Leonardo Sciascia (1921-1989): Ardor siciliano

Dos grandes novelas y un libro de trece relatos sirven para presentarnos a este particular autor italiano. Alabado por el recientemente desaparecido autor italiano Andrea Camilleri, los libros de Sciascia se degustan con fruición y nos sumergen en un mundo insólito e ideológicamente definido

01 nov 2020 / 22:52 h - Actualizado: 01 nov 2020 / 23:18 h.
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  • Leonardo Sciascia.
    Leonardo Sciascia.

Nacido en la localidad siciliana de Racalmuto (a la que homenajea en alguno de sus cuentos), y desaparecido en Palermo, la figura de Leonardo Sciascia se hizo conocida en España gracias a la editorial Bruguera y sus colecciones inolvidables sobre novela negra. Superadas unas primeras traducciones, Tusquets y su equipo de traductores del italiano realizan una labor encomiable en torno a casi toda la obra de este profesor y periodista que militó honestamente en los Partidos Comunista y Radical, significándose tanto ante Mussolini como en contra de la lugareña mafia del lugar que lo vio nacer.

Leonardo Sciascia (1921-1989): Ardor siciliano

«El día de la lechuza»: Omertà

Publicado en Italia en 1972, es un texto que narra, a través del atestado policial del capitán Bellodi, un caso que se trata con secretismo y dubitaciones sociales. El asesinato de Salvatore Colasberna, trabajador de la construcción, poco antes de que cogiera un autobús hacia Palermo. Todos callan, nadie arriesga. Estamos en un pueblo de Sicilia llamado S.

La Italia que aquí nos pinta Sciascia tiene un punto neorrealista que entronca con nuestra tradición mediterránea, la de la pasividad llena de sopor y poco distanciada de una realidad hodierna que ha sido comparada con la literatura de Andrea Camilleri (si bien este último utiliza mayores dosis de humor cínico).

El caso es que a la vez que se trata de cumplir con el atestado policial, el campesino Mendolia desaparece en extrañas circunstancias. Es entonces cuando en Bellodi se agudiza el ingenio y empieza a reflexionar sobre la cobardía y el valor, la decencia y la dignidad de tal forma que parece que estamos ante un detective borracho de Chandler. Y no es para menos, pues dicha desaparición se sigue dando en S., el pueblo constituido en olla a presión de un entramado para el que callar es ser cómplice en algún grado.

En su brillante y tenaz desarrollo, que el autor pulió durante dos años para huir de toda identificación y arriesgar lo que sólo la literatura (y no también la politiquería mal entendida) es capaz de hacer, nos encontramos con personajes como el sacerdote metido a abogado defensor que son una joya en sí mismos. Eso y el número de delitos cometidos por el asesino en ciernes, así como los testigos falsos y amañados nos hablan de toda una organización que opera de espaldas a la ley, y que hacen que en muchos casos no distingamos las distintas capas de realidad ficcional tanto como en Camilleri (cuya principal broma con el lector en este sentido, quizás sea el inspector Montalbano).

Novela también de atmósferas que ha sido reconvertida a otros medios, supone toda una introducción a universos como los de Mario Puzo, y a su vez hace que venga a la cabeza el inevitable silencio de los funcionarios de Umberto D, película de Vittorio de Sica.

Tiene también la novela, al estar basada en un suceso real, un aire de crónica que gana en rigor al de atestado policial; son las descripciones que sobre la verdad ilumina Sciascia a través de Bellodi, una verdad oscura, misteriosa y que tiene que ver con la peor de las bromas que Camilleri pudiera llegarnos a gastar en forma de libro.

Uno sale después de esta compleja novela con la sensación de estar ante un relato corto en que la poda que hizo el autor no se comió lo fundamental, pero sí convirtió lo largamente investigado en algo simple, y no por ello menos dramático.

Un lugar común en su obra y que particularmente conocía bien es la descripción de las empresas azufreras que Sciascia conocía por ser parte durante un tiempo de este tipo de negocio que regentaba su padre en Sicilia.

Leonardo Sciascia (1921-1989): Ardor siciliano

«A cada cual, lo suyo»: Triste asesinato de sangre caliente

A raíz de un mensaje amenazante mandado al boticario de un pueblo de Sicilia, y de uno de esos personajes redondos que se quedan en la mente del lector, el profesor de instituto Laurana, arma Sciascia una trama donde lo de menos es saber quién es el asesino, y lo de más conocer los datos escabrosos de un crimen que tiene que ver de nuevo con el clero y su vertiente fascista, algo no novedoso en su autor, que vivió obsesionado también con estos temas y su vinculación con futuros azares mafiosos.

