítulos divididos en 5 temporadas.

El guion es ágil e inteligente, exige cierta atención del espectador que quiere sacar conclusiones; las interpretaciones son extraordinarias y el despliegue técnico sobresaliente.

Algunos de los capítulos son formidables aunque no todos se entendieron bien. Uno de ellos, titulado «Fly» («La mosca») nos contaba la obsesión del protagonista por la perfección y cómo cualquier cosa externa a sí mismo le puede alterar. Ese capítulo marca un antes y un después del personaje que deja de ser el profesor de química para convertirse definitivamente en el forajido Heisenberg.

Esta serie se convirtió desde los primeros capítulos en la forma de hacer televisión como alternativa al gran cine.

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El cuarto puesto es para «The Wire» («Bajo escucha» en español aunque nadie la recuerda por ese nombre). Es una creación de David Simon y Ed Burns que no dejó títere con cabeza. No es una serie que pueda ver alguien a punto de deprimirse o que siga pensando que el mundo es un lugar maravilloso.

Los bajos fondos de Baltimore sirven para mostrar una visión descarnada y brutal de la policía enfrentada a las bandas de narcotraficantes; del contrabando y de una política tan sucia como una banda de traficantes de poca monta; de un sistema de enseñanza descompuesto e inservible; y de la prensa vendida al dinero y al poder corrupto, corruptor y corruptible (siempre hay margen para que se pueda corromper más y más).

Son 60 capítulos divididos en 5 temporadas que dejan helada la sangre de cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

Es una serie que se aproxima al realismo absoluto y centra gran parte de su potencia narrativa en la imagen como forma expresiva. La dirección actoral es magnífica y las tramas de cada una de las temporadas se desarrollan con enorme fluidez.

«The wire» fue una de las series que hicieron a los productores pensar de otro modo. De pronto, el negocio de las series se hacía todopoderoso e indispensable. A partir del año 2000 se consolidó definitivamente la serie de televisión como el gran negocio por explotar. Y sin perder calidad por ello.

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Merecido tercer puesto para «Los Soprano» («The Sopranos»), serie creada por David Chase que logró dejar con la boca abierta en cada capítulo a sus fans y, especialmente, con un final que provocaba gran dolor en los corazones de todos por no poder seguir viendo a los personajes de la serie. Además, logró abrir la mente de millones de personas que estaban dispuestas, ya sí, a recibir cualquier cosa en formato de serie de televisión.

Tony Soprano es la serie. Tony Soprano fue encarnado por un extraordinario James Gandolfini. Tony Soprano es el villano al que muchos pudimos comprender y con el que empatizamos sin que nos diésemos cuenta de que acabábamos de cruzar una línea más que peligrosa. Y le comprendimos arrastrando todas sus miserias, toda su maldad, toda su incultura y todo su corazón negruzco. Es uno de los personajes más importantes jamás creado.

La calidad del libreto es altísima. La producción también. Y el nivel interpretativo resulta sobresaliente.

Nunca antes se había visto nada igual. La mafia por dentro, los malos por dentro, nosotros por dentro. Y la muerte por dentro (el final de la serie es eso y no otra cosa).

«The Sopranos» es una maravilla en todos los sentidos. Seguramente la mejor serie dramática de todos los tiempos. O la segunda, porque, de pronto, nos topamos con «Mad Men» y eso, también, son palabras mayores.

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Segundo lugar en la lista para Mad Men, una serie creada por Matthew Weiner (guionista de «Los Soprano») que dejó pegados a los sillones a millones de personas que pudieron comprobar cómo el éxito no es tan luminoso como pudiéramos llegar creer ni el fracaso una mera tapadera de la luz, porque alrededor del fracaso nada brilla.

La trama se desarrolla al comenzar la serie en la agencia de publicidad Sterling Cooper, en la Avenida Madison de Nueva York. Aunque el guion es apabullante por su calidad, lo importante de esta serie reposa en los personajes. Donald Draper (Jon Hamm resulta devorado por su personaje) es un hombre con un pasado extraño, secreto, genial; y es un hombre que debería ser feliz porque su familia es perfecta y, sin embargo, no puede serlo porque lo que arrastra no se lo permite. Su esposa (January Jones) tan exquisita en sus formas de cara a la galería como víctima de una soledad que la va aplastando a cada paso. Pete Campbell (Vincent Kartheiser) un joven ejecutivo incapaz de asumir la realidad que le toca para poder progresar profesionalmente, rodeado de un machacón desastre personal es infeliz como pocos personajes lo han sido antes en la historia del cine (»Mad Men» es gran cine, por cierto). Peggy Olson (Elisabeth Singleton Moss) una mujer destinada a ser una profesional excepcional aunque le toca vivir en un mundo dominado por el machismo y por una inseguridad impuesta a todas las mujeres. Y muchos más personajes que van configurando un puzle exquisito e inolvidable. Porque el mundo que nos presentan es bellísimo en apariencia aunque desastroso y putrefacto.

La producción es fabulosa, el guion es fabuloso, las interpretaciones son fabulosas, el vestuario es fabuloso, la peluquería es fabulosa y el final de la serie es fabuloso.

«Mad Men» es una serie obligatoria si se quiere pasar a segundo de series de televisión habiendo aprobado.

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Primer lugar para una antigua serie que nos enseñó que la normalidad y aceptarse sin complejos es el secreto para disfrutar de la vida. Primer y emocionante lugar para «Doctor en Alaska» («Northern Exposure»).

