Las mejores películas del siglo XXI (XI)

«Érase una vez en Anatolia» (Bir zamanlar Anadolu’da, 2011) es una película del gran realizador turco Nuri Bilge Ceylan; una película que posee una característica que los amantes del cine aprecian especialmente: se logra disfrutar, se saborea secuencia a secuencia, al terminar su proyección con mayor intensidad que cuando se está viendo. «Érase una vez en Anatolia» es una ‘road movie’ a la turca de gran interés y de gran intensidad

28 dic 2018 / 12:27 h - Actualizado: 28 dic 2018 / 12:52 h.
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  • ‘Érase una vez en Anatolia’ es una película en la que los personajes son fundamentales y la acción queda en segundo plano. / El Correo
    ‘Érase una vez en Anatolia’ es una película en la que los personajes son fundamentales y la acción queda en segundo plano. / El Correo

Arranca la cinta con una escena que sirve de prólogo y, sobre todo, de declaración de intenciones del realizador. La cámara se centra en el vidrio de una ventana. Está sucio, no deja ver apenas contornos o sombras. Pero gracias a la cámara y al enfoque terminamos viendo a los tres hombres que comen y conversan, tres hombres importantes en la trama. Todo lo que veremos en la película estará tras un vidrio, tendremos que enfocar y mover nuestra consciencia para ver, para entender. Y toda la trama estará difuminada; los detalles no aparecerán con claridad, a veces, ni se perfilarán como posibilidad.

Érase una vez en Anatolia es una película de personajes. Funciona de forma coral y los diferentes puntos de vista son fundamentales para que podamos componer el puzzle que nos propone Ceylan. Un fiscal, un médico y el viento, son los encargados de sostener la tensión narrativa y el ritmo del relato. En esta película no pasa gran cosa... aparentemente. Ceylan sabe que el espectador debe reconocer el motor y deja claro qué es cada cosa. El viento es una de esas voces narrativas que arrastran a la reflexión de los personajes, que obliga a que sucedan cosas importantes en la trama.

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La mujer no queda retratada desde su parte amable y aparece ejerciendo un poder casi imposible. / El Correo

Serán tres las formas de entender la realidad que Ceylan nos acerca en la película. El comisario de policía ve al sospechoso de asesinato como un objeto del que hay que sacar información, y la utilidad del viaje emanará de lograr el objetivo. No hay matices para él: confiesa o no lo hace; merece la pena el trayecto o no. Sin embargo, el fiscal sabe que esos matices existen, que es lo que explica las cosas, que la verdad no es simple ni se puede extraer a golpes. El médico, por su parte, cree en la ciencia, en que la verdad es una y se puede descubrir gracias a la razón. Todo es material y lo espiritual forma parte de la fantasía del ser humano. El comisario quiere encontrar el cadáver, el fiscal se deja llevar por la incomprensión que rebosa del universo creado en la mente de un asesino y el médico trata de comprender para deducir qué razón ha sido la que ha hecho matar a un hombre. Por cierto, el asesino está encarnado por un excelente Firat Tanis. Gestualmente, es impresionante el trabajo que hace. Sentimos con él y nos conmociona todo lo que le sucede. Hay que señalar que Ceylan acerca mucho la cámara a los rostros y, así, logra que todo parezca más humano.

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La fotografía de la película resulta espectacular. / El Correo

Por otra parte, las mujeres no salen beneficiadas en el dibujo de Ceylan. La esposa del comisario condiciona la vida del hombre de forma estúpida, exigiendo y recordando las carencias a su esposo; la mujer del fiscal aparece como un ser cruel hasta más no poder (la historia que va contando ese hombre, a lo largo de la película, es la muestra perfecta de una tensión narrativa lograda desde el silencio); la esposa del hombre muerto aparece para condenar con la mirada al asesino que, todo hay que decirlo, seguramente ha cometido el crimen por ella. Intuimos que ese crimen es pasional al ver mirar a una mujer; y eso es muy difícil de conseguir. Solo la joven hija de un alcalde aparece en pantalla con aspecto angelical aunque es verdad que los hombres que la miran creen estar viendo visiones.

Los paisajes son espléndidos, la tensión narrativa se va acumulando hasta ser casi insoportable, el ritmo es pausado, los diálogos van de lo cómico e irrelevante a lo profundo y vital. La película es un esfuerzo constante por mostrar una faceta de la realidad de gran importancia (crímenes, justicia, ciencia) que es, en realidad, muy humana y resulta algo cutre si se mira desde una distancia corta. Lo del CSI televisivo es una imagen distorsionada por completo.

Maravillosa película.

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Póster de la película de Nuri Bilge Ceylan ‘Érase una vez en Anatolia’. / El Correo