Laurana averigua que las letras utilizadas en el anónimo han sido recortadas de un número de la revista clerical Losservatore Romano, que conoce debido a que además de profesor, trabaja como reseñista en un periódico haciendo crítica literaria. Esta afición y la búsqueda de un artículo sobre Manzoni (autor de la novela del XVI, «Los novios») le hacen torturarse quizás en exceso más sobre la pista en sí (además en el periódico mencionado aparece en su logotipo una frase en latín que le perturba, Unicuique suum -A cada cual, lo suyo-) como estúpido, a sabiendas, juego, ante el que todos prestan su propia voz y conclusiones.

El caso es que el boticario no hace caso del anónimo en que se le amenaza de muerte. Y al día siguiente se va a cazar al campo con su amigo Roscio, siendo entonces cuando ocurre el crimen. El lector entra en el juego rápido del cínico, extraño y vago Laurana, un tipo divertido que lee en el Casino del pueblo, mientras se imagina a los que por allí andan como parte de una obra no escrita de teatro del mismísimo Luigi Pirandello.

Finalmente descubrimos cómo el móvil del crimen es el más antiguo del mundo, y es aquí donde juega Sciascia a la identificación gracias a elementos como la indolencia mediterránea que tan bien conocía.

Traducida por Juan Manuel Salmerón para Tusquets no es una novela neblinosa como la fotografía de cubierta de Oliveiro Olivieri sugiere, y más bien tendemos a verla en esa gama de grises propia de los lugares que no querríamos volver a visitar, pero que no se borran tan fácilmente de nuestro imaginario.

Leonardo Sciascia (1921-1989): Ardor siciliano

«El mar color de vino»: Trece relatos para gourmets

La habilidad de Sciascia para el relato corto queda aquí de manifiesto con lujo de detalles. Si sus novelas eran tan capaces de sumergirnos en ese melancólico pozo del que se hacía eco en «El día de la lechuza», he aquí una muestra de la que Joseph Farrell, del suplemento literario de Times, da debida cuenta en alguna de sus reseñas como uno de los escritores más exigentes del siglo XX.

En «Reciprocidad» un miembro de la antigua monarquía y un amigo cotillean sobre el amor entre un hombre y una mujer, siendo especialmente relevante el trabajo de ella, escultora de imágenes sagradas, que en vez de esculpir con pene a sus niños Jesús, les pone una campanilla. Toda una declaración de intenciones para lo que viene después.

«El largo viaje» logra aunar las voces de uno emigrantes en patera con la de unos pueblerinos que creen que van a Nueva York cuando sólo son capaces de dar una vuelta a la isla siciliana.

Sin duda el plato estrella, el más perfecto de los cuentos del libro es el que da título al volumen, un relato en que se viaja de Roma a Sicilia en tren, y en que lo hacen cinco personajes: dos caprichosos niños pequeños (Nené y Lulú), un profesor que es su padre, creyente y obsesionado con enderezar su educación, su mujer (descreída, y de cuya descripción vamos viendo como le hace ojitos a otro pasajero), y el ingeniero Bianchi (ese otro pasajero); si prodigioso es su desarrollo, se vuelve aún más inteligente cuando llegan a ese mar de Taormina tan cercano al destino final.

En «La prueba», sin duda no superada, se cuenta la llegada a otro pueblo del sur de un suizo, que por su manera calvinista o alejada de las costumbres impuestas por el lugar es de primeras rechazado a pesar de su buena voluntad.

En «Giufá», un ave que se reconvierte en tonto de pueblo, el tema religioso sigue siendo imprescindible. «La retirada» obsesiona igualmente al lector con la imagen milagrosa de santa Filomena.

Por otro lado, «Filología» habla de los equívocos a que se somete la mafia como concepto también abstracto; es una discusión brillante y nada clarividente sobre lo que sobre todo se pierde con ella.

«Juego de sociedad» que fue llevado al cine, pone entre las cuerdas por parte de una mujer a un profesor de matemáticas que queriendo llevar a cabo un vulgar negocio con su marido, sale de la reunión sin poder hacerlo y sabiendo previamente que su mujer, profesora de párvulos, le ha puesto los cuernos con otro. Doble K.O. con chantaje incluido.

Y no es el único que parte de un diálogo en que se parte de un hecho para derivar en lo que al autor interesa, así lo hace igualmente en «Eufrosina» o «Un caso de conciencia», siendo «Western de cose nostre» y «Juicio por violación» la crónica de dos magnicidios en forma de asesinato, cuyas conclusiones no tienen por qué llevar necesariamente más que a un presunto culpable.