«Leer potencia el sentido que nunca se nombra: el de la imaginación»

Ambientada en los siglos XIX y XXI y con un argumento digno de una película de Hollywood, la nueva novela del escritor José Luis Ordóñez se titula «El sintonizador» y acaba de ser publicada por Algaida

18 feb 2022 / 18:03 h - Actualizado: 18 feb 2022 / 18:21 h.
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  • José Luis Ordóñez, autor de ‘El sintonizador’.
    José Luis Ordóñez, autor de ‘El sintonizador’.

Que la literatura sevillana está atravesando un momento dulce en cuanto a calidad y cantidad es un hecho contrastado; pero aún lo es más la variedad de géneros explorados, los retos que asumen sus autores y la originalidad que despliegan en cada una de sus propuestas. El mejor ejemplo es José Luis Ordóñez, un escritor que posee la capacidad de reinventarse en cada título y cada proyecto y al mismo tiempo conservar su estilo, ágil, directo y sobre todo elegante, ya sea en su faceta teatral, como redactor de guiones o novelista. En esta ocasión, el autor de La fantástica historia del vigilante y el prisionero, Madera podrida con un clavo oxidado y Exorcismos, nos invita a viajar a dos épocas concretas: el Madrid de 1837, y la costa cantábrica en la actualidad; dos escenarios ya de por sí novelescos donde se ambienta El sintonizador. La novela, publicada por la editorial Algaida, se presenta el próximo jueves 3 de marzo, a las 19:00 horas, en la librería Botica de Lectores (Avenida República Argentina, 15 - Sevilla), y junto a José Luis Ordóñez estarán los escritores Juan Ramón Biedma y Elena Marqués. Para ir abriendo boca, conversamos con el autor sobre su nueva creación.

Al igual que en tu anterior novela, Los desertores de Oxford Street (Algaida), vuelves a homenajear la literatura decimonónica, pero esta vez en clave española.

El siglo XIX constituye un universo muy atractivo que nos permite sumergirnos en un territorio casi más propio de la leyenda que de la realidad. Si en “Los desertores de Oxford Street” mezclaba personajes de ficción con escritores reales de la época, como Jules Verne o BramStoker, aquí me meto en la piel de autores que nos quedan mucho más cerca, como Mariano José de Larra o José Zorrilla, entre otros. En “El sintonizador” es cierto que nos desplazamos al siglo XIX en Madrid, donde se mantienen códigos que ya estaban presentes en algunos personajes de mi anterior novela, como un cierto sentido de elegancia, caballerosidad y honor, pero, además, aquí la acción se divide en dos: ese Madrid decimonónico y el momento actual en el que nos encontramos, ya en el siglo XXI, y también con un escritor como protagonista, en este caso un octogenario autor de bestsellers al que apodan el Duque de las Letras, y que podría tener el perfil de un Arturo Pérez-Reverte dentro de quince años.

¿Por qué Larra y Zorrilla tienen peor prensa que Byron o Shelley?

Sin entrar en valoraciones literarias de las obras de unos y otros —todos con una buena muestra de excelentes textos—, parece una constante ceñida a este país el hecho de que se valoren y potencien más las obras de autores extranjeros que de autores nacionales. Es algo inevitable, ya sea en la literatura, la pintura, la música o el cine. Curioso, cuando menos. Y justo lo contrario a lo que sucede en muchos otros países. Dice mucho de nosotros. O, más bien, poco.

Además de citar a ilustres del Romanticismo español, rompes una lanza a favor de los olvidados, desde Palacio Valdés, que fue propuesto para el Nobel, a Carolina Coronado o Gertrudis Gómez de Avellaneda. ¿Qué factores determinan que se recuerde a unos creadores más que a otros?

Es evidente que las mujeres han sido más olvidadas a lo largo de la historia, también en el campo de la escritura, algo que siempre estamos a tiempo de remediar recuperando sus libros, leyendo sus obras y, cada uno con nuestros medios, haciendo que entren en el debate literario. Respecto a los factores que determinan la inmortalidad del autor, es una cuestión de difícil respuesta. Influyen los críticos literarios, los políticos encargados del área cultural, los propios escritores, los lectores especialmente... pero nada garantiza que alguien de éxito y prestigio en un momento determinado no sea olvidado con las nuevas generaciones, como el caso de Armando Palacio Valdés que mencionabas. Hay un capítulo de la estupenda serie “Historias del otro lado”, dirigida por José Luis Garci, que trataba, creo recordar, un tema parecido, y giraba en torno a una persona que tenía el poder de decidir qué, o quién, iba a tener (o no) éxito.

En El sintonizador no existen máquinas para desplazarse a través del tiempo, pero sí un curioso artilugio para rescatar fragmentos del pasado. De existir en la realidad, ¿hasta qué punto podría resultar peligroso?

El sintonizador es una invención que, mediante una tecnología avanzada, permite recuperar todos los sonidos que se han pronunciado en algún momento. ¿Qué supone esto? Por un lado, asistir a escenas de la historia como testigos privilegiados (desde, por ejemplo, una conversación de Cristóbal Colón con los Reyes Católicos, hasta las charlas entre Marilyn Monroe y John F. Kennedy); por otro, el fin absoluto de la privacidad. Y el fin de esta privacidad, y la llegada de un mundo sin secretos, creo que terminaría provocando el caos.

«Leer potencia el sentido que nunca se nombra: el de la imaginación»

Más allá de su trama central, la novela es una llamada de atención a la situación en la que viven muchos escritores, luchando por sobrevivir en una sociedad fascinada por las nuevas tecnologías y con una enorme oferta audiovisual.

