Lecturas para el confinamiento

Lecturas para el confinamiento: «Bailén»

Galdós, a quién se considera el padre de lo que hoy encasillamos como novela histórica en español, en este cuarto episodio, nos introduce en la batalla de Bailén no sólo desde el paisaje a recorrer de Madrid allí, sino con una fresca galería de reconocibles personajes

13 abr 2020 / 08:38 h - Actualizado: 13 abr 2020 / 08:52 h.
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  • Benito Pérez Galdós
    Benito Pérez Galdós

Este cuarto episodio nacional (el último escrito en 1873) arranca departiendo tres nuevos personajes, personajes que de buena fe acogen en su piso al protagonista Gabriel de Araceli, y que son don Luis Santorcaz, un joven a quién se conoció como calavera en la tuna universitaria y que presume de haber acompañado a las tropas napoleónicas a su paso por Austria o Prusia, que habla con el capitán Santiago Fernández y su buena y ponderada esposa sobre España y Francia en este conflicto que fue la Guerra de la Independencia. Fernández es de la opinión de que lo que ocurrió recientemente en Madrid, se podría parar desde pueblos como Navalagamella e incluso otros más pequeños.

En esta nueva aventura, tanto Santorcaz como otros que parten de la ciudad al campo, convierten a Gabriel en miembro de una comitiva de guerra que atraviesa los hoy también yermos campos de La Mancha, hasta llegar a Córdoba, ciudad en que en un convento de monjas, la condesa de Leiva (Amaranta) mantiene encerrada a su ya reconocida como natural hija Inés, que ya apareció en otros capítulos, para después llevar a cabo la derrota técnica a los franceses, si en número de muertos así se contabilizase.

La España que aquí nos pinta Galdós es antigua, católica y carca; en ella se reza y se cantan y recitan romances por los caminos.

Bailén es la localidad jiennense próxima a Despeñaperros, donde la acción bélica hará que el país del Cid gane en cuanto a mandobles y arcabuzazos.

Lecturas para el confinamiento: «Bailén»

Tres hombres disputan el amor de una inadvertida y enclaustrada Inés: Santorcaz, que por sus posibles conocidos es el favorito de la condesa de Leiva; el mayoral o señoritingo don Diego, cuya madre María y dos hermanas (Asunción y Presentación) representan el más rancio abolengo, aquel por el que por ser la madre señora de quién es, le encomienda a su hijo una esposa por conveniencia para ambos; y, como no, Gabriel que una vez ganado su puesto como soldado, aspira a ser general o coronel (y no simple soldado) para así dejar de ser nadie a sus ojos.

Una España como decíamos con ancestros casi medievales y donde todavía existe la Inquisición era propicia para que a pesar de la victoria española, nuestro país quedase en ridículo por la actitud de don Diego (copiada en sus maneras de la que pudo tener Santorcaz en el extranjero) que sobrepasa la necedad ante las carcajadas de los supervivientes franceses, que lo contemplan con miedo primero y después con hilaridad, llegando a cantarle la Marsellesa, en un alarde de amor propio ante sus desmanes con el alcohol, los toros,... llegando a convertirse al relatarlo después en personaje patético hasta ante los suyos.

Será en la siguiente aventura cuando estas tropas lleguen a Madrid, sin saber qué destino cierto o incierto les espera.