El año 1990 comenzó a emitirse una serie deliciosa, entrañable, divertida e imprescindible. Es una creación de Joshua Brand y de John Falsey en la que nos trasladaron a un pueblo de Alaska llamado Cicely, el pueblo en que todos quisiéramos vivir. Cada semana (en España nos volvieron locos con los cambios de parrilla y teníamos que estar muy pendientes para no perdernos el capítulo que tocaba), cada semana decía, agarrábamos la maleta para viajar al norte, una maleta llena de sonrisas y de sentimientos de todos los colores.

La relación de Joel Fleischman (Rob Morrow) con el resto de habitantes de Cicely será lo que vaya haciendo crecer a los personajes. El amor entre él y Maggie (Janine Turner) vertebra toda la serie hasta la última temporada en la que Fleischman desaparece porque Morrow quería probar suerte en la gran pantalla. La tensión sexual no resuelta iba construyendo esa relación que resultó enternecedora, preciosa e envidiable. Escuchábamos a Chris (John Corbett) en su emisora de radio para que la serie se convirtiera en una especie de filosofía de vida imposible de evitar porque todos los fans de la serie quisimos ser uno más de los habitantes de Cicely.

Recupero lo que ya he escrito de la serie en otra ocasión porque no se me ocurre nada mejor que decir:

‘Cada capítulo era una joya en sí mismo. En cada uno de ellos se trataban, sin complejos ni prejuicios, asuntos que iban del libre albedrío al amor más puro, pasando por la magia o la capacidad de superación del ser humano. No dejaban nada pendiente para el siguiente salvo las diversas historias de amor que se iban produciendo. Nunca antes se había contado tanto y tan bien el amor.

Joel Fleischman (interpretado por Rob Morrow) es un doctor que acaba en Cicely, un pueblo lejano y desconocido (Roslyn, Washington en realidad). Tendrá que estar cinco años trabajando como médico para pagar su beca. Y allí conocerá un nuevo mundo. Él es doctor en medicina, urbanita, arisco y judío. En Cicely le espera un grupo formado por todo tipo de habitantes extraños, divertidos, chispeantes y entrañables.

Maggie O'Connell (interpretada por Janine Turner) es feminista, decidida, gafe con los novios y está llamada a protagonizar la historia de amor más divertida, profunda y dolorosa al mismo tiempo, de la historia del cine. El beso de despedida de Joel a Maggie resulta inolvidable para los seguidores de la serie. Y la postal de Joel diciendo «New York is a state of mind» resume muy bien lo que ha sucedido.

Chris Stevens (interpretado por John Corbett) es el filósofo de la serie. Expresidiario, artista autodidacta y locutor de radio, deja ideas para rumiar en todos los capítulos de la serie. En todos.

Ed Chigliak (interpretado por Darren E. Burrows) es la magia de la serie, la bondad, la idea de un mundo mejor. Es un personaje maravilloso que aporta todo lo bueno que uno puede imaginar.

Maurice Minnifield (interpretado por Barry Corbin) representa la ambición, la prepotencia y el poder del dinero. Ex astronauta y dueño de grandes propiedades. Pero los guionistas se apiadaron de él, en muchas ocasiones, para enseñarnos lo que había detrás de un enorme muro protector. La soledad de Maurice es desoladora.

Holling Vincoeur (interpretado por John Cullum) es el tabernero. Un hombre que ha dormido a la intemperie cientos de veces, cazador de fieras, rastreador incontestable. Y enamorado hasta la médula de Shelly Tambo (interpretada por Cynthia Geary) una mujer mucho más joven que él. Es guapa y tontorrona aunque sirve para compensar lo que es su pareja. Otra maravillosa historia de amor.

Marilyn Whirlwind (interpretada por Elaine Miles) es el personaje más divertido, extraño y atractivo de la serie. Habla con monosílabos (casi siempre) y saca de quicio al doctor Fleischman una vez sí y otra también. Encarna la importancia de los nativos de Alaska, la zona más mágica de la realidad y, en varios capítulos, nos acerca algunos cuentos populares y tradiciones de su pueblo.

Ruth Anne Miller (interpretada por Peg Phillips) es la tendera. Muy agradable aunque con carácter si es necesario. Protagoniza la historia de amor más tierna de la serie.

Resultan inolvidables algunas escenas por su sentido, por su intensidad o por su carga emotiva. El capítulo que acaba con Joel recitando el Kadish en honor a su tío junto a los habitantes de Cicely (cada uno acompañando al médico desde su condición religiosa es una de las escenas más bonitas que recuerda el que escribe que tengan a Dios como protagonista) causa verdadera emoción. La despedida que hace Holling al oso contra el que ha tenido que pelear durante años (Jessie) es una maravilla; la obra de arte que en el capítulo de la cuarta temporada titulado «Luces del norte» nos enseña Chris es de una belleza aplastante; la cena que Joel y Maggie tienen en un poblado perdido el día del cumpleaños de él es la apoteosis del amor verdadero (qué final de capítulo utilizando el tema «Caminando por la calle» de los Gipsy Kings) o el baile de Marilyn a ritmo de Chank a Chank («Good day two step»), son golpes a la consciencia que no se pueden olvidar fácilmente.

Le echo un vistazo cada dos años. Es decir, veo todos los capítulos cada dos años. Y siempre, siempre, acabo pensando que el mundo debería ser como ese en el que el inglés es desastroso, en el que los sueños son la vida misma, en el que por encima de cualquier otra cosa está el amor, la amistad y la lealtad entre personas’.

Eso es todo. Discutible, lo sé; pero decir otra cosa hubiera sido mentir para quedar bien con el personal. No dejen de ver cualquiera de estas series. Merece la pena el esfuerzo.