En la novela hay reflexiones sobre el escritor en el Madrid del XIX, pero también en nuestra sociedad actual, en pleno siglo XXI, donde tenemos una amplia oferta audiovisual y donde las nuevas tecnologías parecen empeñadas en que, cada vez, realicemos menos actividad física y lo tengamos todo a un click en el teclado del ordenador o dispositivo móvil. En la novela se plantean cuestiones como el valor de la escritura, su propósito, la calidad literaria, el éxito y el fracaso, entre otros temas. Muchas veces las preguntas son las mismas, ya sea en 1837 o en la actualidad. Son cuestiones universales, y cada uno podemos aportar nuestro punto de vista. En general, y a pesar de todo, podemos afirmar que el libro tiene músculo, pero leer requiere más esfuerzo que sentarnos frente a Netflix; para empezar, el libro en papel exige pasar páginas, en Netflix las series saltan de un capítulo a otro sin que tengamos que hacer absolutamente nada. Pero el grado de intimidad con un libro que conecta con nosotros es muy especial y, diría, capaz de generar unas sensaciones que, en cierto modo, superan a las de los videojuegos o las series y películas. ¿Por qué? Porque potencia el sentido que nunca se nombra: el de la imaginación.

Asimismo, El sintonizador, que posee varias capas de lectura y no puede encuadrarse en ningún género, es una poderosa reflexión sobre las luces y las sombras que planean sobre las familias. Háblanos de ello.

Sí que es complejo encuadrar esta novela en un único género. Tiene elementos de drama, de género histórico, de thriller, misterio, novela negra y, por supuesto, ciencia ficción. También he querido añadir algunas ligeras pinceladas de humor, que sirven para suavizar la tensión en determinados momentos. Más allá de géneros, la historia es lo que importa. Respecto al núcleo familiar, se me viene a la cabeza la magistral saga “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, que ahora celebra los cincuenta años desde su estreno. Todas las familias tienen luces y sombras. En la novela exploro esto, así como la posibilidad de que, en algún caso, el propio sintonizador pueda iluminar esas sombras. Y sus consecuencias, claro.

Tu historia está repleta de símbolos que aluden a la fugacidad de la vida y a la delgada línea que separa nuestra existencia del más allá. ¿Cuánto le deben estos elementos al estado actual de las cosas, con una pandemia mundial que parece haber cambiado nuestras prioridades?

La pandemia, la COVID-19, sus variantes y el riesgo a contraer una enfermedad, nos puede hacer más conscientes, pero el temor a la muerte siempre ha estado ahí, desde el origen de los tiempos, y es algo muy presente también entre escritores, que reflexionan sobre ella y se hacen preguntas sobre el sentido de la vida. Como todos, supongo.

Muchos de los capítulos de la novela reflejan un tour de force entre las realidades a las que nos enfrentamos muchos profesionales de las letras. Por ejemplo, ¿cómo se identifica la buena y la mala literatura? ¿Qué es un producto de masas y cuál debe ser considerado «de calidad»?, etc.

Escribir una novela con personajes que son escritores me permite hablar de todo esto: del éxito y del fracaso, pero también de lo relativo que es todo. En el fondo, creo, son solo etiquetas. Lo importante es la propia escritura, la historia que se narra, los personajes, que el escritor haga un buen trabajo y disfrute con ello y que, al final, el lector se sienta satisfecho al leer esa historia. Todo lo demás (el éxito, el fracaso, la inmortalidad del autor...) queda fuera de nuestro alcance, así que más vale no preocuparse demasiado por ese tipo de asuntos. Respecto al producto de masas y el producto de calidad, muchas veces coinciden. Casos paradigmáticos son, por ejemplo, “El Quijote”, de Miguel de Cervantes, u obras como “Hamlet” o “Macbeth”, de William Shakespeare: absolutos éxitos de público durante más de quinientos años y absolutos éxitos de crítica a lo largo de las diferentes generaciones.

La crítica literaria tiene un peso fundamental en la obra. Como curiosidad, ¿de quién bebe el personaje de Carlos Magallanes?

Es un crítico literario, que, en cierto modo, me recuerda a alguien como Carlos Pumares, director y presentador durante muchos años del mítico programa radiofónico “Polvo de estrellas”, dedicado al mundo de cine. Magallanes, como Pumares, es un tipo que sabe mucho de lo suyo y es despiadado al criticar una obra que no le gusta, o que, según su criterio, considera, en este caso, mala literatura. Y, al igual que Pumares con el cine, Magallanes es pasional y muy expresivo en sus comentarios y calificativos sobre ciertas novelas.

Al principio, El sintonizador parece una cosa, pero poco a poco se va convirtiendo en otra. ¿Estaba planificado este cambio o fue algo que surgió durante el proceso de escritura?

Aunque la novela plantea una premisa con muchas posibilidades, de un tono que quizá pidiese algo espectacular, tal vez con una estructura episódica, en la línea de la serie “El ministerio del tiempo”, creada por Pablo y Javier Olivares, me interesaba llevar la historia a lo íntimo, a lo personal, a esa familia cuyo patriarca es apodado el Duque de las Letras, y barnizarlo todo con un aspecto casi teatral, algo que me recuerda a algunas películas maravillosas de Alfred Hitchcock, como “Crimen perfecto”, basada en la obra de teatro de Frederick Knott, o “La soga”, basada en la obra de Patrick Hamilton, donde un único escenario es el tablero de juego donde se desarrolla una trama oscura. Algo de esto hay en “El sintonizador”, un deseo de invitar al lector a adentrarse en un juego tenebroso, con ramificaciones familiares, un toque fantástico, sorpresas y la posibilidad de revivir momentos de nuestra historia.